Marcos Roitman Rosenmann
La guerra explicada a mi hija
Hija, esta guerra puede asimilarse a los relatos e historias
de piratas. Individuos que en un tiempo se consideraron dueños de
los mares con sus propias normas de conducta. Su sobrevivencia dependía
en gran parte de respetarlas. No necesitaban mucho más. Como me
lo explicó mi maestro, parafraseando a Platón, los ladrones
necesitan creer en sus reglas para poder mantenerse en este mundo. Es la
moral de los piratas. Un código deontológico. En otras palabras,
unos principios del deber.
Los piratas, según su criterio, no son malas personas,
simplemente tratan de hacerse ricos aprovechándose de los ingenuos,
de otros piratas o de cualquiera que se ponga en su camino. No hay botín
pequeño. Todo puede ser útil en tiempos de escasez. Te diré
que algunos piratas famosos contaron con los favores de la monarquía
británica; Francis Drake, por ejemplo, se convirtió en amante
de su majestad, la reina Isabel I de Inglaterra, que posteriormente lo
nombró miembro de la corte.
En
fin, estos personajes fueron reales y en nada se parecieron a los cuentos
de El capitán Garfio o La isla del tesoro. Han sido
sujetos sin escrúpulos en busca del momento oportuno para atacar
cuando uno menos se lo espera y siempre a traición. Despliegan la
bandera de la muerte minutos antes para dejar constancia de sus objetivos.
No se andan con chiquitas. Matan, torturan, violan y de paso se apoderan
de todo lo que pueden. Si el barco les compensa se quedan con él.
A los sobrevivientes los convierten en esclavos. Actúan en solitario
y son desconfiados por naturaleza. Deben ejercer un poder tiránico
sobre su tripulación. Su dominio lo construyen partiendo del miedo
y el desprecio a la vida. Así se hacen fuertes y construyen leyendas.
El pirata Barba Roja es otro ejemplo. Continuamente deben
ir por los mares protegiendo su fama. Entre más desastres acumulen
más reconocimiento tendrán entre sus iguales. Y no olvides
que en su círculo de protegidos deben existir aduladores cuya labor
es ir vociferando sus proezas y escribir en un diario sus conquistas. La
mayoría son gente con pocas luces, aunque con gran desparpajo. La
ignorancia los hace intolerantes. Aborrecen la cultura y el saber. Provienen
de diferentes países, pero hablan el mismo idioma, aquel que menosprecia
la verdad y la dignidad. Por ello se reconocen en sus fechorías.
Hay incluso quienes desean fervientemente vivir al lado de quien es considerado
por sus iguales el gran pirata. De vez en cuando, en su grandeza, el gran
pirata ofrece fortuna a sicarios, asesinos asalariados, para que lo ayuden
en sus planes. Tampoco duda en comprar aduladores con regalos, siempre
una minucia en relación con sus fondos. Incluso tienen testaferros,
gente que se presta a figurar en vez del pirata mayor cumpliendo sus órdenes,
y también comparsas, acompañantes que no tienen personalidad
propia y le aplauden sus tropelías. A éstos -comparsas, testaferros
y aduladores- los mantiene cerca y les hace creer que son sus amigos, los
invita a fiestas y banquetes y se muestra unos instantes con ellos, el
tiempo suficiente para dejarlos contentos y que puedan vanagloriarse de
estar cerca del gran pirata. Así se sienten satisfechos y creen
formar parte del círculo de poder.
Si recuerdas te había mencionado el código
de honor de los piratas. Sin embargo, en ocasiones el gran pirata necesita
saltárselo para demostrar su poderío. Cuando eso pasa, los
piratas menores asienten con la cabeza y llegan incluso a festejarlo; es
una manera de reconocer su sumisión. A pocos se les ocurriría
decir algo. Les cortarían la lengua. Y si alguien levanta la cabeza
seguramente se la separarían del cuerpo. En fin, pocas posibilidades
tienen los detractores en el mundo de los piratas. Piensa que hablamos
desde su mundo. No desde el nuestro, que los denuncia y aborrece.
Pero no siempre les salen bien las cosas. Hay ocasiones
en que los descubren y se deben retirar. Esperar otra mejor oportunidad.
Ahora bien, cuando el botín les es necesario para seguir existiendo
y manteniendo su poder, se vuelven locos. Los ojos se les salen de sus
órbitas y el ansia de oro, hoy digamos petróleo, es tan grande
que su codicia no tiene límite. Llegados a este punto, no hay ninguna
razón que sirva para disuadirlos de su plan. No te engañes,
el gran pirata siempre tiene un plan. Sin muchos cambios sus estrategias
son previsibles: atacar, matar, destruir y arrasar. Si su fuerza es suficiente
atacará sin piedad, no le importará nada. El abordaje está
preparado y no hay vuelta atrás. No necesita más que su barco
con cañones y munición suficiente, amén de una tripulación
obediente. Y si apoderarse del botín le supone mantener su poder
por décadas no dudará en convencer a piratas menores de participar
en el ataque. Para convencerlos no necesitará mucho esfuerzo, siendo
que los otros piratas comparten sus mismos puntos de vista. Tienen sus
claves secretas, sus lugares de reunión donde se citan para emborracharse,
contarse sus fechorías, tomar mujeres y dividirse el mar. Teniendo
claro su próximo golpe se reparten las funciones: por babor, por
estribor y algunos esperando en la retaguardia. Hay que garantizar todos
los frentes.
Pero no te olvides, hija, que siempre hay uno que manda
sobre todos los demás, es el que decide y no comparte ese privilegio;
los otros acatan y se muestran complacientes, no sea que los quite de su
círculo de piratas compinches. El premio por permanecer a su lado
será participar del botín. Recibirán una parte, aquella
que él decida y en las condiciones que determine. Sin olvidar que
deben pagar los costos de la campaña. Si quieren beneficios el gran
pirata los descontará de los riesgos y percances sufridos en el
abordaje. Es posible, entonces, que los comparsas no obtengan ningún
beneficio. Si el gran pirata no pensara de esa manera antes de emprender
la guerra, no sería pirata. Por ello embauca y engaña a otros
de igual o peor condición. Al final de la campaña siempre
saldrá ganador, dejando a su alrededor una huella de muerte y tragedia
humana. Si no fuese así, no estaríamos hablando de piratas.
Hoy, los piratas no existen. Por suerte han desaparecido.
¿Pero qué digo?, sólo han cambiado de traje y de tiempo.
Hoy el pirata mayor vive en Estados Unidos, procede de una familia de piratas,
se llama Bush y sus comparsas están repartidos por el mundo. Sus
nombres, como los de todos los piratas menores, no serán recogidos
en las enciclopedias. En cualquier caso conviene que no los olvides. Si
piensas en España, es Aznar.