TOROS
En corrida a beneficio del gremio taurino Herrerías
se clavó 70% de las ganancias
José María Luévano ganó
ayer en forma merecida la Oreja de Oro
Rafael Ortega cobró un estoconazo Los veteranos
recibieron cuatro avisos
LUMBRERA CHICO
Tras un concurso de gritos a cargo del público
-"Or-te-ga, Or-te-ga" versus "Luevanó, Luevanó"-, el ex juez
de plaza y actual líder charro de la Asociación Nacional
de Matadores de Toros y Novillos, Luis Corona, decidió otorgar el
trofeo de la Oreja de Oro a José María Luévano, con
lo que éste se convirtió, por donde quiera que se le vea,
en el máximo triunfador de la Estafa Grande 2002-2003.
Del
resto del festejo de ayer, taurinamente hablando, poco hay que decir. El
rejoneador potosino Rodrigo Santos, vestido con una horrible casaca lusitana,
se divirtió galopando e hiriendo a Carnaval, novillo pronto
de la vacada de Arturo Huerta, con 499 kilos, pero a la postre su actuación
no le dijo nada a nadie.
Miguel Espinosa Armillita chico, incrustado sin
justificación alguna en el cartel, hizo lo mismo de siempre ante
Modelo del hierro de Julio Delgado, negro bragado de 538, y se retiró
al burladero como siempre entre abucheos y mentadas de madre. Jorge Gutiérrez
quiso pero no pudo ante Romero, otro manso perdido de 509, de la dehesa
queretana de Bernaldo de Quiroz.
Eulalio López El Zotoluco se las vio con
Color Esperanza, cárdeno bragado y playero de Teófilo
Gómez, con 465, al que le cuajó buenos muletazos por la derecha,
pero nada pudo concretar porque el bicho terminó rajado. Cabe señalar
que esos tres experimentados diestros cosecharon un total de cuatro avisos
por su pésimo desempeño con el estoque.
En la segunda parte de la función, a cargo de los
jóvenes, Rafael Ortega intentó arrimarse con capote, banderillas
y muleta al cambiante Orgulloso de Xajay, cárdeno bragado
y caribello de 460 kilos, que fue bravísimo ante el caballo pero
en el tercio final acabó soseando. En un arrebato de pundonor extremo,
Ortega cobró un estoconazo en todo lo alto, que partió en
cuatro gajos el corazón de la bestia, pero como se entregó
dejando el cuerpo entre los pitones se llevó un fuerte golpe en
una pierna, y se puso de pie cojeando mientras el animal rodaba sin puntilla
en un lago de sangre clara. Eso impresionó de tal modo a la gente
que primero sacó los pañuelos y le dio la oreja, y después
se desgañitó coreando su nombre a la hora de "votar" por
él.
Fue, quizá, el volapié más espectacular
de la Estafa Grande y sin duda le valdrá un premio, pero en justicia,
José María Luévano, que acto seguido se encargó
de Cervezero (sic), de De Santiago, negro bragado de 480, realizó
una labor más consistente, al lograr una ceñida faena de
muleta sacándose cada pase de la manga con una mezcla de pertinencia,
valor, colocación y sentido del ritmo, y como lo mató estupendamente,
el público también lo premió con una oreja, con la
cual el hidrocálido redondeó un total de siete apéndices
en cinco tardes. Así, el fallo de Luis Corona, que le valió
la Oreja de Oro, fue acertado e indiscutible.
Para cerrar el último maratón taurino que
vio la Monumental Plaza Muerta antes de la guerra mundial que está
a punto de estallar, Ignacio Garibay derrochó ganas frente a Broche,
cárdeno nevado de San Marcos, con 468, pero se fue inédito,
y Fermín Spínola dio cátedra de buen gusto y bordó
una bien ligada faena de medios muletazos a media altura con el inválido
Atractivo, de la divisa de Reyes Huerta, que fue incapaz de cargar
los 485 kilos que le atribuía la pizarra.
A la corrida a beneficio de la Asociación de Matadores
acudieron 18 mil personas, lo que a 70 pesos el boleto en promedio significa
un ingreso de un millón 260 mil pesos, de los cuales el "empresario"
Rafael Herrerías entregará sólo 100 mil a ese gremio,
al que por lo demás adeuda otros 600 mil por concepto de cuotas
atrasadas y derechos de televisión. O sea que fue un robo en despoblado,
porque cada diestro tuvo que conseguir su toro con el ganadero, por lo
cual, descontando los gastos muertos que implica la apertura de la plaza
ídem (un millón) y su "generoso" obsequio al sindicato de
los coletudos -que no cobraron nada por torear-, la empresa del doctor
R, finalmente, logró obtener una utilidad neta de 160 mil pesos.
¡Felicidades!