LA MUESTRA
Carlos Bonfil
En algún lugar de Africa
RESULTA CURIOSO el empeño de algunos distribuidores
por suprimir en los títulos de las cintas extranjeras todo asomo
de complejidad o de ironía para ajustarse en la traducción
a criterios más confiables, es decir, más comerciales. Se
entiende el cálculo, pero no deja de ser una falta de respeto para
sus posibles espectadores.
EN EL CASO de Nirgendwo in Afrika, película
alemana de Caroline Link, la traducción correcta, En ningún
lugar de Africa, sugiere atinadamente el desarraigo y malestar que
se apodera de los protagonistas judíos, incapaces de pertenecer
realmente al país africano (Kenia), donde han tenido que exiliarse
ante la llegada de Hitler al poder.
EL TITULO ELEGIDO en español, En algún
lugar de Africa (Irgendwo in Afrika), apunta justamente a lo
contrario: la visión idílica de una armonía recobrada,
y remite a una correspondencia inevitable: Africa mía (Out
of Africa, 1985), la cinta de Sydney Pollack, interpretada por Robert
Redford y Meryl Streep, basada en relatos autobiográficos de la
escritora danesa Karen Blixen.
CAROLINE LINK, realizadora también de Más
allá del silencio (1996), se empeña en evitar precisamente
todo aquello en lo que incurrió la cinta de Pollack, el drama conyugal,
con sacarina y lágrimas, y fondo de safari fotogénico: la
captura hollywoodense del mágico continente negro. En un primer
tiempo, Link elabora un retrato de la situación de familias judías
en Alemania, en 1938, el escepticismo de quienes imaginan en Hitler sólo
un mal pasajero, acentuando así su propia vulnerabilidad y el error
de no saber emigrar a tiempo.
WALTER REDLICH (Merab Ninidze), instalado ya en
una granja africana, pide a su esposa en Alemania que ella y su pequeña
hija se reúnan con él y eviten así una situación
previsiblemente catastrófica.
LA CINTA está narrada desde el punto de
vista de la hija, Regina (Carolina Eckertz), y describe su descubrimiento
de Africa y su rápida aclimatación, todo en contraste con
el malestar de la madre, Jettel (Juliane Köhler), nostálgica
de la comodidad europea, confundida todavía sobre las razones de
su exilio involuntario. Lo interesante de la cinta, lo que la aleja de
toda sospecha de debilidad por lo pintoresco, es su análisis del
proceso de maduración de los personajes femeninos al contacto de
una realidad nueva.
''ESTE PAIS me ha enseñado a apreciar las
diferencias", admite la madre, luego de haber dado incontables muestras
de frivolidad e intolerancia. La trayectoria de la hija, la espontaneidad
de sus afectos y la lucidez con que reflexiona acerca de los mismos, contrastan
con los dilemas angustiantes de Walter, quien debe elegir entre su futuro
profesional en la Alemania de la posguerra y su apego al país de
adopción, sin la certidumbre del cariño real de una esposa
crecientemente insatisfecha.
HAY SECUENCIAS notables, como el juego en que la
niña alemana y sus compañeros nativos invocan a ángeles
y divinidades paganas para la batalla entre el bien y el mal que ellos
mismos escenifican, o el desenfado de un oficial escocés interrogando
a Walter: ''¿Cuántas esposas tiene usted?" ''Sólo
una, y una hija", responde aquél. A lo que el británico añade:
''Los alemanes no tienen sentido del humor; con razón Hitler perdió
la guerra".
CAROLINE LINK muestra una gran habilidad para combinar,
de modo atractivo, la reflexión autobiográfica de la escritora
Stefanie Zweig, inspiración de la cinta, y una mirada breve y clara
sobre los acontecimientos políticos del periodo evocado, los años
40, en Africa y en Europa, simultáneamente. Incluso en el aspecto
más delicado de la cinta, el relato de los conflictos conyugales,
la directora muestra sobriedad y recato expresivo. Una constatación
amarga: después de la experiencia nazi, los personajes judíos
de la cinta concluyen que casi en ningún lugar de Africa,
o del mundo, podrán encontrar realmente acomodo. El esfuerzo por
desmentir esa fatalidad es un aspecto interesante de esta historia.