Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 6 de marzo de 2003
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas 
  >

Política

Jorge Carrillo Olea

Los contratistas de armas del Pentágono

Las explicaciones para la guerra en Irak se han centrado en varios puntos, pero al que más ha recurrido Estados Unidos es a la supuesta democratización de los países musulmanes poseedores de petróleo. Todo mundo sabe que lo que realmente busca es el apoderamiento inmediato de las mayores reservas de petróleo del mundo; otra meta: terminar, de una vez por todas, con la inestabilidad en una zona vital para el futuro estadunidense por el mismo petróleo. Con visión histórica hay que aceptar una verdad que para los estadunidenses mueve todo: el petróleo se acaba.

Habrá muchas más razones concurrentes, como sería reactivar la industria militar, lo que obedece a su vez a varias razones: viejas lealtades del Partido Republicano con esos industriales, fortalecer la economía interna en plena decadencia, sostener y acrecentar el papel hegemónico de ese país sobre el mundo entero, etcétera.

Los contratistas de armamento y equipo militar no vieron sus mejores tiempos durante los ocho años clintonianos y añoran el auge del que disfrutaron durante el largo periodo Regan-Bush. Muy al principio de la administración Clinton habrían de saber por boca del secretario de Defensa, Les Aspin, y de uno de sus subsecretarios, William Perry, que los años de gloria habían terminado. Ello significaba que el presupuesto del Pentágono no podría mantener al mismo número de proveedores mayores con los volúmenes de compra a que estuvieron acostumbrados durante el boom.

Pero... -siempre habrá un pero en estas materias- esas compañías tenían poderosos aliados en el Congreso y lograron que acordara cubrir los costos de las empresas por despido de personal, por desmantelar plantas o por mantenerlas debajo de sus niveles de rentabilidad. Una empresa como Boeing, que después de absorber a otras sostiene en su nómina a 250 mil empleados, tiene mucho que decir ante el Congreso, o bien Lockheed Martin, que mediante impresionante folleto alardeaba abiertamente del significado para las economías locales de sus 50 instalaciones en 50 estados.

Los logros de esa estrategia fueron alcanzados, entre otras cosas, mediante generosas aportaciones en numerario a los partidos políticos y sus candidatos de preferencia. En adición a esto, entre las seis más grandes empresas productoras de armamento gastaron la sorprendente suma de más de 50 millones de dólares, sólo para cubrir gastos de lobbying en el Capitolio; ellas fueron Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman Corp., Ratheon, TRW y General Dynamics. Sin embargo, no es todo, pues al consolidarse como empresas cada vez más grandes y, por ende, más influyentes, los contratistas adqui-rían más y más poder ante el Pentágono, dejándole con muy apretados espacios de decisión cuando se aproximaba la ocasión de una compra mayor, como la de un nuevo sistema de armas. Cuando en 1998 el Pentágono licitó un contrato por un millón 600 mil dólares entre cuatro empresas, Boeing lo ganó e inmediatamente subcontrató a las tres empresas perdedoras, dándose el caso de que los cuatro competidores resultaron ganadores, lo cual dejó al Pentágono por lo menos haciendo šgulp!

Pero aún hay más para mostrar la increíble fuerza de las empresas proveedoras ante su mayor comprador a nivel mundial, respaldadas por sus conexiones en el Congreso. Por ejemplo: el líder de la mayoría Newt Gingrich nunca desamparó a la Lockheed Martin, que tiene una importante planta en Marietta, Georgia, capital de su distrito electoral, o bien el líder de la minoría Dick Gephardt, quien siempre protegió el destino de la división McDonnell Douglas de Boeing, el mayor generador de empleos en su distrito de Saint Louis.

Esta distribución de contratos en los distritos de los representantes más influyentes, o estados en el caso de los senadores, ha sido práctica común durante décadas, al grado de llevar a cabo compras de armamento y equipos no necesarios ni solicitados, o para los que no había presupuesto asignado, teniéndose que llegar a aprobar ampliaciones hasta por 20 mil millones de dólares en los peores años, 1996-1998. En 1978 el Pentágono ordenó a Lockheed Martin cinco C-130, pero el Congreso agregó increíblemente 256 de esos enormes aviones. š50 por cada uno originalmente ordenado!

Si trasladamos estas prácticas de tiempos de paz a las necesidades de guerra, sobre todo en satélites de inteligencia o de comunicaciones de extrema alta frecuencia, vehículos aéreos no tripulados, misiles, nueva generación de portaviones, submarinos, aviones de combate, transporte aéreo y vehículos blindados, las sumas son verdaderamente difíciles de concebir, y por supuesto que superan varias veces los presupuestos anuales de los países latinoamericanos.

Para estas grandes empresas la guerra empezó hace varios meses. Están produciendo por órdenes secretas del Pentágono o por su cuenta propia, a sabiendas de que no las dejarán colgadas. Los cálculos de pérdidas humanas y de material permiten al Estado Mayor conjunto anticipar necesidades de repuestos. Así que la derrama de dólares destinados a la guerra ya empezó.

ƑCómo se reflejará esto en la economía estadunidense? Pues seguramente dinamizándola, concretando su hegemonía sobre la europea, aunque a la larga también registre inflación.

ƑLos efectos sobre México?: reducción de su comercio de exportación a todo el mundo y encarecimiento de las importaciones, lo que no se verá compensado, ni en volumen ni en oportunidad, con el alza de los precios del petróleo, que, aunque traiga un beneficio transitorio, tendrá a largo plazo efecto bumerán e inflación.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año