Santo patrono de sí mismo
César Güemes
Era el mejor, y lo sabía. Nada como su oído perfecto para recoger las voces, las hablas, los modos de decir en castellano. Ricardo Garibay nació extralúcido para escuchar y, al paso del tiempo, afinando diariamente aquí y allá el oficio, fue capaz de trasladar a la palabra escrita aquello concebido para formularse en voz alta.
Aparejados consiguió el estilo y la técnica, herramientas de las que sería largo dar cuenta minuciosa. Un primer apunte lo señala como hombre dedicado a ejercer la mirada de manera profesional, acuciosa, severa, tenaz. Describía con precisión de micras los espacios y de un trazo dibujaba dentro de ellos a sus personajes. Y aún así su trabajo no resulta sintético, sino económico. Sus textos, periodísticos o literarios, crónicas o novelas y cuentos, son ejemplo de la depuración, de las artes de la ingeniería y la arquitectura llevadas al adjetivo puntual, a la imagen reveladora, a los diálogos vivos que hablan en la enorme cantidad de páginas que escribió a lo largo de su siempre corta existencia. En alguna de sus líneas describe a "una mujer enteramente vientre y senos", de manera similar Ricardo Garibay era enteramente oído y riqueza de lenguaje.
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Fragmento del prólogo a Obra Reunida. Crónica II, de Ricardo Garibay.