El amor se anticipa a la guerra
Los casamientos en Irak mezclan lo moderno con las tradiciones del Islam
BLANCHE PETRICH ENVIADA ESPECIAL
Bagdad, 5 de marzo. Layla Jabbar y Ahmad al Abadi se casaron el lunes, día en el que los medios de prensa occidentales anunciaban el inicio de las hostilidades contra Irak mediante un intenso bombardeo contra 16 sitios en la región sur. Eligieron ese día porque era ahora o nunca. Empezando el primer mes del año nuevo, el musulmán no puede acercarse a su mujer. Aunque en un país con un Estado laico, éste y otros preceptos relacionados con las costumbres sexuales y las libertades de las mujeres deben ponerse entre comillas.
Al anochecer, frente a la casa familiar de Layla se detuvo una caravana de hombres bulliciosos, el novio y sus amigos más cercanos, sus hermanos y primos, así como un microbús adornado con guirnaldas, con la banda de música a bordo.
Semanas antes, en esa misma casa se había concretado la transacción. Las mujeres del pretendiente habían visitado a la familia de la chica. En el Irak moderno el trámite puede parecer un pedido de mano normal.
Pero suele suceder que imperen las tradiciones más conservadoras del Islam y la suegra sea quien sopese y elija a la novia, sin que los contrayentes se hayan visto jamás.
No era el caso con Layla y Ahmad, pero la transacción se hizo. En presencia de un notario, las familias acuerdan el monto de la dote, de la que las cantidades de oro -grandes o simbólicas, de acuerdo con la clase social- forman parte central. En ese contrato se establece la cantidad de dinero que el futuro marido dará a su mujer, la casa que habitarán, los muebles que comprarán y hasta el precio de la peluquería y el vestido para la fiesta.
Luego vienen los días de compras y preparativos, la contratación del salón de fiestas y, cuando llega el día, generalmente un jueves, que augura buena suerte, se procede.
Así parte la caravana. Los vehículos de los varones van primero y los de las chicas van atrás. El último es el de la novia, que saluda a su paso con el grito gutural que expresa júbilo o duelo, según la ocasión. Layla va radiante, con su vestido de novia occidental. En el salón de fiestas todo es esplendor. Suena un popurrí de pop egipcio, luego una tanda de canciones del Irak antiguo y al final la seductora voz de Kadfem Al Sahir, el ídolo de las jóvenes, que ya no resisten más el cosquilleo y pasan a la pista a bailar.
Se forma un círculo de muchachas y otro de jóvenes. No se mezclan. Se sirve el banquete de cordero, pollo asado y otros platillos típicos de Medio Oriente y antes de medianoche las mujeres de más edad de cada familia se van levantando, llevándose tras sí a sus respectivas proles.
Todos pasan al trono preparado para la joven pareja a ofrecer sus parabienes.
Pero después de la fiesta todavía viene un compás de espera. Será dentro de siete días cuando los contrayentes reciban los regalos de sus amigos y parientes. Durante ese tiempo la novia todavía debe permanecer lejos del alcance de su marido, en la casa familiar. Esto, nuevamente, ocurre entre comillas.
Sobre todo si el futuro es tan incierto. En Irak, a pesar de ser un país liberal en cuando a la observación ortodoxa del Corán, el noviazgo existe pero oficialmente está prohibido.