El animal moribundo
La más reciente novela de Philip Roth, El animal moribundo (Alfaguara), es una de esas obras maestras que toma tiempo digerirlas, ocupar su lugar en la historia de la literatura, ser valoradas en su cabalidad, pero cuyo efecto es inmediato, demoledor, diríase brutal de tan insondable su belleza. Como suele suceder con las obras clásicas, el sustrato tensional, la arquitectura interior de este relato magistral es la convivencia natural de los tensores Eros y Tánatos, llevados al extremo.
La conjugación insólita de arte y erotismo, arte y pornografía, arte y sexo está tan bien lograda que resulta una de las muchas aguas tibias, de los hartos hallazgos de esta novela genial: arte y erotismo, arte y pornografía, arte y sexo son lo mismo, tan lo mismísimo como sexo y muerte, como amor y muerte, como Eros y Tánatos en su ying y yang. Sólo el fulgor de la belleza y el sexo puede ayudarnos a enfrentar la fuerza del destino, dice verdianamente Roth en su novela, al mismo tiempo que revela el aspecto más sexual de las partituras de Mozart, de las esculturas de Brancusi, la belleza más recóndita y tan llena de ternura escondida en el sexo de una mujer.
La unidad narrativa, estructura de granito de esta novela hace brincar de estupor, convulsiona, sorprende, esplende. Maravilla. Una dignísima manera de cumplir 70 años la de Philip Roth, con una novela que se suma a sus obras tan magistrales. Es de esperarse, por último, que Alfaguara vuelva a poner en circulación el catálogo magnífico de este gran maestro de la literatura contemporánea, tan altus, virtus, fortius como su semejante, el maestro J.M. Coetzee, ambos genios dignos del Nobel todavía no valorados por los muchos lectores que se están perdiendo de ellos, pero tan llenos de piezas magistrales en sus plumas.
PABLO ESPINOSA