Interpreta a César Franck ante el príncipe
Philippe
La OSN toca a la realeza
RENATO RAVELO
La Orquesta Sinfónica Nacional ofreció un
concierto con obras de César Franck para celebrar las relaciones
entre Bélgica y México, con la presencia del príncipe
Philippe, heredero de la corona, en una sesión en la que el Palacio
de Bellas Artes tronó en aplausos para el pianista Jean Claude Vanden
Eynden, con esa generosidad que sobrepaga el público de los domingos.
Apenas el viernes las páginas rosas informaban
del nacimiento del segundo hijo del príncipe Philippe. La primera
hija, Elizabeth, nacida el 25 de octubre de 2001, será de hecho
la primera mujer que reinará el país que cuenta con una monarquía
hereditaria constitucional. El próximo jueves, en la misma celebración
de relaciones bilaterales, la embajada de Bélgica inaugurará
la exposición Músicos invisibles en el Museo Franz
Mayer. Estuvieron presentes en el concierto la ministra Annemie Neyts-Uyttebroeck
y el embajador Willy Stevens.
La
coincidencia del programa es afortunada: César Franck (Lieja, Bélgica,
1822), el público de domingo en Bellas Artes, el anuncio de una
nueva vida y la celebración de viejas relaciones. Como invitada,
por si faltara algo, la compositora Daría Guadalupe Olmedo (1854-1889),
una de las pocas mujeres que en el siglo pasado enfrentó el reto
de la construcción musical.
Las Variaciones sinfónicas de Franck están
por comenzar. Estudiantes de aquí y del interior del país
que, con la crisis económica como la única fiel compañera,
compraron en tercer piso, bajan al segundo poco antes de que el director
artístico, Enrique Diemecke, consulte con el pianista para empezar.
Ya saben que es así; nunca se llena abajo.
Público de papás, que de ver futbol le van
a los Pumas; de melómanas que son plantadas por la hermana y el
novio; señores que no hablan francés pero gritan "bravo";
niños que ven de bulto la cultura y la respetan; una especie de
reserva espiritual que aplaude hasta el cansancio hasta que Vanden Eynden
accede a regalar una pieza de Chopin como encore. Ya saben como
funciona, a pesar de que la economía no permite ser el puntual público
de viernes que desfila de noche, elegante e ilustrado, que no requiere
de pilones, porque compara si la interpretación suena igual que
la versión de Ivan Moravec.
Al pasillo salen quienes vienen a la celebración
de las relaciones entre Bélgica y México. Los demás
aprovechan para leer el programa, en el que la sapiencia e ironía
de José Antonio Alcaraz descalifica con el veredicto de la historia
a Gounod, quien a su vez "destrozó" el estreno de la que Diemecke
al presentar califica de "una de las partituras universales de la música":
Sinfonía en re menor, pieza fundamental como puente para
Debussy.
El público del domingo aplaude después del
primer movimiento; algunos los callan. Un niño duerme mientras el
allegretto parece extenderse excesivo en las cuerdas de la Sinfónica.
Con cierto esfuerzo Diemecke "lleva" al buen ritmo y sincronización
que requiere el final, en el que los diversos temas musicales se juntan,
se tocan y confunden en esa estructura magna de las sinfonías, que
este domingo en el Palacio de Bellas Artes sirvió para la cita entre
un público generoso y un príncipe que va a ser papá.