Jacques D'Hondt
Un nuevo Hegel
El autor de este texto, traducido por Carlos Pujol,
dialoga con las biografías y los apuntes biográficos existentes
a la fecha (la más reciente es la que escribió el alemán
Horst Althaus en 1992) y también indaga por su cuenta e incursiona
en lo que algunos denominan el género de la ''biografía culta"
para lograr su aspiración: acercarse lo más posible a ''la
realidad" de la vida de uno de los pensadores más importantes de
Occidente, Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), en una novedad bibliográfica
de gran interés: su libro titulado simplemente Hegel y que
Tusquets Editores pondrá a circular en breve en México. Como
una exclusiva para nuestros lectores, ofrecemos, por cortesía de
la editorial, un adelanto (el prefacio y el capítulo Ultima
Verba) de estos atisbos a una vida llena de verdades en silencio.
He aquí al nuevo Hegel, un Hegel que guarda escaso
parecido con las imágenes de él habituales. En las postrimerías
del siglo XX las cosas se ven de otra manera, gracias a documentos hasta
ahora desconocidos o insuficientemente valorados que arrojan una nueva
luz.
Para contar la vida de Hegel, es obligado recurrir a las
primeras biografías que de él se publicaron, especialmente
a la de Karl Rosenkranz en 1844. Sobre muchas cuestiones es el único
testimonio del que disponemos, y, en general, parece serio y honrado. Pero
Rosenkranz no lo sabía todo de Hegel, y diríase que tampoco
dijo todo lo que sabía.
Ahora sabemos que Hegel disimuló sistemáticamente,
de una forma más o menos eficaz según los casos, muchos aspectos
de su existencia, de su actividad y hasta de su pensamiento íntimo.
Y ello en esferas diversas: en la familiar, religiosa, política,
doctrinal... Luego, discípulos y adversarios rivalizaron en parcialidad
o mala fe para aumentar aún más sus silencios.
Ha llegado el momento de redescubrir a Hegel. La línea
de su vida ha padecido ciertas torsiones por parte de los historiadores.
Se trata ahora de encauzarla, o al menos de hacer un esfuerzo en este sentido.
Dedicaremos, pues, una particular atención a lo que otros han descuidado
en exceso por ignorancia o por malevolencia, aceptando el riesgo de acentuar
exageradamente lo contrario. Echaremos una ojeada sobre todo cuanto en
general es más conocido y admitido.
No hay nada inocente en la vida y en el pensamiento de
un gran filósofo. El lector tiene que estar sobre aviso. Este libro
no aspira a agotar todos los problemas que plantea un destino como el suyo.
Desea sobre todo abrir nuevas perspectivas que investigadores posteriores
amueblarán mejor más tarde. Hegel es un caso abierto febrilmente
una vez más, que nunca va a cerrarse de modo definitivo. Pero a
pesar de las lagunas, que sin duda existen, y probablemente de algunos
errores de detalle, el autor confía en restituir aquí una
imagen de Hegel a la vez inquietante y seductora, viva.
Capítulo 19 Ultima verba. El Reformbill
La
última palabra que Hegel destinó a la publicación
fue, un poco por casualidad, Revolución.
Siempre se citan las últimas palabras de los filósofos.
A veces se inventan algunas sublimes. Hegel murió en silencio, pero
había escrito un último artículo. No le cortaron la
palabra, pero le cercenaron la pluma.
Hasta entonces las autoridades habían tolerado,
no sin desconfianza y malhumor, sus publicaciones hábilmente equívocas,
pero la impresión de su último artículo se vio interrumpida
por un ''decreto" especial del rey.
Hegel cerraba el círculo. Al comienzo de su vida
literaria había juzgado prudente censurarse literariamente a sí
mismo; más tarde aceptó la censura benevolente de sus amigos;
su último mensaje debía inclinarse ante la más fuerte
de todas las censuras, a la decisión abusiva del déspota.
La censura oficial ofrece muchas ventajas. Obedece a directivas
opresivas, pero generales y bien visibles; está al servicio de intenciones
explícitas. Con ella al menos se conocen los límites que
no hay que franquear. Pero en 1831 el artículo de Hegel sobre el
Reformbill inglés sufrió la arbitrariedad monárquica,
la insondable ''real gana" del soberano.
No sorprende nada que Hegel se interesara en esta fecha
por las cuestiones políticas inglesas. No era la primera vez que
dirigía su mirada investigadora hacia este país, su mirada
de ''viejo político", como sus amigos le apodaron hasta el final.
En cambio, lo que sorprende en primer lugar es el tono
acerbo, incluso violento, al que eleva su crítica de Inglaterra;
luego el hecho de que, a pesar de eso, el texto fuera tolerado, a costa
de unas cuantas modificaciones, por la censura previa; finalmente que se
aceptara, por no decir que se solicitó, por el diario semioficial,
la Gaceta Real del Estado Prusiano (B.S. 461-506).
En 1831 en Inglaterra se planteó públicamente
el problema de una reforma política profunda, que habían
hecho necesaria e incluso urgente, las consecuencias desastrosas y vergonzosas
de una política arcaica, injusta y absurda. El primero de marzo
de 1831, el gobierno sometió al Parlamento un proyecto de ley largamente
preparado, el Reformbill.
A Hegel esto no le cogió de improviso pues conocía
la cuestión. Redactó rápidamente un largo estudio
(45 páginas) sobre este tema, y su trabajo empezó a publicarse
en la Gaceta del Estado Prusiano.
Una vez más, el cronista no puede dejar de sorprenderse
de lo extraño de esta intervención del profesor de la Universidad
de Berlín, que acababa de abandonar sus funciones de rector, en
los asuntos políticos internos de un Estado extranjero.
¡Y todo eso se publica en la Gaceta del Estado!
Se hace difícil de creer que se tratara de una iniciativa de Hegel,
quien, según Rosenkranz, simplemente tenía deseos de decir
''lo que le andaba por dentro" (R 418). Y los censores reales al parecer
aprobaron el contenido de esta invectiva. Y al director de la Gaceta
del Estado le pareció muy bien publicarla.
En realidad, la lectura del texto de Hegel basta para
hacer casi increíble la complacencia de la lectura, porque si no,
¿qué es lo que censuraba?, y la acogida de la Gaceta del
Estado... ¿O acaso tenía ésta por costumbre publicar
panfletos incendiarios?
Pensadlo bien, casi estamos tentados de creer que el modesto
profesor de filosofía, plebeyo además, fue incitado por una
autoridad superior a expresarse de manera crítica sobre aquel tema,
de una manera que finalmente contrarió al rey, y de lo que tal vez
fue más allá de lo que quería su instigador desconocido.
El rey (o sus consejeros) sin duda conoció el texto
de Hegel leyendo los primeros fragmentos aparecidos en la Gaceta.
Indignado, hizo que le entregaran el manuscrito del final del artículo,
y, entonces, definitivamente hostil, prohibió su publicación.
Rosenkranz dice que la colaboración de Hegel apareció
en los números 115 a 118 de la Gaceta del Estado. Omite indicar
que, aunque se había anunciado (''continuará") el final del
artículo no se publicó en el número 118. La primera
edición de las obras completas de Hegel reproduce el texto completo
según el manuscrito del autor, sin avisar que éste quedó
truncado en su primera publicación. Ni Fischer en 1901 ni Roques
en 1912 mencionan la prohibición real y los cortes previos de la
censura en el manuscrito. Para la mayor parte de sus discípulos
y de su primera posteridad, Hegel pudo pasar así por colaborador
leal y complaciente de la Gaceta del Estado. Como si hubiera muerto
en olor de santidad.
Los lectores de la Gaceta del Estado no encontraron
en el número 118 el final del artículo, que sin embargo se
anunciaba en el número 117. Pero los dos episodios precedentes ya
eran agresivos en exceso: como siempre, el pensamiento de Hegel, en este
escrito bastante largo, no se caracteriza ni por su claridad ni por su
univocidad, pero, pese a todo, ofrece aquí un tono más transparente.
Hegel, criticando con mucha energía la vida política
inglesa (que llama ''corrompida"), simula no juzgar de manera maniquea.
No quiere tomar partido, quiere quedarse en una esfera superior, se sitúa
en un nivel alto para observar objetivamente el curso de las cosas, como
un puro teórico político, al que preocupa solamente describir
''lo que es". Finge no emitir juicios normativos. En realidad, bajo estas
apariencias ''científicas", pero que no engañan a nadie,
su procedimiento se muestra aún más feroz.
(...)
Tal vez Hegel deseaba afirmarse, ante el público
y las autoridades, como un pensador político clarividente y profundo,
capaz de desentrañar una situación confusa y peligrosa, para
ayudar a los dirigentes políticos a encontrar soluciones más
eficaces gracias a un conocimiento más lúcido y más
exacto de la crisis efectiva. Pero, ¿por qué pasar a tierra
inglesa? ¿Acaso Prusia no le ofrecía muchos temas de estudio
igualmente complejos y apasionantes? ¿Presumía verdaderamente
de ilustrar a los jefes políticos ingleses y de orientar su acción?
¿Apuntaba indirectamente, y por efecto de semejanza, a las condiciones
políticas prusianas?
No es imposible, que entre otros objetivos difíciles
de averiguar, Hegel intentara, o fingiera intentar disuadir a los liberales
alemanes de una acción demasiado radical: si no os gusta lo que
pasa en Prusia, fijaos en Inglaterra, donde todo es aún peor. El
artículo se esforzaba en poner de relieve algunos rasgos favorables
al régimen prusiano. ¿No era éste el procedimiento
habitual de compensación de las tesis audaces? También es
cierto que una parte de los liberales alemanes, aunque minoritaria, se
sentía muy atraída por el modelo inglés, mal conocido.
El artículo de Hegel dejaba tan mal parado al régimen
inglés que el régimen prusiano no podía evitar sufrir
las consecuencias del ataque. Y dejando de lado este efecto de rebote,
no podía dejar de perjudicar a la monarquía inglesa hermana
de la monarquía prusiana, irritar a los dirigentes ingleses, afectar
a las relaciones anglo-prusianas, por todo lo cual es comprensible que
Federico Guillermo III, avisado por algún consejero, pusiera fin
a esta publicación.
El rey no alegó ningún motivo concreto.
Respondiendo a una petición informativa que formuló Philipsborn,
el director de la Gaceta del Estado, el consejero real Albrecht
escribió: ''Su Majestad no ha reprobado el artículo sobre
el Reformbill; sin embargo, estima que su publicación en
la Gaceta del Estado no es apropiada (geeignet). Debo (ich
muss), pues, rogaros que retiréis el final de este artículo
que tan amablemente me habíais comunicado, y que os devuelvo adjunto"
(Albrecht, 3 de mayo de 1831) (B.S. 786).
Jacob, el traductor francés, adhiriéndose
a la opinión de Rosenkranz, añade que ''esta intervención
se debió a razones de política extranjera, dado que el rey
quería evitar roces diplomáticos que el artículo,
muy crítico para con Inglaterra, podía provocar. La conclusión
fue objeto de una edición privada, reservada a los amigos y a las
personas interesadas".
¿''Roces diplomáticos"? Desde luego, era
lo mínimo que podía temerse. Aunque sólo hubiesen
afectado a los torys y no a los whigs, quienes debían
de alegrarse del contenido del artículo. De esta edición
privada no queda ni rastro.