VIENTOS DE GUERRA
Euforia popular en la capital de la República
durante la segunda megamarcha por la paz
Miles de personas repudian los planes bélicos
de Estados Unidos
"Vivimos un momento monstruoso": Monsiváis
El acto devino en kermés de la sociedad civil
JAIME AVILES
La ciudad más poblada del mundo produjo ayer, paradójicamente,
una de las manifestaciones más pequeñas en el contexto de
la segunda megamarcha mundial contra la guerra que Estados Unidos y Gran
Bretaña están a punto de iniciar contra Irak. Unas 15 mil
personas, en su gran mayoría jóvenes universitarios, caminaron
desde el Zócalo hasta la glorieta del Angel, donde el acto político
se transformó en agradable kermés de la sociedad civil.
Pero antes de que tal sucediera, tomaron la palabra Carlos
Monsiváis, quien dijo que "vivimos un momento monstruoso y a la
vez estimulante", en tanto que don Samuel Ruiz leyó un mensaje más
bien parco.
En cambio, eufórica, la gente invadió los
prados y escalinatas del monumento porfiriano que glorifica el ideal de
la independencia y colocó decenas de carteles y mensajes en las
vallas de alambre dispuestas por la policía en torno de ese redondel
y frente a la embajada estadunidense, custodiada esta vez por granaderos
forrados de cascos, escudos y toletes, y no por elementos del cuerpo femenil,
como en aquel cercano entonces.
"Fox: te operaron de la columna, no de los güevos.
¡No a la guerra!", decía una cartulina. Otra en italiano repetía:
"Si a la pace, no alla guerra". Varias exigían en inglés:
"No war!". Un dazibao ("periódico mural", en lengua china)
de la Liga Espartaco recomendaba con gravedad geopolítica: "Defendamos
el derecho de Corea del Norte a tener armas nucleares". Y un letrero insólito,
sobre fondo rosa mexicano, pedía sin cortapisas: "Liberen a Gloria
Trevi".
¿Dónde quedaron los sindicatos?
Atraída
por el festival pacifista que consumió buena parte de la mañana
en el escándalo infernal del Zócalo -en el que participaron
los grupos Salón Victoria, Real de Catorce y Barro Rojo- hacia las
cuatro de la tarde, hora señalada para partir hacia la cita con
el resto de los pueblos del mundo, la gente no daba la impresión
de ser una considerable muchedumbre. Había contingentes, claro está,
de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, grupos dispersos
de esa y de otras escuelas, una pequeña comitiva de las Comunidades
Eclesiales de Base, y palomillas espontáneas de jóvenes y
más jóvenes con las pancartas más disímbolas,
improvisadas en el último minuto.
Una muchacha bien proletas sostenía una
escoba entre cuyos popotes insertó un papel que gritaba con letras
de plumón rojo trazadas temblorosamente: "No a la guerra, sí
a la paz". Esa consigna vibraba en los pechos y espaldas desnudas de algunos
mocetones, vestidos sólo con pantalón de mezclilla y botas.
Abundaban los miembros de la comunidad punk con máscaras
antigás y peinados escultóricos, las chavas darketas
con los labios pintados de negro, los seguidores de la causa palestina
con sus pañolones como el de Yasser Arafat, pero entre ese derroche
de adolescencia no faltaban nutridos grupos de adultos pobres, muy pobres,
de las orillas capitalinas.
Poco antes de las 5 de la tarde, cansada de esperarse
a sí misma, la gente se puso en movimiento y se fue por Cinco de
Mayo, alebrestada por el eco de sus gritos y el suave y dorado brillo del
sol. Era frecuente oír esta pregunta: "¿Hay más raza
en Reforma?" Y la piadosa mentira que confortaba sin exactitud: "Hay un
chingo esperando frente a Bellas Artes".
Sin embargo, la columna vació la angostura de Cinco
de Mayo, se desvió en el Eje Central a la derecha, vadeó
el pastel de merengue más voluminoso de América Latina, siguió
por avenida Hidalgo, entre la Alameda, el museo Franz Mayer y la iglesia
de la Santa Vera Cruz, antes de invadir los carriles del Paseo de la Reforma
en dirección a Chapultepec, a la altura del estridente monumento
a la Cáscara de Plátano, mejor conocido como el Caballito
de Sebastián.
Al estirarse sobre la versión mexicana de los Champs
Elysées, la procesión comenzó a dejar enormes boquetes
entre contingente y contingente, como insinuando que en tales espacios
debían estar las mantas y los puños obreros del Sindicato
Unico de Trabajadores de la Industria Nuclear y del Sindicato de Trabajadores
de la UNAM, que ayer y anteayer insertaron generosos y entusiastas desplegados
en este diario para invitar a la manifestación, a la que, a saber
por qué, a fin de cuentas no asistieron.
Antimperialismo por regiones
Era muy notable, por contraste, el elevado número
de banderitas de Cuba estampadas sobre papel y pegadas con engrudo en torno
de palitos de madera como aquellos que usan los vendedores de algodón
de azúcar, así como banderas palestinas y carteles dirigidos
a Ariel Sharon y a su principal cómplice, el señor WC
Bush.
Una característica común de los símbolos
gráficos expuestos a la benévola brisa de la tarde era la
esvástica de Adolf Hitler, unida a los nombres de Bush, de Tony
Blair y de José María Aznar. La insultante prepotencia de
esos tres personajes ha permeado definitivamente la conciencia popular
y removido la memoria más antigua que los asocia con los nazis.
"¡De norte a sur, de este a oeste, pararemos esta
guerra, cueste lo que cueste!", fue quizá la consigna más
gritada, seguida de estas: "¡Bush, ojete, el mundo no es juguete!",
"¡Libros sí, bombas no!", "¡El mundo unido jamás
será vencido!", en torno de las cuales gemía una pancarta:
"¡No maten a Mariana!", aludiendo a una de las mujeres que integran
la delegación de escudos humanos mexicanos que se encuentra
en Bagdad.
"¡Ya vamos llegando y la embajada está temblando!",
coreaban algunos universitarios al pasar ante la glorieta de la palmera
de Niza, mientras en la del Angel varias niñas, vestidas de odaliscas,
danzaban mostrando el ombligo y arrullando el cuerpo al ritmo de un conjunto
de instrumentos musicales arábigos que eran interrumpidos por la
voz de una mujer culta que daba clases de historia desde el micrófono:
"Las bombas de Bush destruirán el palacio del rey
Nabucodonosor, caerán sobre las ruinas de Babilonia, borrarán
todos los vestigios de la cuna de la civilización, matarán
a miles y miles de hombres que todos los días van al trabajo, a
miles y miles de niños que asisten a las escuelas...", y tras este
recordatorio insoportable e inaceptable de lo que está a punto de
ocurrir, se reanudaba el agradable bailecito de las odaliscas.
Kermés de la sociedad civil
Poco a poco, a medida que desaparecía el sol y
se extinguían los gritos y el entusiasmo, la gente optó por
sentarse en el asfalto, organizarse en círculos con el único
fin de platicar o caminar en parejas y tríos observándose
a sí misma, al tiempo que venidos de la Zona Rosa con ese instinto
sin el cual no existirían los comerciantes, los vendedores de chicharrones,
de refrescos, de golosinas y de elotes colocaron sus mesitas en los carriles
de alta velocidad y aquello, en efecto, se transformó en una kermés
de la sociedad civil.
Distraída por las charlas, los encuentros y el
cansancio, esta crónica dejó de registrar lo que estaba aconteciendo,
hasta que de pronto reparó en que, desde el templete, una voz estaba
entonando con acompañamiento de guitarra viejas canciones de Paco
Ibáñez y famosas coplas de la guerra civil española
adaptadas al escenario iraquí, pero entonces un aplauso se levantó
desde todas partes porque se fue la luz y el pobre cantor de nuestros días
fue obligado por esa contingencia a dejar de deleitarnos con su persistente
desafinación.