Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 18 de marzo de 2003
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Mundo
VIENTOS DE GUERRA

La capital iraquí parecía avanzar hacia la historia con pasos de sonámbulo

Ultimas horas de fantasía en Bagdad

Se avecina terremoto de factura occidental que amenaza la cultura del mundo árabe

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

Bagdad, 17 de marzo. Para Bagdad, la noche de hoy es la mil y una, las últimas horas de fantasía. Mientras los inspectores de la Organización de Naciones Unidas (ONU) se preparaban para salir de esta capital en las primeras horas de la madrugada del martes, Saddam Hussein ha designado a su hijo Qusay para dirigir la defensa de la ciudad de los califas contra la invasión estadunidense. Pese a todo, esta noche, en el club de las fuerzas armadas, encontré a los defensores jugando futbol. La televisión prepara con música de Gladiador a los pobladores de Bagdad para el bombardeo. Entretanto, los iraquíes continuaban con la tarea de desarmar a una nación a punto de ser invadida, observando la destrucción de dos misiles Al-Samoud más.

Los inspectores de la ONU, a pocas horas de empacar, incluso se turnaron para observar este último episodio del desarme que los estadunidenses han exigido en forma tan ferviente y que ahora carece ya de todo interés para ellos. Idos los inspectores, ya nada impedirá a las fuerzas aéreas angloestadunidenses empezar el bombardeo de las ciudades iraquíes.

¿Será, pues, Bagdad una nueva Stalingrado, como dice Saddam? No da esa impresión. Los caminos están abiertos, a menudo no hay soldados en los retenes, los que están en la ciudad fuman cigarrillos afuera de sus cuarteles. Desde la ribera del río Tigris -versión calurosa, lodosa y azolvada del Volga de Stalingrado-, observé hoy por la tarde a pescadores que lanzaban sus anzuelos en procura de una variedad local que los bagdadíes gustan de comer después del anochecer. ¿Que fue retirada la resolución del Consejo de Seguridad? ¿Que Blair convocó a una reunión urgente de gabinete? ¿Que Bush dirigirá un mensaje al pueblo estadunidense? Bagdad, según parece, avanza hacia la historia con pasos de sonámbulo.

¿Cómo es posible que haya encontrado esta noche a iraquíes haciendo cola en el cine Simbad de la calle Saadun, donde exhiben esa antigua cinta egipcia Vidas privadas, anunciada con carteles que ilustran las generosas proporciones de la heroína? Pregúntele a cualquier iraquí y le dirá que la adoran más que a Saddam. Y además, ¿por qué no? Llevan más de dos décadas oyendo la misma cantinela. Cierto, los periódicos del partido Baaz informan sobre las marchas y protestas por la paz en el mundo... como si el tal Bush fuera a retirar sus 250 mil hombres sólo porque los jordanos quemaron banderas estadunidenses el domingo.

Escasos signos de la tempestad que se aproxima

El desapego de la realidad es extraordinario, como si en Bagdad respiráramos un aire diferente, como si existiéramos en un planeta muy apartado de los B-52 y los Stealth y los misiles crucero y la Madre de todas las bombas, que pronto harán cimbrar la tierra bajo nuestros pies. La historia y la cultura del mundo árabe están a punto de recibir la visita de un terremoto de factura occidental, de magnitud jamás sentida. Incluso la secuela de la Primera Guerra Mundial y el colapso del imperio otomano resultarán redundantes en las próximas horas. Y sin embargo en la ribera del Tigris se levanta una enorme estatua, envuelta en gasas y mantas, un monolito de proporciones épicas que aguarda la develación de otra efigie de bronce de Saddam Hussein.

Entre los vapores del tráfico de Bagdad, entre sus viejos taxis amarillos, sus flamantes autobuses de dos pisos y sus camiones, buscaba yo este lunes signos de la tempestad que se aproxima. Había algunos. Filas de automovilistas en las gasolineras, tratando de llenar el tanque por última vez; un puñado de tiendas de antigüedades que cerraban sus puertas por el tiempo que dure la contingencia, un grupo de trabajadores que retiraban las computadoras de un ministerio, como hicieron los serbios antes de la visita de la OTAN a Belgrado, en la primavera de 1999.

¿Acaso no sabían los iraquíes lo que iba a pasar? ¿No lo sabía Saddam? Sólo me viene a la mente el notable y reciente relato de un ex embajador cubano que formó parte de la delegación enviada por Fidel Castro en 1990 para convencer a Saddam de que Estados Unidos lanzaría en su contra un ataque abrumador si no se retiraba de Kuwait. "He recibido varios informes en ese sentido", contestó Saddam. "Nuestro embajador en Naciones Unidas me los envía y la mayoría de las veces terminan allí", añadió, señalando un depósito de basura de mármol que estaba en el piso.

¿Será que el depósito de mármol sigue llenándose con reportes similares? La televisión iraquí nos volvió a informar hoy que Saddam en persona decía que, si bien Irak contó en el pasado con armas de destrucción masiva, ya no existen en la actualidad. Son las armas estadunidenses de destrucción masiva y su patrocinio de Israel lo que amenaza al mundo, añadió.

Todo el día, un avión C-130 estuvo tostándose al sol en la pista del Aeropuerto Internacional Saddam -hay otros dos aviones de transporte de la ONU en Chipre-, listo para sacar de Irak a los 140 inspectores antes que Bush y Blair lancen su escalada. Nadie pregunta lo obvio: ¿por qué los inspectores se molestaron en venir? Si los británicos, como afirmó anoche el procurador general, no necesitaban la resolución 1441 para preparar la guerra porque estaban justificados por anteriores resoluciones, ¿por qué demonios votaron a favor de ella? Porque esperaban que Saddam se negaría a aceptar a los inspectores de nuevo o, como expresó ayer en términos simples el propio Hussein, "los inspectores vinieron a no encontrar nada". Esta clase de argumento no tiene público en Bagdad. El cinismo con que estadunidenses y británicos hacen mal uso de la ONU sólo puede ser igualado por otra clase de cinismo, cuya figura central es esa tan ostentosamente adorada en las calles de la ciudad que se levanta a orillas del Tigris.

Un grupo de "activistas por la paz" venidos del extranjero se colocaron tomados de las manos a lo largo del barandal del puente más largo de Bagdad: viejos y jóvenes musulmanes estadunidenses y un budista unidos en oración, sonriendo a los automovilistas iraquíes, que en su mayoría los tiraban a locos. Era como si los iraquíes se conmovieran menos que los extranjeros por esta manifestación, como si sus años de sufrimiento los volvieran complacientes con la terrible realidad que se les viene encima.

Luego vinieron nuevas noticias del Comando del Consejo Revolucionario. Su último decreto -firmado, desde luego, por su presidente, Saddam Hussein- anunció el nombramiento del general Ali Asan al-Majid como comandante de la zona sur de Irak, que comprende a Basora, el primer objetivo de la invasión estadunidense. No necesitamos recordar que el general Ali Asan es conocido como Señor Químico por sus ataques con gas sobre los kurdos en Halabja. ¿Qué mensaje envía esto a los estadunidenses? ¿Y a los iraquíes? ¿O será ahora un título honorario para una fuerza que será arrasada por los tanques estadunidenses?

Al anochecer fui al gran monumento en forma de cascarón de huevo que Saddam levantó al medio millón de iraquíes muertos en la guerra de 1980-1988 contra Irán, en cuyo basamento se encuentran tallados en el mármol los nombres de los caídos. "La esperanza viene de la vida y trae fuego al corazón", reza una de las líneas del poema árabe inscrito en la base. Pero las parejas sentadas en el césped alrededor del monumento no vinieron a recordar a sus seres queridos: son parejas de estudiantes enamorados cuyo único comentario político -al darse cuenta de la presencia del "comisario" por encima de mi hombro- fue: "hemos soportado la guerra muchas veces, estamos acostumbrados a ella".

Así que me quedé con un pensamiento herético. ¿Acabará Bagdad siendo una ciudad abierta, mientras sus defensores se trasladan al norte para proteger la patria chica de Saddam y la población capitalina es abandonada para descubrir por sí misma las alegrías y traiciones de una ocupación estadunidense? Supongo que todo depende de las próximas horas y días, de cuántos civiles podrán los estadunidenses y británicos matar en su guerra supuestamente moral. ¿Tendrán los iraquíes que levantar otro monumento a sus muertos? ¿O lo haremos nosotros?

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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