La obra de Glantz se presentó en la Feria de Minería
Explora El rastro otras posibilidades de la novela
Destacan los comentaristas el conocimiento de la autora en el manejo de los recursos lingüísticos y literarios
ANGEL VARGAS
La imposibilidad de expresar los sentimientos y los afectos es el tema principal de El rastro, libro con el cual Margo Glantz se convirtió en finalista del Premio Herralde 2002. Se trata una historia de amor y muerte que narra la vuelta de una mujer a su pueblo natal para acudir al entierro de su ex marido, un famoso compositor y director de orquesta.
De esta novela, publicada por Anagrama y que ayer se presentó en la Feria de Minería, la escritora Anamari Gomís consideró que es una obra "electrizante" en la que lo sublime se convierte "en líquido humor, en corazón deshecho, como ocurre con los amantes abismados y como pasa con la muerte y su densidad de extrañamiento".
Agregó: "Margo Glantz aborda las dos posibilidades de lo sublime: lo sublime lleno de logros positivos y lo sublime negativo, como propuso Kant, es decir, aquello que nos abrasa, nos consume, nos sobrepasa, pero que al mismo tiempo disfrutamos y nos funde en un freudiano sentimiento oceánico".
Presentadora del libro al lado de Mauricio Montiel y Eduardo Parra, Gomis calificó la factura de El rastro de algo muy griego y artistotélico, porque "causa miedo y luego un ramalazo catártico".
También resaltó la conexión física que la autora logra en esta novela entre el soneto como forma poética y el corazón:
"En una emulsión de discursos, como sucede en el Primero sueño, de Sor Juana, donde los científico se amalgama con lo místico, lo filosófico y desde luego lo poético. El rastro nos dispone a los lectores a toparnos con una parte cordial del barullo que es placer estético, la memoria, el dolor, la presencia contundente de la muerte y lo inefable.
"Nos coloca por lo tanto frente a donde lo patético y lo glorioso se juntan, y en el caso del texto de Glantz a donde lo cotidiano también se asoma".
Segundo en el uso de la palabra, Eduardo Parra subrayó el virtuosismo y la maestría de la escritora y periodista mexicana, colaboradora de La Jornada, para corroborar con El rastro que "en nuestros días la novela aún puede adquirir y narrar cualquier historia".
En esta novela "Margo Glantz se reafirma como una escritora concentrada en el lenguaje y su sonido, su ritmo y su poesía", dijo. Es una literatura que se elabora y reelabora, y cuyas situaciones al final se repiten, se enredan unas con otras "para establecer vibraciones, densificando el relato y creando una sensación de simultaneidad que anula el paso del tiempo y consigna los hechos en un solo presente".
Parra resaltó que, merced a la práctica de una escritura oblicua, la autora omite lo que cualquier otro novelista hubiera resaltado: los episodios claves, la historia de amor y desamor entre los protagonistas, la causa de su rompimiento, el destino de los hijos, a quienes se alude si acaso una o dos veces durante toda la novela; el melodrama, el germen de la tragedia.
"En cambio, recordándonos esa idea, apuntada ya por Guillermo Fadanelli, de que para sobrevivir la novela ha tenido que convertirse en ensayo, la narradora insiste en las ideas que jamás abandonan su mente. Así, leemos las lecciones ensayísticas en torno al tiempo, a la música, al acto mismo de escribir o la voz perfecta de los castrati, o en torno al quehacer del corazón desde el punto de vista artístico, sentimental o médico".
En su opinión, el corazón, abordado desde todas las perspectivas posibles, resulta "el verdadero protagonista del relato de Margo, símbolo del paso del tiempo y, por lo tanto, centro de los deseos y de las frustraciones, de la capacidad y de la vulnerabilidad del hombre".