Carlos Fazio
Decadencia y teatralidad
Entre los fuegos de artificio del nintendo mediático que tiene como escenario de destrucción y crímenes de guerra a Irak, asistimos a un fenómeno nuevo y complejo que debido a su cercanía es difícil precisar con claridad. El proyecto criminal y genocida de George W. Bush se nutre de elementos que dieron origen a los fascismos clásicos, pero su esencia encierra cualidades propias, diferenciadas y contradictorias que, paradójicamente -como ocurrió con los totalitarismos europeos del siglo xx-, contienen en su interior signos de autodestrucción.
Entre los elementos constitutivos del nacional-providencialismo de Bush -en el marco de una sociedad fracturada, sin cohesión interna y con una elite política en crisis- podemos identificar la forma de Estado de excepción de un Estado capitalista altamente intervencionista, que ha sido definido por el demógrafo francés Emmanuel Todd (Después del imperio) como un "sistema oligárquico plutocrático militarista" en decadencia.
En su huida hacia adelante, la administración Bush ha puesto un peso decisivo en la reorganización de la hegemonía ideológica. En el marco de la guerra de conquista en Irak -como antes en Afganistán-, el show diversionista y la campaña de intoxicación propagandística de los aparatos ideológicos de Estado se pusieron al servicio de la maquinaria asesina del Pentágono, eliminando toda diferencia entre ficción y realidad.
El uso del aparato de "información" y propaganda "privado" desde "arriba" (CNN en la actual coyuntura de agresión bélica) responde a la vieja función de los representantes ideológicos (perros guardianes), reproductores de oscurantismo y antintelectualismo como forma de encubrir la dominación indirecta de la ideología imperialista del gran capital sobre la ideología "liberal" clásica. En la coyuntura, el papel de los medios monopólicos, que antes impusieron la dictadura del pensamiento único neoliberal, sustituye la función desempeñada por el partido único de masas en los fascismos clásicos; refuerza la idea del "jefe supremo" (führer) y la "cultura del jefe", y da sustento a una militarización de la sociedad y del conjunto de los aparatos del Estado. En su representación teatral -elemento sustancial y peligroso de la estetización de la política-, Bush encarna el liderazgo autoritario (Poder Ejecutivo fuerte, estatolatría), en desmedro de un Poder Legislativo que casi ha desaparecido y se ha alineado corporativamente detrás del "líder" por razones "patrióticas". Bush ha sabido explotar la ideología "moral" (el "honor", el "deber"), exacerbando la mística sobre la "nación" y su "destino manifiesto" (los vínculos del "suelo", de la "sangre", la "nación elegida").
Tanto en lo interno como en lo externo (Consejo de Seguridad de Naciones Unidas), Bush ha pretendido fijar sus propias "reglas"; su intención es que se aplique "la voluntad del jefe todopoderoso". Desde el 11 de septiembre, dentro de Estados Unidos el estado de derecho ha ido cediendo paso a un Estado policiaco, con eje en una ley patriótica que da amplios poderes a los organismos de seguridad y de inteligencia (espionaje telefónico, cateos secretos, monitoreo del uso de tarjeta de crédito con fines de control ideológico). La república liberal ha sido secuestrada y está siendo desplazada de manera paulatina por una dictadura civil clasista.
Si en Washington el gobierno ha sido sustituido por una "junta civil" (Susan Sontag), en lo externo el imperio pretende reforzar su hegemonía utilizando la violencia terrorista y genocida de una fuerza militar casi sin límites.
En estos días ha quedado exhibido el aspecto ideológico tecnocrático propio de la ideología imperialista: el culto "abstracto" de la violencia; de la eficacia y la técnica "neutra" utilizada por el militarismo del Pentágono. Durante sus representaciones públicas para "explicar" el poder devastador de sus operaciones quirúrgicas de liberación, Bush, el secretario de Defensa Rumsfeld y el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Richard Myers, han buscado explotar a fondo ese elemento ideológico, común al gran capital, del rendimiento y la eficacia.
La guerra de agresión a Irak ocurre en una fase de expansión colonialista que, sustentada en la "defensa propia" (la doctrina Bush de la disuasión preventiva) pretende reconfigurar el mapa geopolítico del orbe por la vía militar, como parte sustancial, complementaria, de una economía de grandes áreas que lleva a la incautación de "espacios vitales", al margen del derecho internacional y la soberanía de los demás estados. Bush recupera el aspecto antijurídico y, en ese sentido, el culto a lo arbitrario propio de la ideología fascista: la ley y la regla es el mandato del amo mundial.
Sin embargo, la elección de Saddam Hussein como "monstruo de tipo ideal" -al frente de un país "enano" previamente desarmado- exhibe las limitaciones de la superpotencia militar. La teoría del exorcismo (del villano a exterminar) como elemento sustitutivo para superar el síndrome del 11 de septiembre revela la construcción de enemigos insignificantes a ser sometidos mediante "actos de guerra simbólicos" (Todd). Pero la cacareada estrategia de "conmoción y pavor" ya no asusta a sus antiguos aliados de Francia, Alemania y el Vaticano, que toman distancia ante el "caos" introducido por Bush en las relaciones internacionales.
Immanuel Wallerstein ha augurado que el imperio está acelerando su declive. George Soros describió la búsqueda de la supremacía estadunidense como un proceso de boom-desplome y adelantó que, como en el mercado accionario, la "burbuja" puede reventar con devastadoras consecuencias.
A su vez, Emmanuel Todd observa un imperio depredador en decadencia, con una economía Titanic (en hundimiento), que contiene una sociedad sin cohesión y en "trance" como síntoma del declive. Un imperio cuyo "micromilitarismo teatral" desesperado, contra enemigos a modo, no puede ocultar ya la regresión de su "universalismo ideológico".