CIUDAD PERDIDA
Miguel Angel Velázquez
Las caras nuevas de la rebeldía
PASABA APENAS LA hora de la comida de lo que podría
ser el último sábado de paz sobre la tierra, y un grupo de
jóvenes, vestidos y peinados con la rebeldía que contradice
su tiempo, se juntaban en una esquina de la colonia Condesa.
ERA IMPOSIBLE NO saber sus intenciones. Llevaban
carteles y buscaban entre gritos la consigna más apropiada. No iban
de fiesta. No era sábado de reventón, cuando menos
esa tarde sería dedicada a otra cosa: la protesta contra las intenciones
asesinas del gobierno de Bush por masacrar a Irak.
EN MENOS DE media hora los jóvenes ya habían
abandonado las calles de la Condesa para sumarse a otros rebeldes de su
edad que querían gritar a quien los escuchara; su decisión
de luchar desde la calle, desde lo que les pertenece, que nadie, por poderoso
que sea, les puede arrebatar su futuro.
DESPUES ME ENTERE de que no habían concurrido
en grandes cantidades, pero eso sí, llenaban Reforma con palabras
e imaginación, con la inmensa valentía de quien se enfrenta
a todo el poder, a todo el terror, y uno, la verdad, se siente orgulloso
de saber que las calles de la ciudad, además de servir a los ladrones
y a los políticos deshonestos, también pueden ser ocupadas
por gritos contra la guerra.
PERO EL GUSTO duró poco. En la radio, fulanito,
"que amablemente nos llama desde su celular", se manifestaba verdaderamente
molesto por la marcha de los jóvenes que le impedían el paso.
A ESA LLAMADA seguían otras de "amable molestia"
de quienes se hallaban atrapados en el caos vehicular causado por la marcha
en contra de la guerra. La gente tenía prisa y parecía que
a nadie le importaba la proximidad de la guerra, aunque el Leviatán
prepare la muerte apenas al otro lado de nuestra frontera.
PARECIA COSA DE broma, esa gente clamaba por su
derecho de seguir hacia su destino inmediato cuando los gritos en la calle
exigían, precisamente, que no se truncara el futuro por el capricho
de un trío de rufianes enloquecidos.
PERO ERAN ELLOS en su individualidad, en su coche,
con su celular, con sus ansias de llegar a su cita, para hacer lo que cada
uno de ellos había planeado para su tarde del sábado. Lo
demás: la destrucción, la masacre, la muerte, no era su asunto.
TOTAL, EL YANQUI Castañeda
y Krauze se han esforzado por contarles a los que tienen prisa que no hay
salida, que otro mundo no es posible y que la felicidad única está
al lado del que hace la guerra, o el que invade o el que impone su fuerza
y no entiende de razones de cualquier tipo.
PERO DE CUALQUIER forma los que dijeron no a la
guerra, no a Bush, no a José María Rebuznar, y no
al débil y tonto Blair y sí a la vida, están en plena
rebelión y cada vez son más.
Y YA NO son los mismos de siempre, ahora están
las caras nuevas, los nuevos atavíos, la gente del futuro que tiene
dudas del mañana, esos que se preocupan por los otros, aunque llamen
de su celular para insultarlos, esos que son más ellos mismos.
EN FIN, Reforma se llenó de esas dos visiones
del mundo, la de los gritos de rebeldía y la de las prisas inconscientes,
pero ahora sí se puede decir que México, aunque ahora sólo
sean unos cuantos, empieza a cambiar, aún en contra de los presagios
negros del yanqui y Krauze.
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