REPORTAJE/INSTITUCIONES
POLITICAS EN LA TRANSICION
Partidos, demócratas puertas afuera
La renovación de dirigencias sacude el andamiaje
formado por normas internas
Las cifras son elocuentes: apenas 10 por ciento de las
69 quejas más recientes que ha recibido el Instituto Federal Electoral
corresponde a inconformidades entre partidos. El restante 90 por ciento
es producto de las pugnas internas que prevalecen en el seno de las propias
instituciones políticas, de acuerdo con información oficial
ALONSO URRUTIA
La democracia que pregonan hacia fuera los partidos políticos
no acaba de cuajar en su interior, ya que prácticas erradicadas
en comicios constitucionales campean en los comicios internos. El año
pasado se renovaron las dirigencias de los tres principales fuerzas políticas
y el saldo fue casi el colapso de las reglas internas de sucesión.
"A los priístas se les puede acusar de mapaches,
de ladrones, pero de no de pendejos", resumió una connotada dirigente
del PRI en aquellos días en que el lodazal de la elección
interna aniquilaba el discurso de la "nueva" democracia tricolor. Días
aciagos en que nadie dudaba que había habido fraude, pero no había
manera de probarlo.
Quizá menos coloquial, pero más lapidaria
fue la definición oficial de sus propios comicios por parte del
PRD, un partido tan golpeado por el salinato: "fue la imitación
de la legislación electoral de Carlos Salinas y su aplicación,
diseñada para defraudar el sufragio", se resumía en el informe
de Samuel del Villar, el responsable de la Comisión de Legalidad
del partido del sol azteca.
Al abrigo de las estructuras cupulares, el panismo corrió
menos riesgos y mantuvo la elección de su nuevo dirigente en el
ámbito cerrado del Consejo Nacional. Al amparo de ese espacio volvió
a imponerse el establishment panista, aun a costa de la derrota
del grupo del presidente Vicente Fox y de la preservación de esa
incierta distancia entre partido y gobierno que ha hecho naufragar la relación
en los primeros dos años.
Ahora, bajo esas nuevas dirigencias, los partidos preparan
la disputa por la renovación de la Cámara de Diputados y
la elección de seis gobernadores.
PRI: de mapaches y otra clase de alimañas
Expulsados de la presidencia, los priístas se preparaban
en 2002 para disputarse el poder interno. Antaño espacio prácticamente
reservado a la designación y remoción por parte del primer
mandatario en turno, la presidencia del PRI cobraba, por primera vez, una
importancia estratégica en la correlación de fuerzas internas.
De
nuevo labastidistas y madracistas midieron fuerzas bajo la modalidad de
consulta a la base. Beatriz Paredes, acompañada del casi desconocido
Javier Guerrero como aspirante a la secretaría general, confrontaba
la alianza de dos grupos: Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo, cabezas
de poderosas elites.
El árbitro de la contienda, Humberto Roque Villanueva,
intentó no verse rebasado y mantener el proceso por la vía
institucional, aunque para ello tuviera que legalizar el acarreo. "Traslado
físico", definió con elegancia tres días antes de
los comicios.
Roque amagó a los contendientes: "no aceptaremos
presiones... quien quiera correr el riesgo de hacer el ridículo,
en el pecado llevará la penitencia". Por esas fechas Paredes "fijó"
las bases de su posible triunfo: "Si no se desatan los mapaches, ganaré".
Los mapaches, esos personajes míticos del
priísmo, aparecieron por doquier. "No entiendo qué quieren
decir con mapaches. El mapache es un animal. Aquí hay animales,
pero racionales", respondía el jerarca cetemista Leonardo Rodríguez
Alcaine para negar lo evidente.
El 24 de febrero los mapaches se desataron y el
estereotipo por excelencia de la trapacería electoral quedó
rebasado a decir de la connotada paredista María de los Angeles
Moreno: "en Oaxaca no hubo mapachismo, hubo delincuencia organizada".
Desde esa noche la crisis se cernía sobre el PRI.
Roque aseguraba que era imposible definir al ganador. La encuesta Mitofsky
sólo daba rangos de votación, ambos grupos utilizaban los
albazos como estrategia mediática, las acusaciones de atracos electorales
fluían, el sistema se caía tres veces por la madrugada y
la inefable lideresa del PRI Dulce María Sauri se atrevía
a proclamar que no veía "signos de ruptura".
El saldo es conocido: los 17 mil cibervotos en Oaxaca,
los 5 mil votos de más que tuvo Madrazo ganados nada más
en el tránsito del envío de información de Mérida
y la llegada al DF o los casi 200 mil votos de ventaja de Paredes en el
estado de México.
Al transcurrir las horas y los días el PRI se fue
sumergiendo en sus trampas, en la crisis que hizo brotar desde sus entrañas
célebres definiciones de los comicios internos:
"En el pasado era natural que el gobierno favoreciera
a uno u otro, pero con decencia; hoy hay indecencias de 17 a uno", se lamentaba
el representante paredista Salvador Rocha Díaz, en su amago de acudir
al IFE para denunciar que el mapachismo de José Murat no era "estatutario"
y la advertencia de Paredes de que la "felonía" le había
arrebatado el triunfo. Unos y otros se enlodaron con múltiples denuncias.
Nada de eso impidió que el 4 de marzo, aniversario
del PRI, el nuevo dirigente, Roberto Madrazo, anunciara que estaba listo
para contribuir a la gobernabilidad nacional.
PAN: relecciones al estilo de don Porfirio
La mañana del 9 de marzo Juan de Dios Castro habló
ante la directiva del PAN. Buscaba justificar ante la cúpula partidista
las razones por las cuales Luis Felipe Bravo debería relegirse como
presidente de Acción Nacional. Se dijo conmovido por la enorme diferencia
entre los procesos internos de sus adversarios y los del blanquiazul,
pero de inmediato marcó la clave: es necesario que "el gobierno
no se partidice, ni que el partido se gobiernice".
Aunque con menos sobresaltos, la renovación del
panismo fue una historia diferente: la preservación de lo que algunos
panistas definen como el establishment o, dicho de otro modo, las
familias históricas del PAN mantuvieron sus espacios.
Inútiles fueron las críticas que a lo largo
de la peculiar campaña interna hizo Carlos Medina Plascencia a la
relación PAN-gobierno y que ratificó Francisco Barrio, secretario
de la Contraloría, para alentar la candidatura del guanajuatense,
el candidato del gobierno. De nada valieron sus advertencias de que ese
distanciamiento entre el PAN y el gobierno contribuiría a incrementar
el riesgo de la derrota electoral en 2003.
Con el respaldo de Diego Fernández de Cevallos
se logró la relección de Luis Felipe Bravo Mena. La consiguiente
lectura del proceso alertaba sobre la derrota del foxismo y la prolongación
del alejamiento entre el PAN y el gobierno, a pesar de la incorporación
al CEN de los foxistas Rodolfo Elizondo y Ramón Muñoz, y
del discurso conciliador de Bravo. En esa pieza oratoria se plasmaban algunas
confesiones de Fox: "necesito un partido más cercano"
La interrogante de aquel proceso comenzará a despejarse
al iniciar el año electoral. Todo apunta a que a pesar del interés
estratégico que tiene para Fox controlar la Cámara de Diputados
no incidirá en la postulación de candidaturas. Así,
sin atinar a dar con el justo medio de lo que los clásicos priístas
denominaron la "sana distancia", van el PAN y el Presidente a las elecciones
de 2003.
PRD: la era de la clonación
Con la sombra del catastrófico proceso de 1999,
clonación de candidatos, juramentos de que en el partido
del sol azteca nunca pasaría lo que sucedió en el PRI y el
clamor de poner fin a la política de sectas, el PRD llegó
a la elección de su dirigente en la que, por si la polarización
no fuera suficiente, se eligió todo lo elegible: dirigentes estatales
y municipales, consejeros nacionales y estatales, así como delegados
al Consejo Nacional. Ocho elecciones simultáneas. Más complejo,
imposible.
Días antes, la elección se encaminaba hacia
una redición del proceso de 1999. Algunos asuntos se dirimían
mejor en el IFE, instancia a la que acudieron varios perredistas desconfiados
de sus órganos internos.
No amanecía aquel 17 de marzo y el PRD ya estaba
en problemas. El robo y recuperación de paquetes electorales de
Hidalgo, según unos, o la recuperación y robo de los mismos,
según otros. Lo único cierto es que el Servicio Electoral
debió iniciar su tarea con la anulación de los comicios.
Mal presagio. Meses después, cuando Del Villar terminó su
tarea, detectó tal cantidad de mapacherías en ocho estados
que recomendó la anulación de los comicios en esas entidades,
lo que equivalía a eliminar 30 por ciento de la votación.
Las acusaciones entre los equipos de Rosario Robles y
Jesús Ortega se prolongaron días y sólo al borde de
la crisis institucional se logró allanar el camino a la perredista
retirando las impugnaciones al proceso nacional. Ahí quedaron las
demás quejas en torno al resto de los comicios.
No sin razón, el informe Del Villar resumía
sin misericordia: "se cometieron actos arbitrarios de autoridad, conductas
violatorias recurrentes y una incapacidad manifiesta, involuntaria y voluntaria
del órgano encargado del control de la legalidad (...) la imitación
de la legislación electoral de Carlos Salinas y su aplicación
diseñada para defraudar el sufragio".