Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 27 de enero de 2003
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Política

Los militares reparten comida, ropa y hasta materiales para la reconstrucción

El Ejército cubre cada aspecto de la atención a damnificados en Colima

VERONICA GONZALEZ Y ALONSO URRUTIA CORRESPONSAL Y ENVIADO

Colima, Col. 26 de enero. Felipe Blanco, general brigadier diplomado de estado mayor apremia a tres miembros de su tropa a acelerar la maniobra y subir el puchero de res al camión militar y salir prestos a distribuirlos. "šApúrenle, que la gente tiene hambre! Nada más con cuidado que está muy caliente."

Son casi las 5 de la tarde y la tarea de alimentar a la gente no para.

"Vamos a Villa...Villa... Villa Ƒde qué soldado?"

-Villa de Alvarez, mi general -responde el aludido que acaba por fin de colocar la enorme cazuela ardiente en el vehículo.

El camión parte hacia la zona damnificada. Con las atribuciones casi plenipotenciarias del Ejército para atender la emergencia, parece que los militares casi no se dan abasto.

Los cocineros acaban de entregar el guiso y ya hay otros que pican ajos y cebollas, mientras otro menea los 70 kilos de patas y muslos de pollo que comerán esta noche los 500 damnificados instalados en el auditorio Miguel de la Madrid Hurtado.

El sismo del miércoles pasado tuvo la peculiaridad de azotar Colima cuando la campaña prácticamente está en marcha para renovar gobernador, diputados y alcaldes. La tragedia ha puesto más susceptibles a los niveles de gobierno y los partidos para evitar el lucro político con los damnificados.

Conclusión: que todo lo concentre el Ejército. Así, desde ayer, el sector castrense en la entidad se encargará de distribuir despensas, atender damnificados y, según algunas versiones, hasta de canalizar la dotación de materiales para reconstrucción.

En medio de estas viscitudes, el Ejército también se da tiempo para atender otras funciones: detener, en días pasados, a narcotraficantes en la ciudad. "Ibamos sólo de apoyo", asegura el comandante de la XX zona militar, Juan Morales Fuentes.

En los albergues la gente va y viene. Prácticamente vacíos de día -cuando los daminisficados van a sus casas para ver qué puede rescatar o simplemente a cuidarla que no le roben nada- por la noche los pobladores retornan para dormir.

La consulta médica por padecimientos asociados a la tragedia no son muchas, dice el capitán Roberto Prado, médico militar responsable de la atención de enfermos en el albergue, como apoyo al Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF). "Vienen para atenderse padecimientos crónicos."

Rocío Arias, médica del DIF estatal, dice que lo que sí han tenido es demanda de atención sicológica, aunque sólo hay dos sicólogos en el albergue que se turnan todo el día.

La ropa donada no alcanza muy bien para la población albergada. "No hay ropa para niño y ese sí es el problema, pues para el resto de la gente sí garantizamos una muda para que se bañen."

María Vázquez de Jesús se resigna a su mala suerte. Cuando tenía apenas 10 años, en 1961, dice, un temblor azotó Acapulco, de donde es originaria. Desde entonces ella tuvo conciencia de los sismos, pero 42 años después la desgracia vuelve a perseguirla y la dejó sin la humilde casa de adobe y teja que rentaba por la calle Pimentel Llerenas de esta capital.

"Estaba en mi casa cuando se empezó a mover la tierra. Corrí afuera, pero caí de panza y ya no pude levantarme porque la tierra brincaba; nomás veía cómo se ladeaba la barda de enfrente. Me asusté mucho; pensé que me iba a tragar la tierra."

La curiosidad puede más que la timidez de Lourdes Avalos Pascual, quien sostiene a su bebé de 11 meses en brazos mientras le da de comer con un biberón.

-ƑEstá usted anotando a las personas para las casas? -pregunta con esperanza y entre susurros.

Apenas con 24 años de edad, Lourdes está sola con su hijo. Su pareja la corrió de casa hace dos meses y, aunque fue a pedir asilo a sus padres, éstos sólo la "aguantaron" un par de días y luego la corrieron. "Querían que les diera dinero, pero como no puedo trabajar porque no hay quién cuide a mi bebé, me despidieron."

Vagó por las calles, hasta que una señora le aconsejó que se refugiara en el albergue "para que no anduviera vagando por las noches". Sin ser damnificada llegó al albergue un día después del sismo; ahí seguirá hasta que se lo permitan .

Myriam Cervantes no es más afortunada. Vivía con sus tres hijos en una casa de adobe que una vecina le prestaba y de milagro no se cayó, pero quedó inhabitable. "Yo cuidaba a una señora mayor; su hija consiguió que me prestaran la casa de al lado a cambio de hacerle compañía a su mamá. Por fortuna a la señora no le pasó nada con el temblor, pero yo ya no tengo dónde vivir".

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