Disparejo, manso, débil y soso el encierro de Vaca Hermanos, en busca de cartel

En torera actuación, Ignacio Garibay ratifica cualidades y enorme potencial

Cortó la oreja de su primero El Conde no asegundó y Rondero ¿se despidió?

LEONARDO PAEZ

Cuando se carece de sensibilidad, visión, talento y rigor de resultados como empresario taurino, inevitablemente se pasa de los carteles de relumbrón y los llenos de aniversario a las ternas pueblerinas, si bien cobrando lo mismo por unos y otras.

Como enésimo botón de muestra de estos infraniveles de desempeño seudoempresarial, en la decimoséptima corrida de la temporada el promotor de la Plaza México, cansado quizá de los éxitos artísticos y de taquilla, decidió volver a los carteles modestos.

Si no es por la sólida tauromaquia de Ignacio Garibay -valor sereno, sentido de la colocación y del temple, imaginativo capote, rotunda y mandona muleta y una clara idea de la suerte de matar-, el infame festejo se habría convertido en desfile de mansedumbre, ineptitudes y tedio.

¡Qué contraste entre la ejemplarmente presentada corrida de San Marcos -con el trapío y emoción que dan cuatro años de edad reales-, lidiada en el festejo anterior, y los tres novillotes y tres toros que lograron reunir los hermanos Vaca para venir en busca de cartel a la desprestigiada plazota! Unos pobres de cabeza y otros con cara; unos escurridos de carnes y otros pudiendo apenas con el peso, todos con escasa transmisión durante su lidia.

Por eso Alfredo Ríos El Conde, quien tan bien estuviera hace ocho días, se desdibujó con la sosería y debilidad de su primero, dizque cinqueño, según la pizarra, y tras tedioso trasteo escuchó hasta dos avisos, para subirse al carro de los pinchadores, hoy tan en boga.

Con su segundo se vio más decidido con el capote, cubrió el segundo tercio con cierta espectacularidad y dejó para el recuerdo un mágico trincherazo con la zurda, desmayado e íntimo, al enésimo soso, pasador pero deslucido, del que nunca logró hacerse.

Por eso también Ignacio Garibay se alzó no sólo como el triunfador de la tarde, sino como referencia obligada de lo que son las ganas de ser, la entrega y el pundonor con sello y con celo. Ni la modestia del cartel ni la procedencia de los toros ni la pobre entrada alteraron su propósito de querer hacerse figura del toreo.

Con Mexicano, el menos malo del encierro, corrido en tercer lugar, Garibay ejecutó dos largas cambiadas y dos bellas verónicas por el derecho. En varas el toro arrancó de largo, humilló y recargó en un excelente puyazo de Angel Juárez, quien luego sería sacado al tercio. Quitó Ignacio por chicuelinas y remató con una luminosa larga arrevolerada, por la manera como extendió el percal.

Vinieron luego derechazos con sentimiento y mando al tardo ejemplar, y concluyó con una entera algo trasera que le valió merecida oreja.

Y con el que cerró plaza, Comisionado de nombre en cachonda alusión a una Comisión Taurina del Distrito Federal, que en estas fechas se juega su honorabilidad y razón de ser con la tardía pero obligada solicitud a la delegación Benito Juárez de sancionar e incluso cancelar la licencia de funcionamiento al intocable promotor, luego de tantos abusos e incumplimientos, Garibay estuvo más torero que nunca.

En temeraria larga cambiada de hinojos en los medios aguantó y embarcó limpiamente la fuerte embestida del astado, y con la muleta supo plantarle cara a un marrajo que otro cualquiera habría lidiado y matado, pero no Ignacio, que consiguió incluso dramáticos muletazos por abajo y luego de pitón a pitón. La gente, emocionada, se lo agradeció haciéndolo salir al tercio tras dejar tres cuartos de espada.

También hizo el paseíllo Carlos Rondero, a quien hace cuatro años bañó un espontáneo al darle tres soberbios naturales al bravo Don Alfonso, de La Misión. Ayer volvió a ir, pero tampoco supo estar.