Rolando Cordera Campos
El PRI se autoderrota
El viernes pasado un grupo de colegas del periodismo y la academia publicamos un desplegado de respaldo público al Instituto Federal Electoral y a su presidente. En él, hacemos del conocimiento público nuestro rechazo a la conducta adoptada por el PRI ante la sanción en su contra propuesta por la Comisión de Fiscalización y aprobada este viernes por la tarde por el Consejo General del IFE.
Para los firmantes, la andanada de descalificaciones lanzada por el PRI no empaña la trayectoria del IFE ni de su consejero presidente, pero sí constituye una expresión preocupante de incivilidad política por parte de ese partido.
Terminamos con el siguiente párrafo: "Como mexicanos interesados en la defensa de la democracia que México ha construido queremos manifestar nuestra profunda convicción en la respetabilidad del Instituto Federal Electoral, y de manera especial en la conducta escrupulosamente íntegra y agradeciblemente ejemplar de su presidente, José Woldenberg". Hoy, desde mis páginas en La Jornada, quiero reiterar mi firma. (Crónica, 14 de marzo, p. 5).
Nadie puede asegurar que el litigio y la sanción aplicada al PRI sean cosa juzgada. Cantar autoelogios por encabezar la limpieza política y electoral de México es tarea de demagogos, aspirantes a quién sabe qué fiscalía para la salud pública. Pero dejar pasar el atentado al lenguaje y a la convivencia políticos perpetrados por el PRI esta semana es hacerse cómplice no de un partido en desgracia y en problemas, serios problemas sin duda, sino de una conducta política intolerable desde la perspectiva democrática que, todos lo decimos, es la lingua franca de la política nacional.
El PRI, con su lenguaje, no sólo agredió y calumnió al IFE sino que puso en entredicho lo mejor de sus propios aportes a la democratización del país, como lo es el instituto. Las invectivas infamantes contra Woldenberg, lanzadas por el gatillero que el PRI habilitó nada menos que como su abogado, fueron coreadas incluso por el presidente del CEN priísta y deben ser rechazadas y registradas en el diccionario de la infamia de un régimen que todavía hasta hace poco podía presumir, con argumentos de peso, que había hecho lo más pesado de la transición con cargo a sus propias fuerzas y sin temer a los enormes costos que ello implicó.
Nadie podría insistir hoy en lo anterior; los atropellos al verbo y la decencia políticos no fueron de ocasión ni fruto del mal humor que razonablemente les produjo la multa, sino la expresión de un cálculo político destinado a desprestigiar y a golpear el todavía precario orden democrático con que contamos.
El PRI es la fuerza política principal de México. Así lo constata el número de diputados, senadores y gobernadores que han sido votados bajo sus siglas y que, en mayor o menor medida, responden a sus directivas, cuando las hay. Pero el PRI no ha podido convertirse en un partido político que pueda estar a la altura de sus simpatizantes, que hay que contar por millones, mucho menos de la democracia que ayudó a construir con sus votos y anuencias varias cuando en la emergencia surgió el IFE "ciudadanizado" (malhadada palabra, cada vez más inútil) y luego se aprobó el nuevo Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (Cofipe). De todo esto renegó la directiva actual del PRI y dejó al priísmo en mala situación. La única salida que puede vislumbrarse para que transite a algún tipo de respetabilidad política moderna es la autocrítica pública de sus dirigentes, el relevo inmediato de su vergonzoso coordinador jurídico y el acatamiento riguroso de lo que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación finalmente falle. De no ocurrir tales cosas, todos tendremos el derecho de sospechar de ese conglomerado como un grupo faccioso, que amenaza de palabra y de hecho al sistema político democrático y que, por eso y sólo por eso, no merece ser votado en las urnas de julio entrante. El bipartidismo que tanto ansían algunos apresurados entraría así por la puerta de atrás, o el sótano, lo que por otro lado nadie debería celebrar ni festinar.
Es una lástima que priístas destacados como Miguel Alemán Velasco o Francisco Labastida Ochoa se hayan hecho eco de las majaderías de quien se hizo famoso por manejar travestis para dañar la imagen de Cuauhtémoc Cárdenas. Lamentable es también que las infortunadas declaraciones atribuidas al consejero Barragán, en el sentido de que el IFE "podría enlodarse", sean asumidas por políticos serios y hablen de tormentas de lodo. Se equivocan de punta a cabo: al descalificar al IFE y a su presidente, el PRI se descalificó como interlocutor político de la sociedad; y al hablar de lodo se enloda él mismo, sin dejar a salvo a ninguno de sus miembros. Esta es la grave situación en que las inercias autoritarias y bárbaras del viejo régimen metieron al PRI, pero también al resto de la sociedad política mexicana. A ver cómo salimos, pero no será con cantos a la bandera ni con bravatas machistas.