Aunque siempre se le quiso encasillar en el
jazz, su trayectoria es la de un músico completo
Falleció Juan José Calatayud
Además de animar el desarrollo del jazz mexicano
dirigió las orquestas más importantes
CARLOS PAUL Y JAIME WHALEY
El pianista veracruzano Juan José Calatayud, considerado
uno de los más importantes y versátiles músicos en
los imaginativos terrenos del jazz y el blues, falleció ayer a las
9:45 horas en el hospital Santa Elena, a causa de una insuficiencia renal
severa. Tenía 74 años.
Catalayud nació en Córdoba, Veracruz, en
1939. Comenzó sus estudios de piano a los seis años y posteriormente
se graduó en el Conservatorio Nacional de Música como pianista
y director de orquesta. La crítica especializada coincide en que
el desarrollo del jazz mexicano está asociado al trabajo de pianista.
A finales de los años sesenta y principios de los
setenta fundó la agrupación 3.14.16. Su pasión desbordada
por el jazz lo llevó a tocar en las principales salas de concierto
del país, y aun después de haber sufrido un accidente automovilístico
en 1965, que lo dejo inhabitado de la cintura hacia abajo, continuó
con su carrera.
Entre sus obras más representativas como compositor
se hallan la música para El zoológico de cristal, de
Tenesse Williams; Misa en soul mayor, Variaciones para piano y orquesta
sobre I got the rythm, Preludios y fugas para piano y Jazzomatía
ballet, compuesto para el Taller Coreográfico de la UNAM.
Calatayud
dirigió, entre otras agrupaciones, la Orquesta Sinfónica
Nacional, la Filarmónica de la UNAM, la Orquesta Sinfónica
de la Universidad Autónoma Metropolitana y la Sinfónica de
Washington.
Durante sus más de 40 años de carrera artística
se presentó en foros de gran relevancia como el Palacio de Bellas
Artes, la sala Nezahualcótotl, el teatro Juárez de Guanajuato
-en distintos festivales cervantinos-, y el teatro Degollado de Guadalajara.
Además de presentarse en distintos países
de Europa y América Latina, fue maestro de música en Brasil,
Francia y Alemania.
Su producción discográfica incluye 10 elepés
y seis compactos. Entre sus galardones se cuentan una Medalla al Mérito
otorgada por la Facultad de Música de Sao Paolo, Brasil, el nombramiento
de Hijo Predilecto de su ciudad natal, así como la copia de la Cédula
Real de la ciudad de Puebla.
Por su "polifacética sonoridad", el 27 de enero
recibió un homenaje en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas
Artes.
Juan José Calatayud, apunta el crítico Antonio
Malacara, supo superar y "sonreírle a la vida como pocas personas
en este planeta''; su impresionante talento lo convirtió en uno
de los más importantes pianistas y difusores del jazz en México.
Lo despiden sus alumnos
Hablándole al maestro en su idioma, la música,
sus alumnos de la Escuela Nacional de Música de la UNAM despidieron
a Calatayud la tarde del domingo en la funeraria.
Quedamente de las violas y los instrumentos de viento
emanaron las notas del Adagio, de Tomaso Albinoni, y luego del Ave
María, de Schubert, en un postrer homenaje a su mentor, a quien
los dirigió agrupados como Orquesta Juvenil de la ENM, a quien en
múltiples ocasiones acompañaron en giras a tierras veracruzanas,
como recordó Luis Manuel Sánchez, el hoy joven conductor
del ensamble, y a quien los enseñó a enamorarse de sus amantes
y no en forma clandestina, que eso fueron algunas interpretaciones para
el bromista Calatayud como el caso de Rapsodia en azul o el Danzón
# 2, piezas que él se deleitaba en dirigir, en el caso de la
última y se recreaba en los teclados, situación en la primera
mencionada.
De las andanzas de este músico rememora Fernando
Sánchez, el bajista de aquel legendario 3.1416. Fue en el café
La Rana Sabia de la entonces incipiente Zona Rosa donde se dieron a conocer
con la compañía de un tercero, el baterista Fredy Marichal,
y de ahí se fueron al teatro Insurgentes para ganar un festival
de jazz organizado por Juan López Moctezuma. Calatayud ganaba 30
pesos diarios y dejó el trabajo para irse a casar a Córdoba
con su esposa Leticia; cuando regresó Sánchez ocupaba su
lugar, pero sin problemas se pusieron de acuerdo para acompañarse
dando así origen al trío.
''Para ser jazzista, tienes que nacerlo y, aunque sus
inicios fueron con los clásicos, Calatayud nació para esto'',
recuerda a su vez Gabriel Ferrer, integrante de aquellos Violines mágicos,
quien lo conoció hace poco más de 30 años cuando el
conjunto de cuerdas se refugió en el entonces flamante Fiesta Palace,
luego de que cerró el pomadoso restaurante Villafontana, su casa.
Calatayud entretenía a la clientela en uno de los bares del hotel.
Del lado humano de Calatayud hay coincidencias en que
fue leal y generoso. Martha Heredia, psicóloga y una de las fundadoras
del equipo deportivo de silla de ruedas en la UNAM, citó sus colaboraciones
para con la causa, recitales en lo que lo recaudado fue para proveerlos
de implementos.
Alejandro López, El Pinocho, su último
acompañante en la batería, dice que el maestro fue un acérrimo
defensor del jazz, como lo demostró cuando por ocho años
fue los fines de semana a Cuernavaca para presentarse primero en el Flamingo
y últimamente en La Concepción, actividad que tuvo que cesar
pues ya las molestias renales hacían estragos en su organismo.
De días de triunfo, aunque con cierto trabajo para
fijar fechas, habló su cuñado, Eduardo, el hermano de su
esposa, y afloro aquella presentación en Bellas Artes, quizás
en 1970, donde alternó con otro inmenso como Atenógenes Monk,
el gran Thelonius, y el techo del palacio parecía venirse abajo
por los aplausos.
Calatayud será cremado este mañana en una
funeraria García López de la colonia Juárez.
Su vocación clásica abrevó
de la lectura de calidad y una curiosidad científica siempre viva
PABLO ESPINOSA
Con el maestro Juan José Calatayud se va una parte
fundamental de la historia de la música en México. Pianista
clásico, formador e inspirador de distintas generaciones de escuchas
y de ejecutantes, la imagen del músico cordobés no corresponde
a las figuras limitantes que sirven a los mercaderes: su trayectoria vertical,
siempre
ascendente, lo ubica en cambio como un músico completo, no solamente
como un "jazzista".
Su formación escolástica es recia. Egresado
del Conservatorio Nacional de Música, integrante de una generación
que protagonizó un cambio integral en la cultura mexicana, Juan
José Calatayud completó su formación con la lectura
de los clásicos y una curiosidad científica siempre viva.
Su elección del jazz no hizo declinar jamás su vocación
clásica. Sus presentaciones como solista de la Orquesta Sinfónica
Nacional en Bellas Artes y con la Filarmónica de la UNAM en la sala
Nezahualcóyotl lo ubicaban siempre entre los melómanos como
un exacto intérprete de Gershwin y de Mozart, dos de sus querencias
mayores. Como pocos músicos, Calatayud convivió siempre con
los clásicos de concierto y con los maestros de la síncopa,
sin esa obsesión fanática de muchos que en aras de una supuesta
especialización enajenan el gusto. Al contrario, Juan José
Calatayud encabezó, con Chilo Morán, lo mejor de la cultura
jazzística de México, inclusive a contracorriente de la eterna
quejumbre que a manera de chantaje utilizan muchos en el "medio" jazzístico
para medrar. Músico de dignidad entera, Calatayud.
En su natal Córdoba, Veracruz, era cotidiana la
presencia de Beethoven y de Bach en las bocinas de su casa. Un recuerdo
de la infancia: era de mañana, un domingo (10 de octubre de 1965),
cuando un voceador del periódico El Mundo de Córdoba gritaba
por el barrio la mala nueva: Juan José Calatayud sufrió un
accidente en la carretera México-Córdoba, acompañado
de sus músicos, los integrantes de su grupo 3.1416, que junto con
el xalapeño Orbis Tertius conformaban la avanzada, desde la Atenas
Veracruzana, del jazz nacional. La noticia no sólo cimbró
el barrio cordobés donde éramos vecinos, sino que cambió
para siempre su destino, sometido desde entonces a constantes altibajos
en su salud ya una silla de ruedas en la que recorrió, empero, la
vida plena sin mayor menoscabo que la obvia inutilización de los
pedales del piano.
Precisamente en Córdoba desarrolló una suerte
de laboratorio experimental donde conjugó todos sus saberes. Con
la cantante de color Nan Redi, una leyenda también ya fallecida,
protagonizaba los domingos verdaderos happenings musicales en la
Parroquia de San José, con su Misa en soul y sus sanas irreverencias
musicales, procedimiento generoso que continuó en la Facultad de
Arquitectura de la UNAM, donde alternaba con el compositor Mario Lavista
verdaderas cátedras al piano y sus partituras con el Taller Coreográfico
de la Universidad.
Su último concierto fue glorioso: un atardecer
de dimensiones epopéyicas en el Zócalo de la ciudad más
grande del planeta, previo a la presentación del dominicano, su
igual, Michel Camilo.
El capítulo que escribió Juan José
Calatayud en la historia de la cultura mexicana es grandioso. Perderlo
duele a México íntimamente.