Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 17 de febrero de 2003
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas 
  >

Contra
Alambrada invisible en torno a Irak

El embargo, arma de muerte más eficaz que una guerra convencional

ALEJANDRO ZAPICO ROBLEDO Y MICHEL SUAREZ ESPECIAL PARA LA JORNADA

Bagdad, febrero. En diciembre de 1998, el australiano Richard Butler, presidente de la Comisión Especial de la Organización de las Naciones Unidas para la Verificación del Proceso de Desarme (Unscom) impuesta a Irak ocho años atrás, afirmaba que la dicho organismo ''no estaba en condiciones de llevar a cabo un trabajo sustancial de desarme''. Esta valoración constituyó la principal justificación para no levantar las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad; empero, paradójicamente, la Agencia Internacional de Energía Atómica consignaba el casi total cumplimiento de los acuerdos de desarme por Bagdad. En efecto, los últimos 12 años de alambrada comercial no sólo abortaron las posibilidades de crecimiento económico del país, sino que también contribuyeron a anular sustancialmente su capacidad nuclear, química y bacteriológica.

Este deseo de neutralizar el supuesto potencial bélico iraquí ha constituido el pretexto fundamental para la aplicación del Consejo de Seguridad de la ONU de un embargo económico extremo, que se ha convertido en un ejercicio de muerte más refinado y eficaz que la guerra convencional. Este cerco por hambre a la población civil mata igual, pero más lentamente, contraviniendo los principios fundamentales del derecho internacional y de la Declaración de los Derechos Humanos. Según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) más de cinco mil niños mueren cada mes en Irak a causa del embargo, una decisión que, en palabras de Madeleine Albright, ex embajadora estadunidense en Naciones Unidas, es "muy dura" , pero ''merece la pena''.

Lejos del ecosistema político y de las esferas de poder, el pueblo iraquí es el destinatario último de las consecuencias derivadas de un cerrojo económico que en un par de lustros ha estrangulado las expectativas de una nación, que a finales de los años ochenta presentaba los indicadores sociales (salud, educación, papel de la mujer y otros) más positivos de la inflamable región de Oriente Medio. Incluso, si mañana mismo se levantase las sanciones se necesitarían muchos años y varias generaciones para recuperar los registros alcanzados antes de la década de los noventa.

A pesar de los esfuerzos por reconstruirla tras los bombardeos sufridos durante la guerra del Golfo, Bagdad, a la que se accede únicamente por una inacabable y rectilínea carretera desde Ammán, Jordania, al no disponer libremente Irak de su espacio aéreo, muestra sus cicatrices: las heces fecales se han apoderado de las calles debido a la falta de fondos municipales para emplear operarios y adquirir productos de limpieza, mientras la basura se acumula multiplicando el riesgo de transmisión de enfermedades; existe gran número de casas hundidas y muchas no cuentan con agua potable ni electricidad; apenas existe sistema de alcantarillado y tanto la red de transporte público como el sistema postal funcionan precariamente.

Las cuotas de desempleo se han disparado en los últimos años debido a la gran cantidad de fábricas destruidas por los ataques aéreos, así como a la imposibilidad de importar materias primas y bienes de equipo. Pero los iraquíes no sólo tienen prohibido importar piezas y recambios que les permitirían recomponer sus infraestructuras: en la cuna de Sumeria, Nínive, Asiria, de Hammurabi, en la tierra que asistió al nacimiento de la escritura, no se permite la entrada de lápices, pues el grafito de sus puntas permite, según Estados Unidos, un "doble uso" con fines militares. Tampoco está autorizada la importación de cloro, cuyo valor purificador podría salvar muchas vidas, puesto que es susceptible de utilización bélica en la fabricación de gas mostaza.

Estas vueltas de tuerca ahondan aún más el sentimiento de desamparo entre la población que comprueba cómo la mentirosa obsesión de Estados Unidos (los países colindantes como Turquía, Israel, Siria, disponen de arsenales químicas y nucleares muy superiores en número y capacidad a los iraquíes) constituye la excusa perfecta para renovar las sanciones.

La vida en Bagdad es un ejercicio cotidiano de supervivencia. En los comercios enorme cantidad de productos duermen en las estanterías esperando un comprador que no llegará, mientras muchos particulares se deciden, empujados por el hambre, a vender algo tan querido y apreciado en Irak como son los libros, las bibliotecas personales. Los niños que hormiguean por las calles se han convertido en activos económicos dentro de la familia y son pobladores habituales de los cruces y semáforos, peligroso hábitat que comparten con viejos que, tragándose su orgullo y su vergüenza, han tenido que recurrir a la mendicidad para comer. Atrás quedó el tiempo en que el país se jactaba de su potente y laico sistema educativo; hoy la deserción escolar se cifra en 30 por ciento aproximadamente, al tiempo que se expande un fenómeno nuevo e inquietante como es la delincuencia. Antes, comenta nuestro traductor Assad, antiguo estudiante de filología en la Universidad de Salamanca, había muchas posibilidades de cursar estudios en el extranjero, de realizar posgrados universitarios. Con el embargo las becas se han suspendido y salir del país es un privilegio al alcance de muy pocos. "Ni siquiera se nos permite actualizar nuestras bibliotecas, o suscribirnos a revistas científicas. Han convertido el país en una cárcel."

En los hospitales de la ciudad la presencia cotidiana de la muerte genera un clima de desesperación generalizada. Afectados por la suciedad, con los equipos averiados, las camas destartaladas, sin medicinas ni sábanas, los centros de salud son un fiel reflejo de la ruina moral y física en la que se halla sumida la sociedad. Además, los médicos viven en un estado de tensión permanente provocado por la necesidad de decidir a quién administrar un medicamento vital entre un ejército de enfermos, básicamente niños, custodiados día y noche por sus madres, que ejercen de improvisadas enfermeras.

También la mujer ha visto retroceder su papel en la sociedad. Progresivamente desplazadas de sus puestos de trabajo por los hombres, en muchas ocasiones han de aceptar trabajos penosos para obtener ingresos suplementarios que son devorados rápidamente por la inflación galopante.

En el sur del país, la infinita carretera que lleva hasta Basora, principal teatro de operaciones durante la guerra del Golfo, está jalonada de grotescos y ridículos parapetos defensivos, fácilmente tomables, como ya ocurriera en 1990, con bulldozers y vehículos terrestres, impropios de una nación poderosa militarmente.

Los antiguos ubicaban en el estuario del golfo Pérsico, en la confluencia del Eufrates y el Tigris, el paraíso terrenal; hoy Basora parece más una franquicia del infierno que vive sepultada bajo una perpetua nube tóxica suspendida en la atmósfera desde los primeros bombardeos de la guerra. Las gargantas resecas, los ojos irritados, los alimentos contaminados indican la presencia de uranio empobrecido, basura nuclear que habrá de sembrar la muerte durante generaciones. Las mujeres dan a luz seres deformes, criaturas monstruosas, sobre los que los libros de medicina aún son incapaces de ofrecer más que silencio.

En esta región se han multiplicado exponencialmente los casos de cáncer, leucemia y malformaciones que los expertos asocian íntimamente a la enorme cantidad de uranio liberado por los misiles estadunidenses que periódicamente siguen cobrando su cuota de sangre entre los habitantes de los barrios del perímetro de la ciudad. Cuando la economía no alcanza, los cruise estadunidenses ejercen su efecto aleccionador, disciplinante, en este pavoroso basurero a cielo abierto llamado Basora. Diferentes maneras de matar y de morir. En los barrios bombardeados, las caras de los niños no son de las que pueden olvidarse fácilmente.

Ante esta demoledora realidad no sería extraño asistir en fechas próximas a un auge de posicionamientos intransigentes, a la emergencia de un talante antinegociador evocador de un orgullo nacional agredido por la arrogancia occidental y la ausencia de solidaridad de los países árabes. Tal vez ese sea uno de los objetivos de la política punitiva que Estados Unidos y el Reino Unido practican unilateralmente al margen de los organismos internacionales: propiciar el cambio de régimen desde dentro. En todo caso, en este laboratorio exitoso del "nuevo orden mundial", por encima o por debajo de su desesperación y su sufrimiento, el pueblo iraquí no se doblega y sigue dando muestras de una gran capacidad de resistencia, de una dignidad admirable. Borges lo dijo para siempre: hay una dignidad que el vencedor no alcanza.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año