Guillermo Almeyra
Argentina: antes que nada, la independencia política
Faltan tres meses para los comicios presidenciales. Si
no se hacen las elecciones internas peronistas, se presentarán los
duhaldistas, con el aparato estatal y partidario y con su sumisión
al Fondo Monetario Internacional (FMI), los menemistas, agentes del capital
financiero internacional, la ultraderecha nacionalista peronista con Rodríguez
Saá, los aparatos provinciales del corrupto De la Sota en Córdoba
y del ex montonero Kirchner, en Santa Cruz, a más de Moreau por
la derecha radical, Terragno por los alfonsinistas, la diputada Carrió
por el centroderechista ARI, más algunos representantes de las sectas
ultraizquierdistas, sin posibilidad ninguna. En medio de una gran abstención,
debida a esta dispersión de votos y al repudio generalizado a los
políticos, podría salir electo un miembro de la derecha peronista
(o la Carrió, sin partido, ni programa, ni ideas, como antesala
al derrumbe). A esto se llegó por la falta de tradiciones democráticas
en el país y por el viejo apoliticismo de los trabajadores peronistas,
heredado del anarcosindicalismo, que unía una gran combatividad
sindical clasista con la sumisión al aparato estatal, así
como por la incapacidad y corrupción de la izquierda (la tradicional,
socialista y comunista, se suicidó al aliarse con la oligarquía
y los militares contra el movimiento peronista y la "revolucionaria" por
ir a la cola del peronismo o no entender la contradicción entre
los obreros peronistas y la burguesía peronista, para ayudar a los
primeros a obtener su independencia política frente a los últimos).
Cuando todavía había tiempo para utilizar
el periodo prelectoral para presentar un Frente Social Alternativo, con
un programa mínimo común anticapitalista y antimperialista,
para unir un sector obrero, aunque minoritario -CTA, desocupados, obreros
en lucha, etcétera- con vastos sectores de la pequeñoburguesía
que estaban rompiendo con la sumisión a los partidos capitalistas
y con el Estado, el sectarismo impidió construirlo. Luis Zamora
se fue a baraja, sin dar alternativa y llevó su partido mismo a
la división; la Carrió, para aparecer creíble en la
derecha, rompió con los socialistas y ahora apunta a ganar votos
radicales y peronistas de centro; la CTA convoca a un movimiento político
social, pero tarde y con fuerte dosis de sectarismo y la ultraizquierda
no es capaz de unir sino de dividir. Esa es la situación, a cerca
de 90 días de una elección presidencial que, sin bien impondrá
un gobierno ilegítimo y antipopular, reforzará sin embargo
el aparato de Estado, la represión y los lazos con el capital financiero
internacional. Porque queda por hacer la tarea principal: lograr que la
debilitadísima clase obrera sea protagonista en este proceso y tenga
una política propia, independiente del poder estatal y de los partidos
capitalistas, romper la sumisión de más de medio siglo al
corporativismo y a la idea de unidad nacional bajo la dirección
de la burguesía nativa, representados ambos por los peronistas.
Las elecciones son sólo una oportunidad: si no
se pudo agrupar un polo anticapitalista, hay que aprovecharlas ahora, cuando
no hay ningún candidato obrero ni siquiera antimperialista (como
hubo, en cambio, en Brasil y en Bolivia) para organizar el repudio y hacer
dar un salto hacia delante a la construcción de la independencia
política de los trabajadores. De la CTA y de los grupos de izquierda
más consciente debería surgir la iniciativa de imprimir papeletas
que digan" ¡No a los políticos y la política del capital!
¡No a los hambreadores del pueblo y agentes del FMI!" y hacer con
ellas campaña electoral masiva por la abstención activa,
es decir, por un voto de repudio, que podría ser contado incluso
por fiscales en las mesas y que serviría para construir un frente,
con un programa común anticapitalista y distribución proporcional
de las bancas, con vistas a las elecciones parlamentarias de septiembre
próximo. No se trata de decir sí o no a las elecciones. Se
trata en cambio de cómo utilizarlas, o rechazarlas, teniendo como
objetivo central la movilización del gran ausente -el proletariado
industrial- y la independencia política de los trabajadores. Si
se deja pasar esta oportunidad, el hambre puede llevar a una venta masiva
de votos, el plan trabajo puede servir para construir clientelas duhaldistas,
la desmoralización puede ayudar a la derecha. Y después,
con un gobierno peronista reaccionario, habrá que remontar una cuesta
ríspida y larga, durante muchos años.