Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 26 de marzo de 2003
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Política

ASTILLERO

Julio Hernández López

Historias de amigos confrontados

Aguilar Zinser, sobreviviente y ajusticiador del castañedismo
Insólito frente político en defensa de quien fue embajador desdeñado

DURANTE EL REINADO de Jorge Castañeda en Tlatelolco no había embajador más sujeto al desdén oficial que Adolfo Aguilar Zinser. El secretario de Relaciones Exteriores ni siquiera le dirigía la palabra y, según las confesiones íntimas que el representante de México ante Naciones Unidas hacía de vez en cuando en su relevante exilio neoyorquino, en muchas ocasiones hubo de definir la postura de su país en el Consejo de Seguridad de la ONU conforme a su personalísimo entender, pues la cancillería no tenía a bien acercarle comentarios o guías, mucho menos instrucciones precisas para fijar la conducta a seguir.

EN ESOS TIEMPOS de congelamiento extremo, el ex consejero presidencial para asuntos de seguridad nacional llegaba a censurar en pláticas privadas la ruta de subordinación al interés estadunidense a la que, decía, el ambicioso jefe de la diplomacia mexicana arrastraba al Presidente de la República. Ocasión hubo en que el depositario de aquellas confidencias no hechas para difusión periodística le preguntó al diplomático la razón por la cual seguía representando ante la ONU a un gobierno con tal vocación de sometimiento a la potencia mundial. Político hecho en las filas de la izquierda, peregrino luego por diversos campos partidistas con tal de tener cargos y encargos, impulsor en 2000 del oportunista concepto del voto útil, el facialmente afilado embajador repitió a uno de sus invitados a la estrecha casa oficial neoyorquina las tesis tradicionales de la "lucha desde dentro", que han servido de justificación histórica para combinar la crítica privada con la nómina pública (Ricardo Pascoe dio una buena exhibición de ese estilo durante su paso por la embajada mexicana en Cuba).

EL TIEMPO, SIN EMBARGO, ha dado al ex senador verde-ecologista razones y victorias tales que hoy le han alcanzado para que insólitamente haya una especie de frente político nacional en defensa de su permanencia como embajador ante Naciones Unidas y, en especial, para que asuma y ejerza íntegramente la presidencia rotatoria del Consejo de Seguridad, que le corresponderá a partir del próximo primero de abril. Por principio de cuentas, Aguilar Zinser es un sobreviviente y un vengador de los excesos castañedistas. El mercurial canciller no pudo deshacerse de Aguilar Zinser por más esfuerzos que hizo, primero cerrándole el paso hacia Nueva York (que él había abierto para alguno de sus allegados y no para alguien con quien había roto una amistad de años y un proyecto pragmático de apropiación del poder), y luego negándole presupuesto, información y brújula para que cumpliera adecuadamente su encargo. Pero, además, a la caída del antiguo socio despechado, el embajador mexicano ante la ONU se convirtió en aliado esencial de Luis Ernesto Derbez, alumbrando el camino de correcciones y deslindes que el dúctil nuevo secretario debería hacer para diluir la sombra y el fantasma de quien había declinado a Tlatelolco según eso para luchar desde la sociedad civil. Quienes creyeron que el foxismo se tropezaría con estrépito en política internacional en cuanto dejara de contar con el fósforo de Castañeda, se han topado con la sorpresa de que, en ausencia del presuntamente imprescindible güero, el manejo diplomático del gobierno mexicano ha conseguido uno de sus mayores triunfos -que acaso llegue a ser el más recordable de toda esta gris administración- al maniobrar con técnicas ortodoxas y heterodoxas para sostener un no a la guerra, en que buena parte de la concepción y la operación corrieron por cuenta de quien ahora concita los imperiales odios del gangsterismo instalado en la Casa Blanca.

AVE DE TEMPESTADES, Aguilar Zinser concentra la animadversión no sólo de los halcones de Washington, sino de buena parte de la izquierda mexicana, que le reclama el papel jugado, junto con su entonces pareja política, durante y después de la campaña presidencial cardenista de 1994. De igual manera, le ha ganado desconfianza la relación inicial con el castañedismo (sublimada con la tesis del voto útil), a pesar de su confrontación final. Pero, hoy por hoy, a la luz de las circunstancias específicas, no de las cargas ideológicas o las pugnas partidistas o grupales, pareciera que el ciudadano Adolfo Aguilar Zinser ha ganado el infrecuente reconocimiento de fuerzas políticas diversas que aprecian el trabajo hecho en Naciones Unidas en estos tiempos difíciles. Es de desearse que esa coincidencia política sea valorada por el Presidente de México y que actúe de manera congruente, sosteniéndolo en el cargo a pesar del virtual veto estadunidense (aunque ayer Richard Boucher, vocero del Departamento de Estado de Estados Unidos, se negó a reconocer el malestar de su gobierno contra el embajador mexicano), no buscando una salida tramposa para servir a la Casa Blanca. Total, enojado ya está el ex amigo George (Bush, no Castañeda), así es que, como diría el cronista tepiteño Armando Ramírez: qué tanto es tantito.

ASTILLAS: El conflicto bélico ha sentado de perlas al gobierno federal como pretexto atenuante de su prolongada e insostenible irresponsabilidad. Pero los problemas internos no esperan, mucho menos cuando a lo largo de casi dos años han sido desatendidos o mal tratados. Allí está el caso de Bernalejo, territorio zacatecano que intereses duranguenses sombríos pretenden adjudicarse al amparo de la tesis jurisprudencial del cerro del Chiquihuite, que establece que, ante la indolencia de Los Pinos (o, en la especie televisiva, con la amplia sospecha de alientos cómplices desde la cabaña presidencial), cualquiera puede arrebatar derechos o propiedades a sabiendas de que si se fracasa en el intento los castigos serán benévolos. Bernalejo, o Atenco, o 400 focos rojos del campo nacional, o el movimiento rural contrario a las aperturas derivadas del tratado trinacional de libre comercio no pueden esperar más y, si pretenden formarlos en las filas burocratizadas de la atención a cuentagotas, pueden desbordarse, como sucedió ayer en Bucareli... Los diputados decidieron que la oficina que este lunes dejará el autocomplaciente Francisco Barrio sea llamada Secretaría de la Función Pública. Poca imaginación de los legisladores, cuando más fácil y atinado hubiera sido denominarla Secretaría de las Pescas Fallidas.

Fax: 56 05 20 99 [email protected]

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