La actriz y cantante fue homenajeada en el Zócalo
María Victoria arrancó piropos a sus fans como hace 40 años
JAIME WHALEY
María Victoria, a quien una vez las buenas conciencias en épocas premartianas (de Martha, desde luego, que no de Martí) tildaron de inmoral, pero que ahora, šoh ironías!, es inmortal, pues ya hasta estatua tiene, se reunió con una muchedumbre en la que predominaron aquellos que desde gayola del Follies le silbaron aprobatoriamente hace fácil cuatro décadas o quizás más y que la noche del sábado en el Zócalo, también gustosos, le repitieron los merecidos piropos, pues fue la recipendaria de un homenaje gubernamental.
Con su clásico vestido untado, parte de esa indumentaria que le valió la reprobación de la entonces implacable Liga de la Decencia, encargada de censurar tanto películas como conversaciones en las buenas familias, la actriz y cantante, nacida en Guadalajara hace ya mero siete décadas, pues citan sus biógrafos que fue un 26 de febrero de 1933, se reunió con heterogénea multitud, "mi público", algo que ella manifestó preferir por sobre una inalcanzable presentación en el Palacio de Bellas Artes.
Artistas varios, compañeros generacionales algunos, fueron también convocados por una agrupación de amigos de la también conocida como Toya y la Delegación Cuauhtémoc, que organizaron el reconocimiento.
A causa de Bush, como bien se dijo públicamente, algunos de ellos no llegaron y otros, como el caso de Rosita Quintana, llegaron rayando cuando el homenaje tocaba su fin, pero se dieron tiempo de dedicarle una palabras a la emocionada Inocencia de aquellos programas de la Criada bien criada, que por 14 años no cesaron sus emisiones semanales en el Canal 2.
De los anunciados, Verónica Castro entusiasmó, mientras la cubana Niurka recibió uno que otro silbido, pero no de admiración, sino por recurrir al fraudolento play back; ella desechó el acompañamiento de la Banda Sinfónica de Policía que dirigió, como huésped, un hijo de María, por lo que los aplausos fueron débiles. Caso contrario ocurrió cuando otra durable y legendaria dama del escenario, Yolanda Montes Tongolele, pasó al tablado y aunque dijo no ir vestida, pero si, si llevaba ropa, aunque fuese de civil, se soltó con unos pasitos de sus bailes tahitianos. También La Tigresa Irma Serrano pasó a cantar, cuál no, sino La Martina, y recibió su dosis de palmas.
Sentimiento y hechura
Igualmente sucedió con Dolores Padierna que, más tarde, en sencillo ágape en comedero del rumbo, ya casi en familia, se despojó de la formalidad de su investidura y acompañada por un cuarteto de cuerdas derramó sentimiento y hechura para el canto que le valió una positiva respuesta de los ahí reunidos; algo sonrojada y todo, no tuvo más remedio que echarse otra, esta vez a dúo con la homenajeada y más palmas y de nuevo la petición, pero el deber se impone y hubo de abandonar el local.
Con los ojos algo inundados, María Victoria, terminada su actuación en la plaza capitalina, señaló que espera grabar pronto un disco -"hice más de 50 long plays"- con aquellos éxitos que la hicieron la cancionera non, como Soy feliz, Tengo ganas de un beso y Cuidadito.
El rencuentro bien valió la pena, pero se extrañó aquel grito popular que salía del fondo del teatro, cuando la Toya cimbraba el escenario: "Maríaaa, cántales la última y nos vamos a la casa".