Jorge Santibáñez Romellón*
¿Qué queremos con nuestros vecinos?
El asunto del voto mexicano en el seno del Consejo de
Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas en torno a la
cercanía o lejanía de las posiciones de Estados Unidos ha
puesto en la mesa varios temas de los que resulta importante reflexionar,
no por el voto en sí, sino por el futuro de México. Quizá
los dos más importantes sean la dirección futura de nuestra
política exterior y las bases de la relación con Estados
Unidos.
El asunto del voto ha hecho evidente que no tenemos claro
cómo articular en un mismo discurso y práctica nuestros intereses
con nuestros principios y que en esta lógica no tenemos una visión
nítida de nuestra política exterior. En esta confusión
hay incluso quien ha pensado y argumentado que ambos conceptos se contraponen
como enemigos naturales y que uno debe "ganar al otro".
Cuando digo "no tenemos" no me refiero solamente al Presidente
o al secretario de Relaciones Exteriores, sino a la sociedad en su conjunto.
Por supuesto que no espero que algún día todos los mexicanos
estemos de acuerdo en esta discusión (esto no ocurre en ninguna
sociedad ni en ningún tema), pero de eso a que oscilemos entre posiciones
contrarias y que un día opinemos una cosa y al día siguiente
la contraria o que actores relevantes de la vida nacional, que se suponen
en el mismo bando, tengan opiniones diametralmente opuestas, hay una diferencia
muy grande.
El asunto de la relación con Estados Unidos, que
por cierto no es independiente del tema anterior, es aún más
complejo y desde mi punto de vista más importante y urgente de resolver.
Desde que recuerdo, desde que era niño, los sentimientos
de los mexicanos hacia Estados Unidos se desenvuelven en una contradicción
que no se ha acabado de resolver. Por un lado, en términos sociales
los gringos son objeto de burla y en ocasiones se llega a sentir
hacia ellos profundo desprecio por su forma de vida, sus costumbres o su
cultura (o la ausencia de ella, según algunos), mientras, por otro
lado, se admira la calidad de lo que producen, su nivel de vida, su eficiencia
y funcionalidad en aspectos cotidianos. Los criticamos, pero a la primera
oportunidad buscamos visitarlos o hacer negocios con ellos.
Nuestros gobiernos no se comportan de manera muy diferente.
Sobran ejemplos en nuestra historia reciente en los cuales se asume una
posición en público o en México y una muy diferente,
a veces opuesta, en privado o en Estados Unidos.
Dados los niveles de dependencia entre los dos países,
me parece que va siendo tiempo de que estos asuntos se aborden con más
seriedad y, por supuesto, más congruencia y con una visión
de mediano y largo plazos. Algunos datos pueden ayudar a construir esa
visión.
Casi bajo cualquier indicador, Estados Unidos es el destino
de cerca de 90 por ciento de nuestras exportaciones. Lo que nos compran
se envía de ese país a México o lo que consumen cuando
nos visitan como turistas representa la principal fuente de divisas para
México.
En Estados Unidos viven cerca de 24 millones de mexicanos,
de los cuales 9 millones nacieron en México, 4 millones son indocumentados
y 11 millones viven a menos de dos horas de la frontera con México.
Es el principal destino de los mexicanos que salen del país, independientemente
del motivo del viaje. En algunos estados, como California y Texas, la población
de origen mexicano representa la cuarta parte de los residentes. Ningún
país del mundo tiene a tantos de sus ciudadanos viviendo en otro
país. La frontera entre los dos países, con una extensión
de 3 mil 200 kilómetros y habitada por 12 millones de personas,
es testigo de aproximadamente un millón de cruces diarios, la más
transitada del planeta.
No se trata de hacer la apología de Estados Unidos
o de dar cátedra acerca del tipo de relación que debemos
tener con ellos. Mucho menos sugerimos que, en virtud de los datos anteriores,
nos subordinemos de manera automática.
Se trata, simplemente, de asumir una realidad y funcionar
en consecuencia, de evitar el antiyanquismo simplista, la oposición
mecánica o la subordinación y el entreguismo absoluto, pero
también de reflexionar, como sociedad, acerca del tipo de relación
que queremos con nuestros vecinos, de aceptar que esa relación va
más allá de un voto y de que, finalmente, como en cualquier
relación, debemos dar y recibir, hay derechos y obligaciones, ventajas
y compromisos. Las cosas se obtienen a cambio de algo y es mejor que pensemos
qué es ese "algo", antes de repetir la historia y ceder a cambio
de nada.
* Presidente de El Colegio de la Frontera Norte