Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 2 de marzo de 2003
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Política

Rolando Cordera Campos

Fin de semana, Ƒfin de fiesta?

La semana arrancó con el gran escándalo desatado por las acusaciones de estruendo y furia del antiguo presidente de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores. Con micrófono abierto por el periodista Joaquín López Dóriga en su programa radial del mediodía, Eduardo Fernández habló sin tapujos de un "crimen de Estado" al frente del cual se habría puesto el propio presidente Fox para tapar a sus amigos. A este propósito habrían coadyuvado, en palabras del ex funcionario, la Procuraduría General de la República, la Secretaría de Hacienda, la actual Comisión Nacional Bancaria y de Valores y hasta el secretario de Gobernación. Nulificado el estado de derecho, sólo quedó para Fernández el recurso a la Comisión Nacional de Derechos Humanos, al Congreso de la Unión y a la opinión pública, gracias a los medios de información y, claro, a radio bemba, que en los mercados financieros no es poca cosa.

No empezó mal esta semana, en que nada más tenemos que vivir las vísperas de la guerra y el gobierno del cambio no tiene sino que vérselas con los malos tratos de sus amigos del norte, la irritación de sus otros amigos de aquí mero y con el desconcierto de enormes capas sociales, para las que la guerra no es opción ni en un juego de salón, pero para quienes la paz es también una amenaza múltiple: por los malos humores de los vecinos cuyos vigilantes no se miden; por la incompetencia creciente de sus elites empresariales; por la inepcia de una clase política que prefirió quedarse en clase electoral cuentavotos y migajas fiscales, antes que plantearse las elementales tareas de verse y creerse como grupo dirigente.

Uno puede suponer, al filo de la noche de este martes 25 en que se escribe esta nota adelantada, que al fin de la semana el escándalo habrá cedido el paso al siguiente, o pasado al olvido, pero también puede pensar lo contrario: que en vez de encontrar cauce jurisdiccional, el tremendo "yo acuso" de Eduardo Fernández desató la hoguera de vanidades y mezquindades, encendió el fuego del encono y puso a las cúpulas del cambio y de la inercia en sentido contrario al del nuevo régimen que todas prometen, inclusive cuando pretenden edulcorar un pasado del que nadie debería, en realidad, querer acordarse. No al menos, si se asume racionalmente que ese pasado es precisamente el que nos trajo hasta este ominoso presente.

Las denuncias del ex funcionario parecen haber sido hechas al calor de un acoso y una persecución abiertos, y no sólo sobre sus antiguos colaboradores sino sobre él mismo. Pero la recepción que de sus dichos hicieron los medios en su conjunto el día de los hechos no permite presagiar nada bueno. Después de su coloquio con López Dóriga, las declaraciones fueron recogidas en la radio del fin de la tarde en varios programas, pero lo que parece haber privado es el escepticismo de los comentaristas y, luego, en la televisión de la noche, el silencio, con la excepción del propio López Dóriga, que le dedicó escasos segundos casi al final de su programa en Televisa.

Para varios de los columnistas financieros que pude escuchar, lo estrepitoso de la acusación parecía debilitarse por la catadura del personaje, por sus antecedentes o por el tiempo de espera para emitir la denuncia, con lo que la acusación misma, la noticia indudable, quedaba implícitamente relegada. En la prensa del día siguiente, pareció imponerse esta pauta: se consigna o se transcribe lo dicho por Fernández a Joaquín, pero se acota la gravedad del hecho con la biografía del acusador, las dudas por el tiempo transcurrido, sus afiliaciones de grupo o de partido. Una opinión radiofónica de este mediodía llegó a apoyarse en palabras del banquero Lankenau, preso en Monterrey por fraude financiero, para poner en su sitio al denunciante.

En este foro y con ese coro, difícil resulta esperar que llegará en nuestro rescate la sensatez jurídica para imponer una ruta apegada estrictamente a derecho, no sólo en lo tocante a la acusación y a quien la hizo, sino en todo lo que dicha denuncia ha puesto sobre la mesa. Levantar horcas y esgrimir cuchillos, aprovechar el viaje para ajustar las cuentas, empezar otro nefasto ejercicio de votar con los pies por parte de los del dinero, puede sin demasiado trámite ni esfuerzo volver las advertencias de Tony el texano profecía autocumplida, sin que el embajador haya tenido que llamar a los marines o a David Crocket en su auxilio. Todo lo habríamos hecho nosotros, regocijados ante nuestra insuperable fragilidad. Amén.

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