León Bendesky
Siglo americano
La guerra en Irak procede y se crean las condiciones políticas y sociales que definirán la situación cuando concluya. Algunas se van a manifestar de inmediato y otras se revelarán en plazos más largos, cuando se vayan asentado las repercusiones en la región del conflicto y las fracturas sociales en varios países. Pero mientras tanto hay elementos que ayudan a entender lo que está pasando.
Los estrategas políticos de Estados Unidos piensan que la guerra, ahora con Irak, es la única manera de recomponer un mundo amenazado por el terrorismo que apoyan de modo directo o toleran diversos gobiernos. La visión de las amenazas a la seguridad nacional y a los valores de la democracia occidental que ese país resguarda, corresponde al entorno surgido con el derrumbe de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría. Estamos experimentando de lleno las secuelas de ese trance histórico, lo que parece validar la idea de Eric Hobsbawm de que el siglo XX habría efectivamente terminado en 1990. Hoy esos estrategas estadunidenses se plantean abiertamente el proyecto para el siglo XXI que habría empezado, para poner sólo una marca, con la primera guerra de Irak en 1991. El 11 de septiembre de 2001 es un hecho clave de las nuevas expresiones de conflicto internacional.
Las premisas de la visión del nuevo siglo americano han sido elaboradas desde hace varios años y se identifica su expresión pública con una carta de enero de 1998 dirigida a Bill Clinton a raíz de la expulsión de Irak de los inspectores de armas de la ONU. En ella se argumentaba el fracaso de las medidas diplomáticas y se sostenía la necesidad de remover al régimen de Hussein mediante un ataque militar. Ese antecedente es relevante porque ubica cómo se ha ido fraguando y articulando un pensamiento estratégico por parte de los más reconocidos grupos conservadores. Igualmente, sirve para poner en perspectiva los acontecimientos claves de los últimos años, y ordenarlos hasta la crisis del Consejo de Seguridad de la ONU y el estallido de la guerra.
La identificación de estas posturas políticas ahora predominantes en el gobierno de Estados Unidos se acompaña de los nombres de quienes las formulan, y no sólo por cuestión anecdótica. Entre los firmantes de esa carta ya famosa están: Donald Rumsfeld (actual secretario de Defensa), Paul Wolfowitz (subsecretario de Defensa), Richard Armitage (secretario de Estado adjunto), John Bolton (subsecretario de Estado), Robert Zoelllick (representante para el comercio internacional) y Richard Perle (jefe del consejo asesor del Pentágono). Un hombre muy cercano a este grupo es Richard Cheney, actual vicepresidente y secretario de la Defensa en el gobierno de Bush padre. Una primera cuestión llamativa es la conformación del gobierno de Bush hijo con viejos personajes de la política más conservadora (sus respectivos currículos están todos disponibles en Internet). Otra indica que parecían estar agazapados en espera de una oportunidad para poner en acción la estrategia configurada años antes: esta apareció con los avionazos en las Torres Gemelas y el Pentágono.
Todo esto parece muy esquemático, están las piezas de un rompecabezas complicado y, claro, incompleto. Conviene evitar las teorías de la conspiración y, como hace John Le Carré, plantear el desarrollo de los hechos y de la trama. Es un grave error despreciar el pensamiento conservador americano a partir de los viejos prejuicios, sobre todo porque aquél los va superando más rápido que sus detractores, tiene más capacidad de acomodo y, lo que no puede olvidarse, tiene todo el poder de su parte.
Los planteamientos de los ideólogos más francos y articulados del nuevo pensamiento estratégico son públicos. Según Wolfowitz (Audiencia de confirmación ante el Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, febrero 27 de 2001), entre los objetivos están: i) diseñar y sostener una nueva forma de disuasión apropiada para el nuevo entorno estratégico; ii) asegurar la capacidad de las fuerzas armadas y, iii) modernizar el mando, el control y la capacidad de apoyar las necesidades del siglo XXI, lo que involucra reformar los procesos y las estructuras de todo el sistema de defensa. Todo esto cabe muy bien en la idea de poner fin a los estados que sostienen al terrorismo y que representan hoy el mayor riesgo; para ello se requiere de manera explícita usar al máximo los recursos militares, los servicios de inteligencia y la potencia económica del país.
Esto se reviste con el uso de la fuerza diplomática y la determinación política del gobierno. Y aquí entra otra vertiente de la ideología conservadora, esta vez en la expresión de Perle sobre lo inservible que ha sido el Consejo de Seguridad de la ONU desde su creación y sobre todo en el caso del ataque a Irak. Con ello se vuelve perfectamente prescindible para efectos del proyecto americano para el siglo XXI. De modo categórico ha dicho al respecto que no puede aceptar la idea de que una política requiere de la aprobación del Consejo de Seguridad, cuando la China comunista o Rusia o Francia o un grupo de dictaduras menores se niegan a hacerlo y se refugian en la defensa del orden contra la anarquía.
Estos señalamientos son parte de lo que ha ocurrido en el campo político, diplomático y militar en el último año y medio. Las posturas son explícitas y congruentes y son referencias para comprender lo que pasa y prefigurar lo que irá sucediendo en un entorno cada vez más incierto y peligroso. En ese sentido hay que reconocer la ventaja que tiene hoy la doctrina conservadora de derecha frente al pensamiento de izquierda.