Jorge Carrillo Olea
No hay casus belli, Mr. Bush
La estrategia de utilizar con fines electorales el miedo de los estadunidenses, al que son tan extraordinariamente susceptibles, le funcionó a George W. Bush en una magnitud que seguramente ni él mismo ni sus estrategas de campaña esperaban. Utilizó los sucesos del 11 de septiembre de 2001 en un double play extraordinario: se confirmó como el presidente de Estados Unidos, dejando atrás las sombras de su elección, y convenció a los votantes de que su gobierno, fuerte y agresivo, era la mejor garantía para la seguridad del American dream.
Clamó ante micrófonos y cámaras su declaración de guerra contra Al Qaeda y envió un ejército como no se veía desde la guerra del Golfo por su magnitud y poderío. Mandó a la banca a Naciones Unidas, conculcó derechos humanos, destruyó lo innecesario, todo para llevar a un juicio de dudosa legitimidad a una sola persona y hacer prisioneros en Guantánamo a un ciento de afganos. Pero Bin Laden y su red terrorista siguen vivos. Y con todo esto pareciera ser que se terminó la materia prima para el señor Bush en Afganistán.
Necesitaba más enemigos para alimentar su belicosidad y sostener el estado de ánimo de los estadunidenses, que lo convirtió en triunfador. Para ello diseñó su "eje del mal". Emprendió contra Irak toda una embestida política internacional, con los resultados conocidos: doblegó a Hussein. Este, con gran astucia, que no debilidad, se plegó a la resolución 1441 del Consejo de Seguridad, quitando con ello el dedo de Bush del gatillo de la pistola.
Los inspectores de Naciones Unidas casi terminan su trabajo y han ofrecido ya un informe preliminar, inconveniente para los planes de Bush. Esto es, no han encontrado evidencias suficientes ni de depósitos ni de fábricas de armamento QBR (químico, biológico o radiológico). A este reporte naturalmente el gobierno estadunidense le encuentra insuficiencias. Se queja de que no hay nada nuevo respecto de la información conocida hasta 1992, o que lo poco nuevo encontrado no le satisface y exige más, más y más, hasta un listado de los científicos iraquíes y su correspondiente entrevista de calificación. Las descalificaciones estadunidenses al reporte preliminar van más allá de las expuestas por los inspectores de la ONU. Esto es, el gobierno estadunidense excede política y técnicamente a la ONU.
Todo esto, y la obsecuencia de Hussein, que es toda una estrategia, terminó por llamar la atención de la opinión pública, particularmente la estadunidense, sobre hasta dónde llegará ese gobierno para encontrar un casus belli. Consecuencia de esto es que el teórico apoyo que tenía el presidente en su pueblo lentamente tiende a evaporarse, como evaporado está el de la comunidad internacional, salvo Gran Bretaña y España.
Nunca quieto, y ante los insatisfactorios resultados encontrados hasta ahora por los inspectores de la ONU, Bush ha abierto su jugada para mantener el clima de terror: clama que él y sólo él decidirá cuándo y por qué iniciará la guerra, y ya lo justifica mediante el jefe de inspectores de armas de la ONU, Hans Blix, de nacionalidad estadunidense, quien ha exteriorizado que "Irak no pasó la prueba", cuando el reporte final se presentará quizá el 12 de enero y el preliminar aún no ha sido traducido totalmente del árabe. Pero también anuncia el presidente que un millón de militares y él mismo serán vacunados contra la viruela, en previsión de un ataque bacteriológico. ƑHabría un modo más eficaz de alimentar el miedo?
No pierde el tiempo en el campo internacional y ha promovido que se lleve a cabo un simulacro global contra el bioterrorismo en marzo próximo, encabezado por los países del G-7, proyecto éste al que se ha sumado México, cuyo titular de Salud, Julio Frenk Mora, justificó explicando que "vivimos en un mundo globalizado y hoy en día un ataque a cualquier otro país, especialmente a nuestro vecino del norte, tendría consecuencias para nosotros mismos".
Es imposible descalificar la preocupación del secretario de Salud por los mexicanos, pero también está claro que abundan en el proyecto las segundas intenciones.
No hay casus belli, Mr. Bush, al menos no por hoy, pero si repasamos la historia identificaremos múltiples ocasiones en que para iniciar una guerra, Estados Unidos no lo ha necesitado. Recordemos la guerra de Texas, o más recientemente la de Vietnam, o la de Somalia en la pasada década.
En caso de una guerra de inicio unilateral, no hay que pensar en el siniestro personaje, históricamente condenado, que es Sadam Hussein. Hay que pensar en el inocente pueblo de ese país, que sería víctima del mesianismo de dos césares.