Arnoldo Kraus
Eutanasia: otra mirada
Sampedro y Malévre. Ramón Sampedro y Christine
Malévre. Tetrapléjico y enfermera. Vivencias paralelas y
destinos que se entrecruzan. La imposibilidad de llevar a cabo una decisión
y la valentía de resolver y actuar. Ambos unidos por la ceguera
de la sociedad. Ambos estigmatizados y aislados. Ambos, parteaguas para
incontables preguntas y no pocas querellas morales, religiosas y sociales.
Sampedro y Malévre.
Ramón Sampedro fue un tetrapléjico durante
décadas -producto de un accidente mientras nadaba en el mar-, cuya
realidad se reducía a ser una persona que conservaba la razón,
la mirada, la audición, el habla, el sentimiento y la deglución.
De la cabeza para abajo no había nada salvo el corazón que
latía sin cesar. Sampedro era una cabeza viva dentro de un cuerpo
muerto. Era la conciencia de saberse vivo sin desearlo y dueño de
un físico ausente: brazos y piernas carentes de movimiento, esfínteres
inservibles e intestino perezoso. Existir era depender. Depender de todo.
Incluso, para morir, requería de otros.
Durante años, Sampedro solicitó a la justicia
española que se le ayudase a bien morir, pues consideraba que su
condición era insostenible. Para él, la cotidianidad era
sufrimiento y la idea de futuro era tan absurda como la inutilidad del
presente. Era una cabeza dentro de un cuerpo inservible y vivía
encadenado a una agonía y un dolor que se incrementaban por no poder
morir. Su lectura, su propia lectura, era clara: vivir en esas condiciones
carece de sentido. Y su solicitud para que se le permitiese morir "con
dignidad" también era sólida: el ser humano es autónomo
y tiene derecho a decidir sobre su destino.
A pesar de reiteradas peticiones y de contar con apoyo
para terminar con su vida, las autoridades denegaron repetidamente su solicitud.
Sampedro falleció muchos años después de su reclamo
inicial. La carga de dolor moral y el atropello a su dignidad seguramente
son indescriptibles, tanto por su situación física como por
la sordera de las autoridades. Aunado a lo anterior su final fue malo.
Sampedro pidió que se filmase el último
día de su vida -tras casi 30 años de permanecer en cama-
donde se observa la crudeza de su realidad y su dependencia total para
cualquier acto. En el video, emite su último mensaje dirigido a
los "señores jueces, autoridades políticas y religiosas"
a quienes pregunta: "¿Qué significa para ustedes la dignidad?",
y añade "pienso que vivir es un derecho, no una obligación".
A continuación se muestran las imágenes de Sampedro bebiendo
cianuro de potasio y su angustiosa agonía durante 20 minutos. Es
decir, Sampedro no obtuvo los medicamentos adecuados que le hubiesen permitido
partir sin dolor, por lo que tuvo que ingerir raticida. El video ha sido
remitido a la Comisión de Derechos Humanos de la Organización
de las Naciones Unidas (ONU) con la finalidad de que se reconozca el derecho
a morir dignamente.
Christine Malévre, enfermera francesa de 33 años
ejemplifica otras de las caras de la eutanasia. Malévre, quien trabajaba
en el hospital de Mantes-la-Jolie colaboró en la muerte de "varios"
enfermos terminales, aparentemente, siempre con la aquiescencia del paciente.
La audiencia provisional de Yvelines la condenó a 10 años
de prisión tras ser declarada culpable del fallecimiento de seis
pacientes. Para su defensor, el veredicto es hijo "de la hipocresía
de una sociedad que habla de cuidados paliativos o acompañamientos
de enfermos terminales" y no es capaz de mirar a los ojos "la realidad
de la eutanasia". Durante el juicio, varios médicos admitieron "haber
precipitado la muerte de enfermos incurables con una sobredosis de medicamentos".
Sin embargo, para el fiscal, el caso Malévre "no permite abrir el
debate sobre la conveniencia o no de legalizar la eutanasia".
Sampedro y Malévre preguntan: ¿es el ser
humano autónomo?, ¿debe hablarse públicamente sobre
eutanasia?, ¿cumplen la medicina, la religión y la sociedad
sus "obligaciones" hacia los pacientes terminales? Sampedro era un ser
humano que ya no se sentía humano. Era una persona que solicitaba
ayuda para despedirse con entereza del mundo. Durante décadas se
le denegó ese derecho y murió al ingerir raticida. Malévre
escucho las peticiones de enfermos desahuciados -muchas veces abandonados
y víctimas de sufrimientos anímicos y físicos- y los
ayudó a bien morir. El primero murió sin dignidad. La segunda
actuó con dignidad y se encuentra en la cárcel.
No hay duda que la hipocresía de la sociedad es
infinita. No hay duda que el silencio es enorme. Quedan varias tareas:
el Comité de Derechos Humanos de la ONU deberá responder
acerca del caso Sampedro y la sociedad debe tomar nota por el atropello
a Malévre. Malévre y Sampedro ilustran algunas de las contradicciones
de sociedades incapaces de entender el valor que cada quien da a su vida,
y, denuncian, la ceguera de conductas religiosas, legales y médicas.