Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 24 de marzo de 2003
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Cultura
LA MUESTRA

Carlos Bonfil

10

La cinta transcurre a bordo de un automóvil conducido por una mujer

ABBAS KIAROSTAMI ES, desde hace casi dos décadas, la figura más prominente del cine iraní. Autor de una estupenda trilogía ¿Dónde está la casa de mi amigo?, La vida continúa y A través de los olivos, y ganador de la Palma de Oro de Cannes, en 1997, por El sabor de la cereza, su novedoso estilo narrativo, su aprovechamiento del cine directo, y su maestría inigualable para filmar niños, ha creado toda una escuela, una manera original de hacer y concebir el cine con recursos muy limitados: un cine "pobre", sin glamur y sin actores profesionales, y con discípulos tan talentosos como Majid Majidi, el realizador de Niños del cielo y El color del paraíso, y Jafar Panahi (El globo blanco, con guión de Kiarostami).

SU PELICULA MAS RECIENTE, 10 (Ten), da nuevas muestras de su capacidad inventiva. La cinta, de 90 minutos, transcurre enteramente a bordo de un automóvil que recorre las calles de Teherán. Al volante, una mujer, Mania (Mania Akbari), con velo tradicional y gafas oscuras, discute con diversos personajes que sucesivamente abordan su auto. Diez conversaciones, presentadas en cuenta regresiva, ilustran aspectos de la vida cotidiana en Irán, conjugando los temas de la disfunción familiar, la religión, el comercio carnal, y la frustración amorosa. Un tema soslayado es la política, pero al respecto el director ha mostrado siempre una comprensible cautela, que le ha permitido realizar su obra en el clima adverso de un régimen integrista.

KIAROSTAMI HA DECIDIDO desvanecer en 10 la figura misma del realizador. Dos cámaras digitales, colocadas sobre cada extremo del tablero del auto, concentrada cada una en un solo interlocutor, se ocupan, con autonomía y sencillez asombrosas, de la faena de capturar cada detalle de los itinerarios verbosos; las discusiones encendidas entre la conductora, una mujer divorciada, y su hijo, Amin (Amin Maher) que le recrimina sin cesar su incompetencia como madre; o el divertido enfrentamiento entre Mania y una prostituta, donde esta última compara, por sus ventajas materiales, el oficio de ser esposa y el suyo ("Ustedes las casadas son las mayoristas, y nosotras las minoristas" en esas transacciones carnales remuneradas que se dan en el hogar o en la calle). Mania, la mujer iraní cosmopolita y moderna, celosa de su libertad, intenta a su vez, sin éxito, que su hijo de 10 años, precozmente tradicionalista, siga su ejemplo, piense por sí mismo y se emancipe. Él le reprocha su ausencia del hogar, su desdén por las tareas domésticas, su independencia laboral, y resume todo calificándola de egoísta. Esta ríspida confrontación inicial (el episodio más largo y mejor logrado), posee una estupenda carga humorística que contrasta con la gravedad del penúltimo segmento, donde la hermana de la protagonista muestra su cabeza rapada como una penalidad autoimpuesta luego de un fracaso amoroso -secuencia de una gran fuerza emocional. En un episodio anterior, Mania reprochaba agriamente a la mujer iraní la sumisión y sus lastres sentimentales.

ALGUNOS INTERLOCUTORES de la conductora tienen existencia concreta frente a la cámara; otros, como la prostituta o la anciana religiosa, desaparecen totalmente del campo visual, como si así se acentuaran su figura emblemática y sus contrastes. El espectador se ve atrapado en el interior del auto/cámara/móvil, vislumbrando apenas la ciudad y su actividad cotidiana, encerrado con cinco o seis personajes que en diálogos incontenibles se explayan generosamente, con humor y patetismo, y en el caso de Mania con un escepticismo enorme. Todos ellos -un microcosmos urbano- resumen la compleja variedad de una sociedad iraní que se podría imaginar mucho más cerrada e impenetrable. Con una increíble economía de recursos, y con imaginación infatigable, Kiarostami ofrece aquí una de sus mejores lecciones de cine.

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