Carlos Martínez Garcìa
El mesianismo de Bush
Se cree y se comporta como un iluminado que no argumenta sus acciones, sino dicta sentencias que los demás deben acatar sin dudar. Quien titubea es objetivamente aliado de sus enemigos. Su pensamiento es mezcla de la literatura de autoayuda, una ideologizada lectura de la Biblia, esquematismo reduccionista de la realidad y una idea de la supremacía absoluta de la cultura anglosajona estadunidense. Todo esto alimenta el mesianismo de George W. Bush.
Resultado de su propio camino a Damasco (expresión que se usa principalmente en medios evangélicos para hablar de la conversión, cuya primera referencia se encuentra en el Nuevo Testamento, en Hechos 1:1-19, donde se narra la experiencia que llevó a Pablo al seno del cristianismo), la vida de presidente de Estados Unidos tuvo una transformación cuando se unió a un grupo de estudio bíblico poco después de haber cumplido 40 años. A partir de entonces abandonó el alcoholismo y recompuso su relación matrimonial con Laura, de familia metodista. A George le gusta recordar que hace 17 años le dio un nuevo sentido a su existencia.
Puede ser que por convicción genuina, a la que no estaría ajena el diseño de una calculada estrategia política, sienta que tiene un mandato divino para preservar lo que entiende por libertad. Desde los atentados del 11 de septiembre redujo todo al enfrentamiento entre el mal, representado por los integristas islámicos y quienes sin serlo apoyan sus actividades terroristas, y las fuerzas del bien que él comanda para protección del mundo libre.
Aunque no en los supuestos, en los resultados finales de este discurso coinciden la derecha neoevangélica, los supremacistas blancos, los partidarios de una versión caricaturizada de lo que Samuel P. Huntington llamó el choque de civilizaciones, las elites militaristas del Pentágono y grupos financieros y empresariales que se frotan las manos ante los beneficios económicos que les traerá la guerra. Es la coincidencia de éstos, entre muchos otros intereses, los que respaldan el mesianismo del presidente estadunidense. Sería un error decir que son las convicciones teológicas personales de Bush las que explican el ánimo bélico de Estados Unidos. Más bien confluyen con intereses muy terrenales y secularizados del conglomerado político-económico que tiene pulcramente calculados los costos y beneficios de atacar a Irak.
El mesianismo bushita tiene componentes religiosos, pero también una diseñada geopolítica en cuya elaboración interviene todo un ejército de think tanks formados en las mejores universidades estadunidenses. En este sentido no estamos, nada más, frente a un iluminado que reparte invectivas contra el eje del mal, sino ante un complejo económico, político, científico y militar que busca rediseñar el mundo de acuerdo con los intereses de una potencia que vislumbra peligros a su hegemonía. Y no cabe duda de que el mesianismo presidencial echa mano de todo lo que esté a su alcance para convencer al pueblo estadunidense de que la próxima guerra es para salvaguardar la libertad del mundo, asediada por fanáticos como los que perpetraron el ataque a las Torres Gemelas. Entre los recursos discursivos se encuentra el factor religioso. La cercanía de Bush con líderes del conservadurismo neoevangélico, no de ahora sino desde hace década y media, le proporciona la certeza de que la influencia de esos líderes en un sector importante de la sociedad estadunidense le brinda a su política un apoyo significativo y determinante en algunas regiones de la nación para enfrentar a los hacedores del mal.
Lo que hace peligrosa la idea mesiánica que tiene Bush, y las elites que le acompañan, respecto de erradicar el terrorismo es que su mesianismo está respaldado por enormes recursos económicos y un devastador poder militar. Sentirse elegido, ya sea por mandato divino o por designios de una tribu, no representa gran peligro para los otros en tanto que el personaje imbuido de esa noción carezca del poder real para dominar a quienes se niegan a rendirle pleitesía. Pero en el caso de George Bush, bien sabemos que las suyas no son prédicas al aire, él sí cuenta con el suficiente poder bélico para doblegar a sus adversarios. También posee los hilos económicos que pueden castigar a quienes se niegan a darle el visto bueno a la salvaje escalada contra Irak. Cuando se conjugan mesianismo y poder el peligro se acrecienta para todos los que no son sus adoradores ni le ofrecen incienso.
De un lado está la abrumadora retórica mediática de Bush, del otro las conmovedoras e impresionantes acciones que una gran parte del pueblo estadunidense lleva a cabo para detener la guerra. Millones han salido a las calles para demostrar que no están dispuestos a doblar la rodilla ante el nuevo Baal. Le anteponen sus movilizaciones al mesianismo que los quisiera estáticos y obedientes.