Luis Linares Zapata
La guerra, lógica del poder
José María Aznar decidió jugarse una porción sustantiva de su capital político como actor iberoamericano y emprendió, sin muy buenos resultados aparentes, su viaje a Estados Unidos con escala en México, donde dejó establecida la posición de su gobierno en el caso Irak. La crítica a la pretensión de intermediar en asuntos tan delicados como la guerra no se hizo esperar, en especial la que proviene de la izquierda y de todo aquel que resienta las intromisiones, más las no solicitadas. Pero también parece que Aznar rema en contra de una poderosa corriente en su país que le demanda distanciarse de las posturas de Bush y de Blair. Los del Partido Socialista Obrero Español tratan de hacer su agosto recurriendo aun al insulto que equipara a Aznar no sólo con Franco, sino con Hitler. Surge, entonces, una pregunta obligada: Ƒserá don José María tan obsecuente y doblegado con las potencias belicosas que es capaz de arrostrar tales ignominias por quedar bien? ƑSus inclinaciones derechistas, rayanas con o de plano instaladas en el fascismo, lo han desquiciado a tal punto que enfrenta con ánimo suicida el repudio de su electorado? O, también, se puede preguntar por el tipo, hondura o naturaleza del interés nacional que Aznar defiende para conducirse de tal manera. Acaso se puede intentar una explicación que vaya más allá de la diatriba, de los calificativos a su persona (enano, lo llaman con frecuencia), del desvío moral implícito en una conducta guerrera, por su falta de conciencia humana o la soberbia que lo avasalla. Es muy posible que Aznar no sólo tenga razones de peso para inclinar a su gobierno a respaldar la intervención militar en Irak, sino que amplios círculos de las elites españolas lo secunden y hasta lo empujen en ese sentido.
De la misma manera en que distintos grupos del poder español guiaron a la sociedad de los 60 y 70 a embarcarse en la aventura de la construcción europea, ahora pretenden afianzar su estatus de potencia media que aspira a enrolarse en la avanzada del desarrollo. Para lograr esto último los españoles han tenido que otear y salir de sus fronteras. Tal como aceptaron sacrificios, sin cuento ni cuentas, para ser aceptados por una Europa que los tenía arrinconados dentro, ahora -casi como consecuencia obligada- han buscado, y conseguido afuera, las reservas petroleras que su geografía les ha negado. Se toparon con el ofrecimiento que les hizo la Argentina privatizadora de Menem y Repsol, después de atrincherarse ahí aspirando ensanchar sus horizontes.
Aznar pudo venir a México en busca de una tajada del negocio que muchos andan por ahí ofreciéndole. Y tras de esta compañía, a su lado o como puntas de playa, enviaron sus bancos, sus gaseras, su telefónica. ƑPor qué? Pues por la simple lógica del mercado, del poder, de los gustos y exigencias de los consumidores o la bien conocida ambición de sus tomadores de decisión que quieren asegurar sus intereses. Pero, Ƒcuáles intereses? ƑLos de la izquierda y la justicia distributiva, los de la derecha y el libre mercado? Es muy posible que ambas opciones formen parte sustantiva de esa lógica del poder.
Sí, es muy probable que Aznar esté pensando, junto con sus asesores, consejeros, socios, hombres de empresa, militares, juristas, politólogos diplomáticos, financieros y demás mandones cómo hacerle para obtener un cacho de ese otro mercado que se abrirá en Irak después de la guerra, donde ellos no tienen la puerta que buscan. Sus empresas, las petroleras en especial, requieren ampliar sus reservas, integrarse verticalmente, diversificar inversiones. Y desde hace tiempo tienen la vista fija en el mundo árabe, que no es tan extraño a los españoles.
Es muy factible que Aznar y su entorno aspiren a ensanchar el cerrado club del G-7 con su presencia para influir, aunque sea de manera marginal, en las decisiones financieras que rigen a gran parte de la economía mundial y para ello requiera la anuencia o una actitud condescendiente de los estadunidenses. En fin, para que el gobierno que preside continúe asegurando a su población la mejoría en los niveles de vida que le solicitan día con tarde. Se podría entonces cuestionar si Aznar (como Bush, Berlusconi o Blair) tiene el ascendente moral, los principios éticos, la visión de largo plazo para tomar decisiones que involucran el sacrificio obligado de seres humanos con tal de mantener o acrecentar el bienestar de sus ciudadanos o la comodidad de los electores. Y tal pregunta puede remitirse a la historia de los pueblos que prevalecieron sobre otros que se debaten en la penuria o francamente desaparecieron, a las peripecias de los príncipes conquistadores. Puede enmarcarse entonces en el juicio histórico para los buenos o malos gobernantes, de los imperios que se formaron, de los mercados que fueron descubiertos. Y las respuestas no tardarán en visualizarse. Y muchas de estas respuestas aparecen con independencia de los acuerdos totalizadores, con los méritos momentáneos, los disensos glamorosos, las condenas irredentas o las maldiciones por explorar alternativas de conveniencia y, sobre todo, aparecen matizadas por la terrible, la descarnada, lógica del poder.
Ojalá que nuestros dirigentes, las elites mexicanas, actúen sobre la base de asegurar los intereses propios. Sabemos que poco, por no decir nada, tenemos que ir a buscar entre los valiosísimos despojos que dejarán los bombardeos en Irak. Las capacidades empresariales locales, en concreto las petroleras, apenas si alcanzan para trabajar lo interno. Pero bien se podrían explorar las conveniencias para la sociedad mexicana en otros renglones, en otros quehaceres, con un talante no de vendevotos, sino de un socio que se respeta y que necesita de los demás, justo ahora en la guerra, como se puede hacer también en la paz, o la bonanza de los negocios.