LA MUESTRA
Carlos Bonfil
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La cinta transcurre a bordo de un automóvil conducido
por una mujer
ABBAS KIAROSTAMI ES, desde hace casi dos décadas,
la figura más prominente del cine iraní. Autor de una estupenda
trilogía ¿Dónde está la casa de mi amigo?,
La vida continúa y A través de los olivos, y ganador
de la Palma de Oro de Cannes, en 1997, por El sabor de la cereza,
su novedoso estilo narrativo, su aprovechamiento del cine directo, y su
maestría inigualable para filmar niños, ha creado toda una
escuela, una manera original de hacer y concebir el cine con recursos muy
limitados: un cine "pobre", sin glamur y sin actores profesionales, y con
discípulos tan talentosos como Majid Majidi, el realizador de Niños
del cielo y El color del paraíso, y Jafar Panahi (El
globo blanco, con guión de Kiarostami).
SU
PELICULA MAS RECIENTE, 10 (Ten), da nuevas muestras de
su capacidad inventiva. La cinta, de 90 minutos, transcurre enteramente
a bordo de un automóvil que recorre las calles de Teherán.
Al volante, una mujer, Mania (Mania Akbari), con velo tradicional y gafas
oscuras, discute con diversos personajes que sucesivamente abordan su auto.
Diez conversaciones, presentadas en cuenta regresiva, ilustran aspectos
de la vida cotidiana en Irán, conjugando los temas de la disfunción
familiar, la religión, el comercio carnal, y la frustración
amorosa. Un tema soslayado es la política, pero al respecto el director
ha mostrado siempre una comprensible cautela, que le ha permitido realizar
su obra en el clima adverso de un régimen integrista.
KIAROSTAMI HA DECIDIDO desvanecer en 10 la
figura misma del realizador. Dos cámaras digitales, colocadas sobre
cada extremo del tablero del auto, concentrada cada una en un solo interlocutor,
se ocupan, con autonomía y sencillez asombrosas, de la faena de
capturar cada detalle de los itinerarios verbosos; las discusiones encendidas
entre la conductora, una mujer divorciada, y su hijo, Amin (Amin Maher)
que le recrimina sin cesar su incompetencia como madre; o el divertido
enfrentamiento entre Mania y una prostituta, donde esta última compara,
por sus ventajas materiales, el oficio de ser esposa y el suyo ("Ustedes
las casadas son las mayoristas, y nosotras las minoristas" en esas transacciones
carnales remuneradas que se dan en el hogar o en la calle). Mania, la mujer
iraní cosmopolita y moderna, celosa de su libertad, intenta a su
vez, sin éxito, que su hijo de 10 años, precozmente tradicionalista,
siga su ejemplo, piense por sí mismo y se emancipe. Él le
reprocha su ausencia del hogar, su desdén por las tareas domésticas,
su independencia laboral, y resume todo calificándola de egoísta.
Esta ríspida confrontación inicial (el episodio más
largo y mejor logrado), posee una estupenda carga humorística que
contrasta con la gravedad del penúltimo segmento, donde la hermana
de la protagonista muestra su cabeza rapada como una penalidad autoimpuesta
luego de un fracaso amoroso -secuencia de una gran fuerza emocional. En
un episodio anterior, Mania reprochaba agriamente a la mujer iraní
la sumisión y sus lastres sentimentales.
ALGUNOS INTERLOCUTORES de la conductora tienen
existencia concreta frente a la cámara; otros, como la prostituta
o la anciana religiosa, desaparecen totalmente del campo visual, como si
así se acentuaran su figura emblemática y sus contrastes.
El espectador se ve atrapado en el interior del auto/cámara/móvil,
vislumbrando apenas la ciudad y su actividad cotidiana, encerrado con cinco
o seis personajes que en diálogos incontenibles se explayan generosamente,
con humor y patetismo, y en el caso de Mania con un escepticismo enorme.
Todos ellos -un microcosmos urbano- resumen la compleja variedad de una
sociedad iraní que se podría imaginar mucho más cerrada
e impenetrable. Con una increíble economía de recursos, y
con imaginación infatigable, Kiarostami ofrece aquí una de
sus mejores lecciones de cine.