Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 28 de febrero de 2003
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Cultura

José Cueli

Moderno carnaval tanático

Momo, el hijo alocado de la noche, aquel mitológico burlón que se asoció a Baco, despechado por haber sido expulsado del Olimpo no puede, en verdad, estar quejoso del carnaval que se ha armado en el mundo y en el que imperan la grotesca y trágica samba del presidente Bush, de querer organizar el baile carnavalero al compás de los misiles y bombas teledirigidas, y expulsar del mundo a los ''diferentes" y ''malos".

ƑCómo se puede legislar la pulsión de muerte con su cauda de omnipotencia, narcisismo, sadismo y deseos de inferirle todo el dolor y la humillación posible al ''otro"? Si las manifestaciones de millones de personas en las calles al grito de ''no a la guerra", tratando débilmente de frenar la locura y el ímpetu ruidoso de la omnipotencia y la irracionalidad, son desoídas.

El triunfo del instinto de muerte sobre el instinto de vida, la manía sobre la depresión, la gula sobre el hambre, la pulsión destructora desbocada encima del débil. Moderno carnaval en el que lo erótico ya no interesa, carece de emoción. Lo dionisiaco de los griegos y los saturnales romanos convertidos en desenfreno no erótico sino destructivo, que el carnaval estadunidense autoriza y proclama.

Días llenos de pánico en el mundo frente a la manía de los estadunidenses contra los reglamentos (ONU). Titán invencible que cabalga sobre el espacio. Locura transitoria que apaga el soplo de la razón, que le arranca su sentido -ante una guerra que forzosamente tendrá que ser rápida debido a las armas modernas. La fuerza bruta de la naturaleza contenida por la ley.

Carnaval guerrero que baila a fuego lento en las calles estadunidenses y aparentemente cubre la depresión de sus negros, latinos y tercermundistas humillados en las márgenes de sus ciudades.

La guerra, bestia feroz y salvaje, úlcera devoradora de la vida resulta ahora una amenaza inminente para un mundo que sólo quiere vivir, sin megalomanías de poder, y sin embargo la vida se le torna persecución y zozobra cotidiana que lo enloquece por el miedo a ser engullido. Cada guerra deja a la sociedad con un sabor a muerte, a putrefacción, a caída infinita en el abismo. Desafío furioso que asombra, que indica el fracaso del instinto de vida, la muerte de los límites y de la ley hacia un pasaje interior bajo la sombra regresiva y odiada de la persecución generadora de ese pánico que paraliza, atonta, aturde y nos carga de angustia desgarradora, sin salidas.

Ante tales circunstancias el yo se descubre como un yo herido, sangrante, humillado, que intenta remediar sus pérdidas sin saber de qué manera hacerlo. Mientras surgirá la perversión sadomasoquista para placer del autoritario y omnipotente. Será esta una guerra contra seres irrepresentables, ya que sólo resplandecerán en el cielo las luces de los misiles, pero no se verá el rostro de los muertos, de los mutilados, de los aterrorizados ante tal barbarie. Tampoco veremos los rostros llorosos de las madres que verán morir a sus vástagos o que morirán junto con ellos. No sólo veremos la estela de los misiles y su cauda luminosa que caerán irremisiblemente en puntos prefijados y otros no tanto.

El mundo se llena de un involuntario terror, entre el asombro y la indignación, necesitando aprender un nuevo modo de vida en medio de la violencia desatada de los poderosos.

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