Las tribus de Irak, a la guerra santa
Listos, atacantes suicidas para repeler al invasor, revela
el jeque Al Fayed
BLANCHE PETRICH ENVIADA ESPECIAL
Bagdad, 10 de marzo. Sin un poder político
formal, el jeque Thaari Ali Al Fayad gobierna el destino de cerca de 10
mil iraquíes dispersos en las comunidades rurales de la región
central. Con todos tiene lazos sanguíneos. Son los miembros de su
tribu, la Beni Amer. Suman casi mil jeques como él la trama invisible
de esta compleja sociedad. Todos han jurado ante el presidente Saddam Hussein
defender la patria, el Corán y sus hogares ''como un solo hombre".
Los antepasados de Al Fayad -padre, abuelo, tatarabuelo-
fueron jeques. El mando sobre hombres, mujeres y tierras de esta prestigiosa
y centenaria tribu debía pasar a su hijo mayor. Pero el primogénito
murió recientemente a causa de un cáncer que el jeque atribuye
a los residuos tóxicos del bombardeo de 1991, por lo que el mando
ya no se transmitirá en línea hereditaria directa. A su muerte,
será el segundo hermano quien conduzca el destino de la tribu Beni
Amer. Lo cual abona en su acendrado rencor contra la alianza Bush-Blair.
No duda en definir como ''una guerra santa'' la gran batalla que se avecina
contra los atacantes estadunidenses y británicos.
Su casa se levanta entre grandes extensiones de cítricos
y palmeras. Sólo los hombres, nietos, parientes y sirvientes aparecen
en la fastuosa sala donde recibe a la misión de paz de México.
No se puede atisbar por ningún lado la presencia de las mujeres
de la casa -sus siete hijas, sus tres esposas, sus hermanas, sus nietas-
y son varones quienes incesantemente agasajan a las visitas: té
fresco, dátiles, pollo asado, naranjas, café turco. El jefe
de 75 años, de modales majestuosos, se mortifica porque la visita
no se quedará las cinco horas que tomaría matar y asar los
corderos que él insiste en brindar. Es un deshonor parecer un anfitrión
modesto.
Comandos suicidas, listos
Pero
entre tanta etiqueta y protocolo es pasmosamente abierto al explicar la
forma en que la gente de su tribu se prepara para la resistencia. Todos
están listos, dice, 100 por ciento con armamento moderno. El Estado
les ha brindado el entrenamiento necesario. Y lo que más lo enorgullece
es que esta tribu ya tiene preparados a 300 jóvenes dotados con
cinturones de explosivos y la disposición moral necesaria para actuar
como comandos suicidas en la lucha cuerpo a cuerpo con las tropas invasoras.
Este dato, el de la preparación de voluntarios
suicidas, ha sido una señal más que se ha ido revelando en
días recientes sobre los recursos que el gobierno y la sociedad
civil utilizarán para resistir la ocupación estadunidense.
Casi a diario, la televisión oficial transmite los ejercicios militares
que realizan en distintos puntos del país todos los sectores no
militares: burócratas del Estado, cuadros del Partido Baaz, obreros,
campesinos, estudiantes, mujeres y, recientemente, fuerzas muy numerosas
y con gran disciplina que representan a las tribus del país, donde
prácticamente toda la población islámica pertenece
a alguna. Lo novedoso y preocupante en estos despliegues es que frente
a las cámaras de televisión empiezan a mostrarse, por primera
vez, estos comandos portando cinturones de dinamita, dispuestos a inmolarse
para causarle el mayor daño posible al enemigo.
El aporte de las tribus a los planes de defensa del Estado
iraquí fue un juramento que, recuerda el jeque Al Fayad, se le hizo
al presidente Hussein hace tres meses, durante una reunión que sostuvo
con todos estos cabecillas sociales: cerca de un millar, según los
cálculos.
El propio Saddam Hussein -no podía ser la excepción-
pertenece a una tribu, la Al Tikriti. Muchos de los miembros de su gabinete,
legisladores del parlamento, jefes militares y dirigentes del partido y
sus diferentes brazos políticos son de Al Tikriti, originaria de
la ciudad Al Naaseri. Y se dice que en los planes de ataque de Estados
Unidos esta localidad será uno de los primeros blancos en ser atacados.
Cumbre de jeques
El jefe Al Fayed es evasivo cuando se le pregunta sobre
lo que ocurrió en aquella cumbre con el ''jeque de jeques''. Sólo
ríe maliciosamente: "El señor presidente siempre se ha preocupado
por el bienestar de las tribus, nos apoya, siempre está al tanto
de nuestras necesidades. Nos pregunta por nuestras familias, por nuestros
problemas, se interesa siempre por las pequeñas cosas. Por eso es
tan amado por todos".
Esa táctica, asegurar antes que nada una alianza
con los jefes de las tribus, fue un recurso de Hussein en 1991. Antes de
invadir Kuwait -de manera insensata, reconocen hoy algunos- asistió
a una gran comida que le ofrecieron estos caciques en Al Aus. Aprovechando
este mecanismo de favores mutuos, Hussein se echó al bolsillo a
los jeques. Hoy lo ha vuelto a hacer.
Lo cierto es que se sabe que las eternas rencillas y fricciones
entre tribus desde hace tiempo pasaron a segundo plano. Hoy todos han cerrado
filas en torno al hombre fuerte. Y hay ganas de pelea para esta
generación que está en pie de guerra desde hace 20 años,
cuando el conflicto con Irán.
Con un sentido de lo temporal poco familiar para la mentalidad
occidental, en el que el pasado lejano se acerca a lo ocurrido apenas ayer,
Al Fayad habla de su época de diputado durante la monarquía,
antes de la revolución de los setenta; relata la historia de un
caballo pura sangre, de raza maaniji, que le fue robado a su tío
el jeque en una guerra contra los turcos en 1898; recita un poema con cierta
carga erótica -a juzgar por la turbación y autocensura del
traductor- compuesto por otro jeque antecesor suyo en honor a una bella
mujer, Dibe, obtenida como botín en una batalla tribal en 1917.
Todo para terminar detallando la forma en que los últimos
20 años, en los que Irak ha vivido dos guerras y un bloqueo comercial,
han fogueado a su gente y han alentado sus ánimos de pelea. Más
que contra los estadunidenses, dice el jeque, las ganas de pelear son contra
los ingleses. "Entienda, nosotros fuimos colonizados por los ingleses."
Armas para todos
Así se concibe el tiempo en esta antigua cultura.
Lo ocurrido a mediados del siglo xx pertenece al pasado inmediato. Y el
motor principal de esta población en armas es la fe. "Nuestro Al
Sunne, nuestras escrituras nos ordenan defender el territorio, el Corán
y la casa. Es nuestro deber y nuestro derecho. Si un islámico muere
en esta batalla será mártir y no tendrá que esperar
el día del juicio final para entrar al paraíso."
Pero
Al Fayed es un jeque moderno. Sus sirvientes van y vienen de una casa familiar
a otra, en la campiña regada por aguas del Tigris, en lujosos Mercedes
Benz. Es un hombre informado, conoce y le inquietan los titubeos del presidente
mexicano Vicente Fox sobre cómo votará en las Naciones Unidas
frente al dilema de la guerra que amenaza a su patria. Se extraña,
sin comprender, de la noticia recién publicada de que el presidente
Bush se negó a recibir en Washington a una delegación de
mandatarios de la Liga Arabe, que pretendía entregarle la resolución
de la reciente cumbre en El Cairo. Y así cómo aplaude la
invitación que Hussein hizo a Bush a debatir, se mantiene al tanto
del horario en que se televisará el partido de la Copa Asia entre
el Al Talaba, de Irak, contra un equipo de Uzbekistán, en Tashkent.
Viejas y modernas fotografías de sus antecesores
son testigos de lo que ocurre en las paredes el salón de audiencias,
flanqueado de sillas doradas y tapetes. En un extremo hay un trono, una
silla especial para el jeque de mayor jerarquía en las reuniones
más formales. Pero el trono está cubierto de tela negra,
pues en este mes sagrado, el mhrum, algunos símbolos se cubren de
luto para recordar el asesinato de los nietos del profeta Mahoma, en los
años 700 de nuestra era.
Por ello, en las casas del Irak rural, sean viviendas
de adobe o mansiones, como la del jeque, ondean banderas verdes, negras,
blancas y rojas, colores sagrados para el Islam.
También ondean banderas, ya con el sol rojizo de
la tarde, sobre la modesta vivienda de Hamid Mahmud, en la localidad de
Rashdie, 80 kilómetros al norte de esta capital. Es una familia
numerosa encabezada por los dos hermanos varones que a la segunda taza
de té, bajo el emparrado del patio, consideran que el hielo se ha
roto. A una orden, los hombres, incluido el abuelo, corren y regresan con
sus kalishnikov. Demuestran sus habilidades para desarmar y armar los artefactos
y disparan desenfadados, casi festivos. Ya nadie se espanta. Ni las gallinas.
Luego toca a las mujeres, hasta las tías y las abuelas, demostrar
que saben lo suyo de ametralladoras. El ruido de las armas, para esta gente,
es demasiado familiar.
Yasir, de 10 años, recoge casquillos y expresa,
a señas, lo que ha aprendido. Dirige el casquillo de una bala hacia
mi corazón diciendo: "¡Para Bush! ¡Para Bush!"