Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 22 de febrero de 2003
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Política

Enrique Calderón A.

Las Naciones Unidas y la guerra

"Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del terrible flagelo de la guerra..." La primera vez que oí esta frase estaba en quinto año de primaria, me la aprendí de memoria; no sé si por instrucciones del maestro o simplemente porque me impresionó mucho, pues siendo aún niño, la belleza, profundidad y claridad con la que había sido escrita no dejaba lugar a dudas de la grandeza en la que estaba inspirada. Mi contacto con la guerra se reducía a los pasajes leídos en los libros de historia y a las películas de corte bélico en que los héroes estadunidenses se dedicaban a despanzurrar japoneses, chinos, indios y demás subespecies de la raza humana, pero era suficiente para entender su trascendencia.

La frase era el inicio de la Carta de las Naciones Unidas y daba cuenta de su razón de ser, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) era el mayor resultado tangible de la civilización y una garantía para que nunca más los conflictos entre países se resolvieran por la vía de la guerra. Como le sucedió a muchos niños y jóvenes de ese tiempo, la realidad se llenó de desencanto cuando sucesivas guerras siguieron asolando el planeta, sin que la ONU hiciera o pudiera hacer algo por evitarlas. Los países grandes y poderosos siguieron golpeando a los pequeños y cometiendo crímenes sin justificación alguna y sin que la ONU los evitase. Recuerdo el asesinato de Lumumba en el Congo, el ataque de los marines en Santo Domingo para imponer un gobierno afín a los intereses estadunidenses. Recuerdo los tanques rusos en Praga y Budapest, y la siembra de minas enfrente de las costas de Nicaragua para impedir que los barcos llevaran medicinas y alimentos a la población de aquel país cercano y querido de México. La participación de la ONU en el conflicto de la ex-Yugoslavia me resultó confusa, la siembra de "minas personales" y el saber que su fabricación se daba en países supuestamente democráticos dejaba dudas muy serias en torno a esa participación.

Hoy pienso distinto; siendo más fácil destruir que construir, los intereses de la naciones distan mucho de coincidir y dentro de cada país puede haber mil que se oponen a la guerra y sólo diez que son partidarios de ella y que terminan imponiéndola y esa ha sido y es la realidad de la ONU; la pregunta central es entonces: Ƒqué sería hoy del mundo si no existiese la ONU? No me atrevo a pensarlo, pero sí en cambio creo que hoy la ONU, gracias a su Consejo de Seguridad, puede y está deteniendo y desactivando la guerra. En ello el inicio de su carta definitoria, "Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas....", vuelve a tomar forma y significado, respaldada por millones de hombres y mujeres de todas las naciones; allí están los hijos y los nietos de aquellos que sufrieron por años los bombardeos en Londres, en Manchester y Liverpool, los de los testigos del Holocausto en los campos de concentración nazis, los descendientes de los habitantes de Madrid, de Bilbao y de Valencia, ametrallados por la Luftwafe y las tropas falangistas, están también los hijos de los sobrevivientes de las batallas de Stalingrado y de Leningrado, de las ciudades japonesas y de cientos de poblados en Polonia, en Francia y en la misma Alemania.

Pero estamos también otros millones de habitantes de este planeta cuyos padres y abuelos no vivieron esas experiencias, pero que saben lo que la guerra significa y que hoy estamos diciendo no a la guerra.

El presidente de Estados Unidos, en su soberbia criminal, está ignorando la voz de todos ellos y aun la de sus propios compatriotas, que aun inmersos en una campaña de terror, también por millones se oponen a la guerra luego de las horrendas experiencias que tuvieron en Japón, en Corea, en Vietnam y en la más reciente guerra del Golfo. Ante esa soberbia y la complicidad manifiesta, tan interesada como miope, de los gobiernos de Blair y de Aznar, la Organización de las Naciones Unidas, respaldada por estadistas, jefes de Estado, premios Nobel y por millones de hombres y mujeres de todo el mundo, constituye el único instrumento por la paz de que dispone la humanidad para evitar esta guerra estúpida y cruel, cuyas consecuencias posibles no son otras que la destrucción y la muerte. Nosotros los hombres y las mujeres de las Naciones Unidas, resueltos a preservar a la humanidad entera de esta locura que hoy nos amenaza, debemos salir a las calles a expresar nuestro repudio a la guerra y nuestro apoyo a la Organización de las Naciones Unidas.

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