Guillermo Almeyra
Estados Unidos, "Estado canalla"
Con su decisión ya tomada de guerra unilateral contra Irak (y los países que seguirán), Estados Unidos entierra el multilateralismo, creado al terminar la Segunda Guerra Mundial, que se basaba en la idea de la "coexistencia pacífica" para regular el capitalismo mediante una serie de instituciones-colchón, mediadoras y negociadoras. Tal sistema contaba entonces con la participación decisiva de la ex Unión Soviética, poderosa conservadora del status quo mundial (o sea, del dominio capitalista del mundo). La guerra fría era en realidad una combinación de tensiones y presiones controladas, destinadas a renegociar el equilibrio, que era lo fundamental. Eso evitó las guerras nucleares (las bombas atómicas que lanzó Washington sobre Japón fueron anteriores a la guerra fría y las amenazas de usar el arsenal nuclear en Vietnam, Corea o la crisis cubana no se concretaron). Ahora el peligro de desconocer las resoluciones de Naciones Unidas, su funcionamiento y disciplina cierran la fase del multilateralismo e instauran, en cambio, la del solo arbitrio unilateral de Washington. Así se desconoce de un solo golpe la igualdad formal ante el derecho internacional de todos los países y, de paso, la soberanía de los mismos, y el imperialismo estadunidense se arroga el derecho de decidir cuándo y cómo guerrear contra el país al que, sin argumento válido, declara su enemigo, así como el de hacer una guerra internacional para imponer un gobierno colonial dónde y cuándo quiera. Todos los países están amenazados y se instaura la ley del hampa en la búsqueda de los recursos naturales y las zonas de influencia.
Washington, contra toda evidencia, ha desplazado la acusación de terrorista de Al Qaeda a Bagdad, y ni siquiera insiste mucho en el peligro del armamento de Saddam Hussein para concentrarse en la eliminación del gobierno de éste y en la ocupación de Irak bajo el comando de un gauleiter, como decían los nazis, un virrey estadunidense. Toda la ley internacional, ya violada en el caso de Cuba y en el de Nicaragua, cuando Estados Unidos se negó a cumplir el fallo del Tribunal de La Haya que le obligaba a resarcir a Managua por sus agresiones bélicas, salta ahora por el aire. Estados Unidos es un Estado canalla que remplaza la diplomacia por la cachiporra nuclear. China y Rusia, amenazadas, al igual que Francia y Alemania, pasan al papel de víctimas potenciales y en su resistencia a Washington no sólo defienden sus intereses petroleros o su zona medioriental de influencia, sino que también defienden su propia independencia. Entramos así en una fase de crecientes conflictos interimperialistas en los cuales participan países que son, desde siempre semicolonias, o que, como Rusia o China, podrían convertirse en eso. Es una fase preñada de conflictos bélicos que se extenderán porque ocupar Bagdad, para los árabes, equivale a la ocupación de París por los nazis y mil millones de musulmanes se opondrán a esa nueva cruzada colonizadora, al mismo tiempo que la amenaza de guerra nuclear contra Corea del Norte va directo contra China y reaviva en los japoneses el recuerdo del genocidio en Hiroshima y Nagasaki. Para evitar entonces que se reproduzca lo que sucedió cuando nazis y fascistas hundieron la Sociedad de las Naciones desacatando sus resoluciones y exacerbando la carrera armamentista que llevó a la carnicería de la Segunda Guerra Mundial, hay que dar absoluta prioridad a los principios por sobre los intereses y la realpolitik. O sea, si Estados Unidos desconoce a la ONU y un posible veto contra su agresión a Irak, es indispensable hacer lo que no se hizo contra Israel, respaldado siempre por su patrón y mandante. O sea, ponerlo fuera de la ley, imponerle sanciones económicas y políticas, como el aislamiento internacional, imponer la prohibición de comerciar con un Estado canalla, la ruptura de las relaciones diplomáticas, como se hizo en parte con el régimen racista de los boers en la Sudáfrica del apartheid. El comercio mundial sufriría, pero la humanidad se ahorraría la catástrofe de la barbarie atómica, con cientos de millones de víctimas humanas y enormes destrucciones materiales.
La posibilidad de expropiación de los bienes de las trasnacionales estadunidenses e incluso del reparto de su participación en el mercado entre los competidores europeos, rusos, chinos, japoneses, agravaría la crisis de dichas trasnacionales -que están en pésima situación y se aferran a la esperanza de que la guerra de Bush las defienda y les permita reflotar- y las llevaría a sopesar lo que podrían perder si juegan a la matanza.
Podrían separarse del nuevo Hitler tal como Krupp, Thyssen y las grandes empresas alemanas (y el alto mando mismo) lo hicieron al ver los desastres que para ellos preparaba la locura del equipo de sicópatas que se había lanzado a una aventura bélica que ya no podía controlar. Una buena parte de los estadunidenses se opone hoy a la guerra, entre otras cosas porque ve que las primeras víctimas serán las libertades democráticas y la Constitución que desea preservar. Porque no puede haber guerra sin terrorismo contra el pueblo estadunidense. Para ayudarles ahora habría que tomar medidas para dividir el establishment, que no sigue a Bush unánimemente. Eso podría ser fundamental para derrotarlo y salvar al mundo.
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