Clío y la memoria
Enrique González Pedrero
El Fondo de Cultura Económica (FCE) pondrá
en circulación
el segundo tomo, monumental, voluminoso, profusamente
ilustrado,
del libro titulado País de un solo hombre:
el México de Santa Anna. Este segundo volumen se subtitula La
sociedad del fuego cruzado 1829-1836 y consta de 852 páginas.
El primer tomo, La ronda de los contrarios, se publicó en
1993, en 684 páginas, y el autor prepara un tercer y último
volumen. Con autorización del FCE, presentamos un mínimo
adelanto de tan descomunal trabajo: las primeras páginas de la introducción
La infancia de las naciones, como la de los hombres, marca
su destino: allí se entretejen algunas de las coordenadas que depués,
a lo largo de la historia personal y pública, siguen caracterizando
a los individuos y a los pueblos. No quiero decir que una fatalidad de
tragedia griega se cierna, indefectiblemente, sobre el futuro individual
y colectivo. En los sótanos y los desvanes de todas las biografías
y de todas las aventuras históricas suele haber áreas de
luz y de sombra, aspectos luminosos y oscuros que, en el tiempo, insisten
en asomarse y reiterarse. Así como es sano para las personas bucear
en la trastienda de sus recuerdos para aligerar sus vidas de lastres y
pesos muertos, para afirmar los aciertos y consistencias, así los
pueblos han de hurgar en su memoria para mejor madurar, para crecer, alcanzar
la mayoría de edad y evitar que algun sino ominoso los persiga.
Refrescar la memoria histórica es un entrenamiento
para la libertad. Conocer el pasado permite, a un tiempo, incorporar lo
aprovechable de su legado y desactivar las trampas que nos pone en el camino
la proclividad a repetir lo peor de ese pasado. Podremos liberarnos del
pasado como fatalidad cuando seamos capaces de incorporarlo como libertad
para elegir mejor nuestro destino.
Toda
historia es contemporánea. Todo lo que fuimos está pesando,
ahora mismo, sobre lo que somos. Esa es, precisamente, una de las más
importantes funciones de lo que ha sido: ''lo stato: la de ser mediación
entre los tiempos. Las circunstancias cambian: son otras las relaciones
de poder en el orden internacional, las relaciones que dentro de las naciones
guardan las clases sociales; las dimensiones del dinero y del poder y los
factores que antes y ahora determinaban y determinan sus vínculos.
Pero las mentiras del pasado y todo aquello que a su tiempo se escamoteó
al conocimiento público o se maquilló para la historia oficial
y todo lo que se traspapeló en la complicidad de la omisión
o en la complacencia del olvido seguirá caminando con nosotros:
será nuestra sombra inseparable.
Volver la mirada hacia los albores de nuestra vida independiente,
hacia las primicias de nuestro aprendizaje republicano, no es perder tiempo
sino ganarlo: ganar, en el conocimiento del tiempo que fue, indicios y
elementos para hacer una lectura más aguda del presente y una elección
más limpia del futuro. Sobre todo, para entender por qué
siguen pesando en la balanza de nuestras deudas históricas tantos
lastres que lo son porque no se supo o no se quiso resolverlos en su momento.
Quizá, sencillamente, porque los intereses y las ideas que las elites
se hacían del país no siempre o, mejor, casi nunca correspondían
a su heterogénea complejidad.
A la inquieta ronda que danzaron los protagonistas de
la primera década independiente, desde el efímero y patético
imperio de Iturbide hasta la derrota de los españoles en Tampico
que consagró a Santa Anna como héroe nacional y padre de
la patria, siguió, en los años treinta, un conflicto abierto,
un estado virtual de guerra civil, un enfrentamiento a fuego cruzado entre
las elites que ya no buscaban una pacífica alternancia en el poder
sino la derrota y la muerte del contrario. Ya no se empleaban las armas
de la política: se seguía la política de las armas.
La figura de Lucas Alamán, teórico por excelencia
de las fuerzas tradicionales, es un punto de referencia imprescindible
para adentrarse en los vertiginosos treinta. Hombre de vasta cultura en
un país de analfabetismo devastador, ''Metternich en tierra de indios'',
como dijera de él Arturo Arnaiz y Freg, pretendió preservar
los pilares del ancien régime, el clero y el ejército,
sobre los imperativos de la evolución histórica. Su cultura
política se fundó, en buena medida, en las críticas
que Edmund Burke hizo a la Revolución francesa. Su proyecto de un
desarrollo industrial sólido, promovido por un Estado fuerte y autoritario,
tardaría muchísimos años en prosperar, y en circunstancias
ya totalmente diversas, más de un siglo después.
He aquí como lo pinta, con poca simpatía,
es verdad, una anónima caricatura de la época:
(...) un secretario ligerito, un piquito bien cortado,
un diputado de filigrana, un diplomatiquito como il faut, con una
calmita comme il n'y en a pas. Aunque gasta anteojos, no los necesita
y, aunque chiquito, sabe muy bien dónde le aprieta el zapato.
Reservado y astuto, evitando peligros, un tanto avaro,
minuciosamente arreglado y metódico, todo él artificio, lo
quiso dejar prendido Zavala, con los alfileres de su descarnada perspicacia,
para la memoria de generaciones futuras. Guanajuatense, como Mora, fue
como éste un producto notable de la barroca sociedad novohispana
que dio de sí para engendrar ilustres exponentes del afán
de hacer perdurar el pasado y del afán de parir el futuro.
La incertidumbre y la inestabilidad marcaron los albores
de la república, que prolongaba, en una interminable transición
indecisa, la agitada combinación de signos y manifestaciones del
viejo orden colonial con los de otro orden nuevo que no lograba asentarse.
Un país maltrecho, pobre y con grandes aspiraciones de alcanzar
la libertad en la abundancia, recorría un camino muy turbulento
hacia la consolidación de un Estado nacional. Terribles traumas
se le atravesarían en ese camino entre los años treinta y
los cuarenta, cuando la guerra de Texas primero, y los tratados de Guadalupe-Hidalgo
después, lo dejaron desangrado, amputado y humillado.