Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 11 de marzo de 2003
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Cultura

Javier Aranda Luna

El inventario de JEP

Una de las ramas más vigorosas de la tradición literaria mexicana se inició en el siglo XIX con la Academia de Letrán. Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Andrés Quintana Roo e Ignacio Manuel Altamirano, miembros de la más rica y menos acartonada de nuestras academias, fueron hombres de acción y reflexión; de vida política intensa y de sabiduría literaria, de intereses por conocer otras tradiciones como las europeas y, al mismo tiempo, por construir y comprender la nuestra. Digamos que la Academia abrió sus ventanas a otras culturas para enriquecernos.

Los frutos de esa academia nos han llegado a través de la obra de quienes formaron parte de ella. Pero también nos han llegado de manera directa. En su estudio sobre la Academia de Letrán, José Emilio Pacheco nos descubrió, precisamente, cómo esos escritores del siglo XIX pasaron su estafeta a nuevas generaciones: un discípulo de Ignacio Manuel Altamirano, nos dijo en su conferencia de ingreso a El Colegio Nacional, fue el escritor Luis González y González, quien tuvo a su vez un joven discípulo que se llamó Fernando Benítez.

Lo que no mencionó José Emilio Pacheco es que un jovencísimo discípulo de Benítez fue precisamente él, quien colaboró con el autor de Los indios de México, de manera activa, en uno de los suplementos más importantes de la historia cultural y literaria del país: La cultura en México.

Imposible delimitar el trabajo literario de José Emilio Pacheco. Ha ensayado la ficción y el ensayo histórico, la poesía y la crónica, la traducción y la política cultural. Por si fuera poco le debemos también guiones cinematográficos de películas que seguirán asombrando a nuevos públicos. Pienso, sobre todo, en El castillo de la pureza. También le debemos el rescate de obras tan importantes como la prosa periodística de Salvador Novo.

Pero si tuviéramos que definir al escritor José Emilio Pacheco tendríamos que decir que es, sobre todo, un poeta. Un hombre que nos muestra que las emociones y reflexiones que lo sacuden forman parte de la vida de todos. Un poeta que aunque tiene muchas cosas que decirnos ha huido de lo que llamó, alguna vez, el circo literario. Pacheco cree, como su contemporáneo Gabriel Zaid, que lo que tiene que decir el poeta lo dice en sus versos. No comparto del todo su posición al respecto, pero la acepto con resignación: son tantas sus curiosidades y saberes que muchas preguntas que se nos antojaría hacerle las ha contestado a través de sus espléndidos ensayos, traducciones, poemas y relatos.

Como Alfonso Reyes y quizá más aún por la diversidad de intereses, Pacheco ha enriquecido con una generosidad asombrosa la mesa de nuestra cultura. A él debemos poemas que han marcado generaciones de poetas, ensayistas y novelistas, ensayos de crítica cultural que han revalorado a infinidad de escritores en su famosa columna Inventario que llevó de la Revista Universidad de México al periódico Excélsior y de allí al semanario Proceso. Su Inventario ha sido la enciclopedia al alcance de la mano, el baúl de asombros, el registro minucioso de los momentos más significativos de nuestra vida cultural.

Octavio Paz llamó a José Emilio el poeta del No, porque en sus versos todo, o casi todo, se derrumba. Nada nos salva de las erosiones a que nos somete el tiempo. Las casas se derrumban, los hombres se vuelven polvo. Pero Paz también nos hizo ver en la poesía de José Emilio ese Sí que celebra al mundo natural: al pulpo, oscuro dios de las profundidades y a la luz que dibuja al mundo en el rocío.

Uno de los últimos escritores que hablaron con Octavio Paz fue José Emilio Pacheco. Recuerdo que cuando Paz vivió en el hotel Camino Real a causa del incendio de su departamento, José Emilio lo llamó desde una universidad estadunidense en varias ocasiones para saludarlo.

En una de ellas, Paz lo consultó sobre algunas ediciones de la legendaria editorial Faber y Faber. En otra, luego de una larga conversación le dijo, en tono de juego, más o menos lo siguiente: José Emilio, no dejes de cultivar la flor de tu pesimismo. Al colgar Paz me dijo que el pesimismo de Pacheco nos había hecho ver cosas que muy pocos escritores y pensadores nos habían enseñado.

Esa noche le pregunté qué pensaba de la traducción de José Emilio de los Cuatro cuartetos de T.S. Eliot. Es la mejor traducción que se haya hecho a lengua alguna de ese poema. ƑVolverá a publicarse? Ojalá.

El Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo otorgado a Pacheco refrenda una amistad literaria que soportó los estragos del tiempo. Un Sí sostenido en este mundo de Noes que nos acechan.

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