En Aprendimos dando la viuda de Lázaro
Cárdenas relata lo sucedido
Bloqueó Carlos Salinas el trabajo de Amalia
Solórzano en favor de indígenas
Dedicó 20 años a labores de asistencia
en la Mixteca oaxaqueña por influencia del general
YANIRETH ISRADE
La contundencia del general estremeció a su esposa.
Lázaro Cárdenas era todavía presidente de México
aquel 5 de abril de 1940 y asistía como invitado al Congreso Indigenista
Interamericano. En su intervención, refutó: "No es exacto
que el indígena sea refractario a su mejoramiento, ni indiferente
al progreso. Si frecuentemente no exterioriza su alegría ni su pena,
ocultando como una esfinge el secreto de sus emociones, es que está
acostumbrado al olvido en que se le ha tenido; cultiva campos que no compensan
su esfuerzo; mueve telares que no lo visten, construye obras que no mejoran
sus condiciones de vida, derroca dictadores para que nuevos explotadores
se sucedan y, como para él sólo es realidad la miseria y
la opresión, asume una actitud de aparente indiferencia y de justificada
desconfianza".
Amalia
Solórzano de Cárdenas recuerda ese discurso como el detonador
del trabajo social que más tarde, ya viuda, haría durante
casi 20 años, de 1970 a 1989, en la Mixteca oaxaqueña, y
que terminó, entre otras razones, porque lo obstaculizó el
ex presidente Carlos Salinas de Gortari y porque lo que ella hacía
pudo usarse políticamente en contra de su hijo Cuauhtémoc,
según narra en Aprendimos dando, libro publicado por Lexis
Editorial con el doble propósito de documentar esa tarea de asistencia,
pero también recabar recursos, pues el producto de la venta será
destinado a la región.
La Mixteca fue uno de los lugares que más resintieron
la desaparición del tata Cárdenas, a juzgar por la
cantidad de cartas y mensajes, "escritos en papel rayado, cuadriculado,
limpios o amarillentos", que doña Amalia recibió con el pésame
por la muerte de su esposo. Eran tantas, relata en el libro, que decidió
acudir personalmente para agradecer esas muestras, "ponerme a sus órdenes
y ver si en algo podía mitigar esa ausencia.
"Pensé que venir así nomás a no hacer
nada, a que lloraran conmigo, a que nada más me sacaran retratos
con lamparitas, flores y banderas no era lo mejor. Había que hacer
algo, como gestiones para terminar obras inconclusas que a la muerte del
general seguían sin que nadie, ninguna autoridad, se ocupara de
ellas.''
Al principio doña Amalia y un grupo de personas
acudían una vez por año -en Día de Reyes- a distintos
lugares de la Mixteca para cubrir con víveres y otros artículos
la abrumadora pobreza de sus habitantes. Luego las visitas se multiplicaron.
"El comienzo fue difícil. En primer lugar, la gente
no sabía si lo que le obsequiábamos se lo cobraríamos.
Nos tiraban al suelo los rebozos, las cobijas, los comestibles. Con los
niños, aunque eran huraños y tímidos, fue más
fácil relacionarnos. Con el tiempo vimos que lo que querían
era cariño y atención. Los dulces o un juguete eran el medio
de acercanos a ellos. Los cuadernos, los lápices, las canicas, los
cochecitos, los volvían locos..."
Doña Amalia aclara que no sólo entregaban
artículos de primera necesidad, sino también gestionaban,
por ejemplo, la instalación de luz en algún pueblo, o la
creación de caminos, el levantamiento de una cerca, la construcción
una escuela.
Amigos de la Mixteca, como se les conocía, colaboraron
en esos años con el programa Fideicomiso de la Palma para la instalación
de fábricas dedicadas a la elaboración de productos a base
de ese material, un empeño que prosperó y contribuyó
a la subsistencia de sus habitantes, pero de triste desenlance. "Les han
quitado todo. Niños, mujeres y ancianos trabajan la palma con las
manos, con gran agilidad, pues las fábricas están ocupadas
por las maquiladoras coreanas de pantalón, con lo que se ha empobecido
mucho más la Mixteca, porque la palma era su medio de vida.'' La
situación del campo ha empeorado, concluye doña Amalia, y
las autoridades no conocen ni entienden la zozobra de esas zonas "áridas,
tristes y pobres", que albergan a tanta gente en la miseria.