Luis Linares Zapata
Petróleo: bendita maldición
No bien se han empezado a llenar las arcas nacionales con los dólares provenientes de las ventas de crudo -excedentes petroleros (EP), se llaman en la jerga presupuestaria- cuando los encargados de las finanzas en los estados de la República acuden presurosos a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) para ver "de a cuánto les toca". Les urge echarle mano a esos miles de millones de pesos que, según el ordenamiento presupuestal, corresponde emplear en infraestructura regional. Los gobernadores no se aguantan en usar tan cuantiosos recursos en variadas obras de su preferencia y que, en casos más frecuentes a lo debido, se aparejan con sus mismos intereses personales, partidarios o de grupo. Y, a no dudarlo, varios de ellos ya han empezado las contrataciones del personal concomitante, a veces, y en tiempos electorales, con la mira bien puesta en los rendimientos que ello les puede representar en las urnas. Otros más hacen sus previsiones para satisfacer compromisos varios que han ido adquiriendo a lo largo de sus mandatos. Pero todos tienen bastante bien determinado en qué los habrán de emplear. Al final del año nada quedará en las cuentas de los bancos de sus respectivas administraciones.
En 2002, los gobernadores protestaron ante la administración federal por lo que consideraban injustos e improcedentes recortes a sus ingresos. Alegaron derechos sobre participaciones fiscales efectivas que se les pretendían escamotear. De no recibir lo que se les habían retenido, muchos burócratas estatales, de reciente contratación, quedarían volando sin cobrar sus salarios. Tampoco habría para cubrir aguinaldos o gratificaciones de otros miles más. Incluso ciertas obras, ya iniciadas, se paralizarían por causa de los injustos faltantes. Los cálculos hechos con antelación mostraban diferencias notables (19 mil millones) con los de la SHCP. En el estira y afloja subsecuente, que llegó hasta el límite de un rompimiento de relaciones entre los dos niveles de gobierno, se fortaleció la famosa Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago). Es muy probable que el fenómeno se vuelva a repetir, esta vez promovido por los EP famosos. Las urgencias, reales o creadas por los variados intereses y por los gobernadores de los estados, se impondrán, de nueva cuenta, para usar, con precaria o ninguna jerarquización o programa a largo plazo, todos los recursos que una generosa cotización del petróleo, bastante más allá de lo originalmente previsto, le dará a México durante casi todo 2003.
Emplear para gasto corriente o de infraestructura recursos no renovables es, en sí misma, una práctica depredadora. No toma en cuenta el derecho de generaciones venideras sobre la riqueza del subsuelo. Noruega, por ejemplo, destina una fracción sustantiva de sus vastos ingresos petroleros a un fondo para la educación de futuros ciudadanos. Pero lo importante a considerar, esta vez, es el efecto que sobre Pemex tendrá un escenario de posguerra en Irak, cuando los estadunidenses (y sus aliados británicos, españoles o italianos) se hagan cargo de "administrar" el petróleo de ese humillado país. Es altamente probable que los volúmenes se incrementen hasta alcanzar los 8 millones de barriles diarios, según solicitan sus expertos. Eso traerá, como inevitable consecuencia, reducciones drásticas y permanentes en los precios del crudo, sobre todo si se tiene en mente lo bajo de los costos de extracción iraquíes. En ese panorama, el primer afectado será Pemex y sus capacidades de expansión, exploración y modernización, que sufrirán menoscabo por la baja de sus ventas externas. Esto será así porque, en ausencia de una reforma fiscal a fondo, la Federación seguirá imponiéndole, como hoy mismo acontece, gravámenes onerosos para tapar, como siempre se ha hecho, los agujeros dejados por la urgencia y la rapiña que se desata en la abundancia.
Poco se ha aprendido de lo que está sucediendo en el ámbito internacional. Irak será invadido por la sencilla razón de estar situado en una región estratégica y con reservas inmensas de hidrocarburos que no supo emplear para fincar, con sólidas y permanentes bases, su propio desarrollo, y ahora no se puede defender, tal y como sería necesario hacerlo, ante la voracidad y la lógica de la dominación. Sus dirigentes han llevado al país a ser uno de los parias del mundo. Su sociedad se debate entre la miseria, el analfabetismo, los tironeos de sus tribus que ocasionan balances precarios de fuerzas e impelen a tener gobernantes "fuertes"; es decir, dictadores sangrientos, líderes providenciales o monarquías autoritarias que se enquistan, por décadas, en el poder.
Para México se presenta, como un imponderable de seguridad, la necesidad de llevar a cabo las reformas estructurales pendientes. Unas que den la posibilidad de contar con modernas empresas que puedan satisfacer todos los requerimientos internos y, más aún, salgan a la conquista de los mercados del exterior. Pemex, por ahora, no puede hacer bien ni lo uno ni lo otro. Es, y será, de no financiarla con razonable salud, un bocado apetecible, si no para una división invasora sí para los implacables y voraces mercaderes del aguerrido mundo en que se vive. Fox ha perdido mucho tiempo en nimiedades como definir a una pareja presidencial inexistente, defender en innumerables foros las acciones y los muchos tropiezos de su esposa y provocar a ciudadanos y partidos, en vez de concentrarse en el gobierno de la República. La decisión de votar por el respaldo a la postura estadunidense, abstenerse o contrariar al imperio tendrá profundas consecuencias para las que no se encuentra preparado el Ejecutivo federal, y menos aún el ambiente interno ante el cual se solicita unidad.