Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 17 de marzo de 2003
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Política
Jorge Santibáñez Romellón*

¿Qué queremos con nuestros vecinos?

El asunto del voto mexicano en el seno del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas en torno a la cercanía o lejanía de las posiciones de Estados Unidos ha puesto en la mesa varios temas de los que resulta importante reflexionar, no por el voto en sí, sino por el futuro de México. Quizá los dos más importantes sean la dirección futura de nuestra política exterior y las bases de la relación con Estados Unidos.

El asunto del voto ha hecho evidente que no tenemos claro cómo articular en un mismo discurso y práctica nuestros intereses con nuestros principios y que en esta lógica no tenemos una visión nítida de nuestra política exterior. En esta confusión hay incluso quien ha pensado y argumentado que ambos conceptos se contraponen como enemigos naturales y que uno debe "ganar al otro".

Cuando digo "no tenemos" no me refiero solamente al Presidente o al secretario de Relaciones Exteriores, sino a la sociedad en su conjunto. Por supuesto que no espero que algún día todos los mexicanos estemos de acuerdo en esta discusión (esto no ocurre en ninguna sociedad ni en ningún tema), pero de eso a que oscilemos entre posiciones contrarias y que un día opinemos una cosa y al día siguiente la contraria o que actores relevantes de la vida nacional, que se suponen en el mismo bando, tengan opiniones diametralmente opuestas, hay una diferencia muy grande.

El asunto de la relación con Estados Unidos, que por cierto no es independiente del tema anterior, es aún más complejo y desde mi punto de vista más importante y urgente de resolver.

Desde que recuerdo, desde que era niño, los sentimientos de los mexicanos hacia Estados Unidos se desenvuelven en una contradicción que no se ha acabado de resolver. Por un lado, en términos sociales los gringos son objeto de burla y en ocasiones se llega a sentir hacia ellos profundo desprecio por su forma de vida, sus costumbres o su cultura (o la ausencia de ella, según algunos), mientras, por otro lado, se admira la calidad de lo que producen, su nivel de vida, su eficiencia y funcionalidad en aspectos cotidianos. Los criticamos, pero a la primera oportunidad buscamos visitarlos o hacer negocios con ellos.

Nuestros gobiernos no se comportan de manera muy diferente. Sobran ejemplos en nuestra historia reciente en los cuales se asume una posición en público o en México y una muy diferente, a veces opuesta, en privado o en Estados Unidos.

Dados los niveles de dependencia entre los dos países, me parece que va siendo tiempo de que estos asuntos se aborden con más seriedad y, por supuesto, más congruencia y con una visión de mediano y largo plazos. Algunos datos pueden ayudar a construir esa visión.

Casi bajo cualquier indicador, Estados Unidos es el destino de cerca de 90 por ciento de nuestras exportaciones. Lo que nos compran se envía de ese país a México o lo que consumen cuando nos visitan como turistas representa la principal fuente de divisas para México.

En Estados Unidos viven cerca de 24 millones de mexicanos, de los cuales 9 millones nacieron en México, 4 millones son indocumentados y 11 millones viven a menos de dos horas de la frontera con México. Es el principal destino de los mexicanos que salen del país, independientemente del motivo del viaje. En algunos estados, como California y Texas, la población de origen mexicano representa la cuarta parte de los residentes. Ningún país del mundo tiene a tantos de sus ciudadanos viviendo en otro país. La frontera entre los dos países, con una extensión de 3 mil 200 kilómetros y habitada por 12 millones de personas, es testigo de aproximadamente un millón de cruces diarios, la más transitada del planeta.

No se trata de hacer la apología de Estados Unidos o de dar cátedra acerca del tipo de relación que debemos tener con ellos. Mucho menos sugerimos que, en virtud de los datos anteriores, nos subordinemos de manera automática.

Se trata, simplemente, de asumir una realidad y funcionar en consecuencia, de evitar el antiyanquismo simplista, la oposición mecánica o la subordinación y el entreguismo absoluto, pero también de reflexionar, como sociedad, acerca del tipo de relación que queremos con nuestros vecinos, de aceptar que esa relación va más allá de un voto y de que, finalmente, como en cualquier relación, debemos dar y recibir, hay derechos y obligaciones, ventajas y compromisos. Las cosas se obtienen a cambio de algo y es mejor que pensemos qué es ese "algo", antes de repetir la historia y ceder a cambio de nada.

* Presidente de El Colegio de la Frontera Norte

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