Guillermo Almeyra
Argentina: la izquierda y las elecciones
Ena parte de la izquierda argentina creía que, a partir de diciembre de 2001, el país vivía una "situación revolucionaria". Ahora habla en cambio sobre el "reflujo" de lo que nunca existió para tratar de explicarse la disminución (en número y en peso político) de las asambleas populares, las marcadas divisiones en el movimiento de los piqueteros (desocupados organizados) y, sobre todo, el hecho de que la mayoría de la población va a votar en las elecciones presidenciales de abril y, para peor, probablemente votará por candidatos peronistas, lo cual llevaría a una segunda vuelta entre el gobernador Kirchner y el ex presidente (por cinco días) Rodríguez Saá, aún más derechista, o entre el primero o el segundo y Menem, cuyo nombre dice todo. Las elecciones fueron organizadas como una interna peronista, para perpetuar en el poder al establishment actual y, por consiguiente, no entusiasman a nadie (por eso los cuatro candidatos con más posibilidades andan cerca de 15 o 16 por ciento de las intenciones de voto, contra 30 por ciento de posibles abstenciones), pero se harán, y la mayoría votará por ellos que, por otra parte, ni siquiera han creído necesario hacer declaraciones programáticas.
A esto se llegó porque la izquierda ha sido incapaz de presentar una opción única y apoyarla en una lucha programática y organizativa en pro de una alternativa. No construyó una candidatura única, democrática y pluralista, de frente social, capaz de acercar a sectores democráticos de origen radical o peronista (el diputado Luis Zamora, que habría podido ser su eje, "se borró"). Tampoco presentó un frente sólido para el no a las elecciones, haciendo una campaña electoral contra la maniobra perpertuadora del gobierno, pero sobre la base del desarrollo de experiencias de autorganización y autogestión, y de explicaciones a quienes aún creen en el sistema sobre la posibilidad y la viabilidad de la construcción de una alternativa (por ejemplo, sobre cómo reorientar los recursos al combate a la desocupación y la miseria, cómo romper la dependencia de Estados Unidos y de su instrumento, el FMI). Por el contrario, un sector de esa "izquierda" justificó su decepción y su pasividad adoptando como biblia la idea de Holloway según la cual hacer política y construir un poder paralelo es perpetuar la vieja mierda, y otro dejó de vociferar: "šQue se vayan todos!", y contra las elecciones y las instituciones, para presentar sus candidatos a alcalde de la capital o a gobernador de la provincia de Buenos Aires o a presidente y pasar al electoralismo agitativo más tradicional (Jorge Altamira y el Polo Obrero, o el PTS, o el piquetero D'Elia), uniéndose en eso al Partido Comunista (Izquierda Unida). Aunque estos oportunistas saben que en estas elecciones presidenciales no tienen la menor probabilidad, apuntan con su maniobra a colocarse con vistas a las elecciones parlamentarias de septiembre próximo, donde esperan obtener diputaciones por su cuenta o colocarse bien para acuerdos múltiples con otras sectas similares. Su electoralismo sin principios refuerza así la desmoralización y el conservadurismo de la mayoría de la población, que está desesperada y, por lo tanto, da vida al peronismo en sus distintas (y a veces opuestas) tendencias.
La actitud frente a estas elecciones, por el contrario, debe estar subordinada a lo que sirva a elevar el nivel de conciencia y de organización anticapitalista y ayude a difundir ideas y soluciones alternativas a las del capital y a llegar a los sectores más amplios y desesperados de los trabajadores. A esta altura, la única posibilidad es organizar unitariamente un boicot programático a las elecciones, dejando solos a los oportunistas y dirigiéndose a ese casi 30 por ciento que habla de abstención, para darle forma y contenido de lucha a la misma. Es tardísimo, es difícil, pero no es imposible, sobre todo teniendo en cuenta que la Confederación de Trabajadores Argentinos (CTA) no apoyará a ninguno pero sigue hablando de juntar fuerzas para construir un polo alternativo (que en las elecciones parlamentarias de fin de año, dicho sea de paso, podría recoger mucho apoyo y ganar muchas diputaciones), si se construye al calor de las luchas de las fábricas ocupadas, de los ferroviarios en huelga, de los de Telecom que pararon los despidos, de la agitación de los maestros a escala nacional y de los cañeros de Tucumán.
Ese boicot haría pagar caro su oportunismo electorero a los sectarios que antes hablaban de situación revolucionaria, de convocar una Constituyente popular y gritaban šque se vayan todos! y ahora quieren ser parte de los "todos", entrando por la ventana a las instituciones. Pero, sobre todo, colocaría la lucha sobre la base de principios y de ideas, y de la construcción, en Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia, de una alternativa socialista, la única realista si no se acepta la idea cínica de que hay que instalarse en los huecos que deja libre el sistema y sobrenadar en el maremoto.
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