Criticado en su país y preferido por Occidente
Antes de asumir la jefatura del gobierno serbio, Zoran
Djindjic había polarizado fuertemente a la opinión pública,
pues sus seguidores lo veían como un reformista pragmático
que tomaba las decisiones necesarias para Serbia, una región empobrecida
y sumida en la criminalidad tras una década de guerra y aislamiento.
Pero sus críticos lo acusaban de tomar "atajos" políticos
y acomodar los intereses de oscuras figuras que presuntamente cambiaron
de bando durante el tumulto que precedió la caída del presidente
Slobodan Milosevic, en 2000.
En su juventud, Djindjic intentó fundar una organización
política y fue condenado a un año de cárcel que evitó
yéndose a vivir a Alemania, donde se doctoró. Esto le causó
impopularidad en Serbia; se le consideraba pro occidental, pues además
alardeaba de nunca haber pertenecido a la Liga Comunista.
El político ya estaba en Serbia cuando comenzaron
los bombardeos de la OTAN sobre el territorio, en 1999, si bien huyó
hacia Montenegro alegando que había recibido amenazas de muerte,
lo que nuevamente le valió críticas.
Pese a esto, durante el levantamiento que derrocó
a Milosevic, Djindjic fue el cerebro que unió a los 18 partidos
de oposición y colocó a Vojislav Kostunica en la presidencia
de la aún denominada República Federal de Yugoslavia. Ambos
políticos chocaron más tarde en cuanto a la forma de abordar
la crisis económica del país, mientras Kostunica, con un
estilo más tranquilo, conservaba la popularidad entre el pueblo,
líderes extranjeros parecían preferir, para negociar, el
estilo enérgico de Djindjic.
Durante los pasados 18 meses seguidores de Kostunica han
alentado historias sobre supuestos lazos entre los asociados de Djindjic
y figuras del crimen organizado, e incluso llegaron a implicar al gobierno
serbio en el asesinato de un ex agente estatal de seguridad. El primer
ministro, sin embargo, hizo prioridad de su gobierno el combate a las mafias.
DPA