Neil Harvey*
México ante la guerra en Irak
La política exterior mexicana tradicionalmente
ha sido basada en dos puntos centrales: el derecho a la autodeterminación
y el principio de la no intervención. El compromiso del gobierno
con estos ideales está siendo probado como nunca antes. Como miembro
no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, México pronto
tendrá que votar sobre la resolución presentada por Estados
Unidos y Gran Bretaña para el desarme de Irak antes del 17 de marzo.
La cuestión de cómo va a votar México es también
una cuestión acerca de la relación de largo plazo entre México
y Estados Unidos y la posición del mismo México en el mundo.
Entre
1945 y mediados de los 80, las élites de México y Estados
Unidos participaron en un juego de imágenes. El gobierno estadunidense
dejó que México apareciera independiente en temas de segunda
importancia, mientras aseguraba que apoyaría a Estados Unidos cuando
fuera necesario. Este juego permitió a los gobiernos priístas
presentar una imagen nacionalista en el interior del país, sin que
esto pusiera directamente en peligro los intereses de Estados Unidos. Sin
embargo, durante los pasados 15 años se ha desmantelado cualquier
apariencia nacionalista, debido al acercamiento de las nuevas élites
políticas y económicas mexicanas con los intereses de los
grupos dominantes estadunidenses. Aunque la elección de Vicente
Fox acabó el reinado del PRI, su política exterior ha confirmado
su convergencia con la del país vecino. Ejemplo de ello fue en Monterrey
hace un año, cuando Fox pidió a Fidel Castro que dejara la
Conferencia sobre el Financiamiento para el Desarrollo antes de la llegada
de Bush.
La imagen que se ha cultivado en años recientes
no es la de una nación que se oponga a la hegemonía de Estados
Unidos en el hemisferio ni en el mundo. En su lugar, la nueva imagen es
la de un socio respetuoso que coopera con la última superpotencia.
Salinas fue quien impulsó esta revisión de la relación
bilateral en 1989, cuando argumentó que México debía
ver su cercanía con Estados Unidos como un punto positivo y no negativo.
Su vigorosa campaña en favor del TLCAN llevó esta idea a
la práctica, beneficiando a nuevos grupos de la elite. Desde entonces,
estos grupos han cultivado una nueva imagen internacional en la cual México
figura como socio confiable de Estados Unidos frente a la competencia global.
La nueva política exterior también buscó elevar a
México a una posición de igualdad en el escenario internacional.
De esta manera se entiende la decisión de buscar un lugar en el
Consejo de Seguridad. La imagen que Fox busca crear no es la nacionalista
de antaño, sino la de un miembro igual de la comunidad económica
y diplomática global.
Sin embargo, esta imagen es contradictoria con la realidad
de dependencia económica frente a Estados Unidos y el apego a un
acuerdo de libre comercio cuyos beneficios se concentran en una minoría
privilegiada. Una imagen de socios iguales sólo tendrá eco
entre la mayoría de la población cuando se reduzca la capacidad
Estados Unidos para actuar unilateralmente en temas de importancia para
México.
En México hay un rechazo muy grande hacia la guerra.
Todos los partidos declararon hace una semana que apoyarían al presidente
para resistir presiones de Estados Unidos. Aunque algunos han hablado de
las graves consecuencias para México si el gobierno decide votar
en contra, no están claro cuáles son los beneficios de un
voto en favor. Algunos hablan de la posibilidad de reactivar las discusiones
sobre un eventual acuerdo migratorio, pero esta es una ruta muy perversa
para lograr el respeto de los derechos de los inmigrantes. Además,
en un escenario de guerra los derechos civiles se limitarán aún
más, sobre todo para los inmigrantes. Los inmigrantes deben gozar
de sus derechos porque viven y contribuyen a la sociedad, no porque representan
algo que se puede canjear para facilitar la aprobación de una nueva
guerra de dimensiones incalculables.
El hecho de que el gobierno de Fox no haya logrado una
real y respetuosa cooperación por parte de Estados Unidos no quita
la posibilidad de que el gobierno vote en favor de la resolución
en el Consejo de Seguridad. En vez de diseñar una estrategia que
pudiera llevar a una transformación de la relación bilateral,
el gobierno parece más interesado en mantener la nueva imagen de
socio confiable. Quizá la realidad de la relación económica
no permite otra decisión y si es así demuestra con toda claridad
la debilidad de la posición mexicana. Sin poder ni siquiera esperar
concesiones de Estados Unidos, Fox se sentirá obligado a apoyar
a Bush. Pero hay que recordar que un voto así mantendrá una
relación desigual, no una afirmación de respeto entre iguales.
Un voto por la guerra no sólo destruye vidas y la autodeterminación,
sino también expresa la subordinación de México a
la política exterior de Estados Unidos.
* Historiador inglés autor de La Rebelión
de Chiapas, Ed. Era. Catedrático de la Universidad de Las Cruces
en Nuevo México