Armando Bartra /II
Un campo que no aguanta más
IV
Con todo esto los maiceros del país se están yendo por el caño. Tanto los que producen con riego y alta tecnología -pero también altos costos- en Sinaloa y otros estados del norte, como los productores de buenos rendimientos pero temporaleros de Jalisco. En el sur y sureste predominan los pequeños y muy pequeños cosechadores con milpas de bajos rendimientos pero destinadas principalmente al autoconsumo, que no se ven afectados como vendedores por la caída de las cotizaciones, aunque sí desalienta su producción la oferta de maíz de muy mala calidad, pero también de muy bajo precio. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga, y la caída del café y otras materias primas ha dejado a los pequeños agricultores que los producen sin dinero para comprar alimentos, de modo que la milpa de autoconsumo se ha venido fortaleciendo.
En estas condiciones no es de extrañar que en los últimos años la producción de este grano no haya aumentado, manteniéndose en las 18 millones de toneladas, cantidad del todo insuficiente para satisfacer el consumo interno, en particular el pecuario y el industrial.
Son las ventajas comparativas, estúpido, dirían algunos. Todo se debe a que en términos agroecológicos México no es competitivo en la producción cerealera. Chance. Pero por qué entonces también los productos agrícolas para los que tenemos evidente vocación andan bocabajeados. Por qué el gran cultivo del sur y el sureste, que es el café, va de tumbo en tumbo y sale de una crisis de precios para entrar en otra. Y eso que los productores de café del sureste están bien organizados, son innovadores tecnológicos que han hecho de México el mayor productor de café orgánico, incursionan desde hace rato en la comercialización y a mediados de los 80 participaron destacadamente en la construcción del Mercado Justo. Pero aun así están al borde de la ruina. Quienes no han encontrado nichos de mercado que paguen más y trabajado en la línea del valor agregado, definitivamente no la hacen. Las zonas cafetaleras que en el pasado vivieron cierta holgura económica hoy se han sumado al éxodo poblacional. Los nuevos migrantes ya no provienen sólo de las áridas mixtecas o de la Montaña guerrerense; hoy salen del otrora orgulloso Soconusco o del emporio cafetalero del centro de Veracruz.
V
La catástrofe del campo es una verdadera emergencia nacional. Las importaciones de maíz blanco y amarillo, con mínimos aranceles de 3 y 1 por ciento, respectivamente, están arruinando a los productores netamente comerciales del noroeste, que no pueden vender pero también desvalorizan los excedentes de los milperos más modestos y desalientan incluso la producción de autoconsumo, dejando un saldo de alrededor de tres millones de productores damnificados. La agroindustria cañera azucarera está en crisis, pues Estados Unidos no acepta las importaciones pactadas, alegando otros acuerdos, mientras que el edulcorante de alta fructosa desplaza al azúcar de caña como insumo de los refrescos embotellados. La entrada de arroz a precios de dumping tiene quebrados a los arroceros. El ingreso de piña enlatada golpea a los cosechadores nacionales de Oaxaca y Veracruz. Y lo mismo sucede con la producción de leche y de carne, acosadas por el polvo lácteo de importación y la entrada de vacunos centroamericanos, y con los avicultores desplazados por el ingreso de carne de pollo de desecho proveniente de Estados Unidos, por no mencionar los problemas que aquejan a trigueros, sorgueros y frijoleros. Si a esta debacle general agropecuaria agregamos el desmantelamiento de la caficultura campesina, que sustenta a cerca de 400 mil productores y considerando pizcas y agroindustria da de comer a unos tres millones de personas, habrá que reconocer que estamos ante una emergencia máxima, un problema de seguridad nacional, problema que se agrava con el fuerte incremento de los subsidios a la agricultura estadunidense que establece el nuevo Farm Bill, y empeorará el año próximo, cuando con base en los acuerdos del TLCAN se liberen de todo gravamen las importaciones agropecuarias restantes excepto leche en polvo, maíz y frijol. La eliminación del arancel significará, entre otras cosas, la posible pérdida de 200 mil empleos en la porcicultura y de 30 mil en la apicultura.
Por si fuera poco hay claros síntomas de que el nuevo gobierno no tiene propuestas de fondo, y su respuesta última a las demandas es la recomendación machacona de Usabiaga, ''atiendan a las señales del mercado, muchachos'', como si los productores organizados no lo vinieran haciendo desde hace muchos años. Y peor aún, la respuesta gubernamental a los conflictos recientes tiene todos los visos de trasformarse en un nuevo Fobaproa rural. Porque así como se subsidió con dineros públicos a los grandes bancos y empresarios defraudadores, con el conque de que había que salvar a los pequeños ahorros, hoy se están canalizando recursos públicos a sectores rurales adinerados, que son parte del problema y no de la solución, alegando que con esto se ayuda a los campesinos. El caso más evidente es la desviación de mil 200 millones, que debía manejar Acerca, entregados a los dueños de los ingenios azucareros -un sector históricamente parasitario- para que pudieran pagar la zafra que debían a los cañeros. Otro caso de subsidio indebido es la canalización de los recursos de Acerca destinados al transporte y almacenamiento a empresas comercializadoras colosales, como Cargill, que mueve casi la mitad de los granos y que está interesada en moverlos todos, pues quiere comprar Silos Miguel Alemán, que aún maneja Sagarpa, y la Terminal Granelera de Veracruz, hoy concesionada a Almacenadora del Sur, instalaciones estratégicas que pondrían nuestra ya muy mermada seguridad y soberanía alimentarias en manos de una trasnacional que maneja más de mil plantas de almacenamiento en 67 países del mundo. Y qué decir de los subsidios al maíz resultantes de las recientes movilizaciones de Sinaloa, que en gran medida van a las comercializadoras, y cuya porción destinada efectivamente al productor agrícola, queda en manos de un sector maicero empresarial y de riego, mientras que dos millones y medio del milperos campesinos que aportan tres cuartas partes de la producción nacional de este básico, no sólo están desprotegidos, también se cuestiona su existencia por no competitivos y por destinar parte de sus cosechas al autoconsumo o a los mercados locales. Otro caso es el del café, que vive una crisis profunda y prolongada y para el que se aprobaron recursos emergentes, pero mientras que la cuarta parte del subsidio es captado por unos 23 mil caficultores empresariales, con huertas de más de 5 hectáreas, a 95 por ciento de los productores -más de 300 mil familias campesinas e indígenas- les corresponderá apenas 75 por ciento del recurso fiscal. Pero lo más grave de este Fobaproa rural no es tanto que el subsidio se canalice a megacomercializadoras, dueños de ingenios y agricultores ricos, que en algunos casos son corresponsables de la emergencia que protagonizan, el problema mayor es que se trata de subsidios emergentes, dinero para apagar fuegos o negociar chantajes, ausente de verdaderos proyectos de recuperación agropecuaria.
En este contexto hablar de emergencia nacional no es retórica. Ni siquiera exageración. Dejar a la intemperie a 25 millones de mexicanos que viven y trabajan en el campo, entre ellos el sector más pobre de la población y casi la totalidad de los indios, nos adentra en una catástrofe económica, social y ambiental de dimensiones colosales. Crisis de soberanía alimentaria, crisis terminal de soberanía laboral, crisis ecológica, y por último -que no al final- crisis sociopolítica, pues los descalabros agrícolas se han asociado históricamente con la aparición de guerrillas.
VI
Por los siniestros de la reconversión se perdió la soberanía alimentaria. Pero lo más grave es que se extravió también la soberanía laboral, esto es, la capacidad de proporcionar trabajo digno e ingreso suficiente a la totalidad de los mexicanos. Un país pobre que no produce sus alimentos fundamentales juega en desventaja el juego de la globalidad, pues está obligado a comprar bienes de consumo básico cualesquiera que sean las condiciones del mercado. De la misma manera, una nación de éxodos masivos y estructurales, incapaz de aprovechar la capacidad laboral de todos sus habitantes, pone su soberanía en manos del país receptor de sus migrantes. México no es un país de la Unión Europea, que ceda premeditadamente soberanía para intensificar la complementariedad virtuosa y enriquecedora; su dependencia alimentaria y laboral hace de México una nación disminuida y subordinada.
Ante la debacle agraria, frente a una emergencia nacional que se profundizará con la nueva ley agrícola estadunidense y la inminente desgravación de casi la totalidad de las importaciones agropecuarias provenientes del norte, al gobierno sólo se le ocurren frases sonoras, planes y programas de nombres memorables y escasa sustancia. Hace unos días el secretario de Economía y el titular de la Sagarpa anunciaron un blindaje agroalimentario totalmente hueco, cuando no se cuestiona en lo mínimo la apertura comercial y tampoco se cuenta con recursos suficientes para revirarles a nuestros desleales socios del norte con subsidios de magnitud comparable a los suyos. ƑQué significa blindaje cuando se rechaza la revisión del capítulo agropecuario del TLCAN, mientras que de un gasto público programable fuertemente mermado, sólo una ínfima parte le corresponde al desarrollo rural?
Recientemente el Presidente de la República encomió el presunto blindaje agropecuario anunciando que este año el gobierno gastará en el campo 102 mil millones. Pero una vez más se trata de palabras huecas, pues esta cantidad es un agregado de todos los rubros presupuestales que tienen que ver con el medio rural, mientras que para Sagarpa, única secretaría que desarrolla acciones de fomento, se presupuestaron cerca de 34 mil millones, lo que representa una disminución de casi 4 por ciento respecto del presupuesto de este año.
Por si quedaba alguna duda, el secretario de Agricultura interpretó el mensaje que quiso enviar el Presidente: ''... Los agricultores contarán con un plazo de cinco años para hacerse eficientes y competitivos'', dijo. Y si no lo logran, que se olviden de los subsidios y ''mejor que se dediquen a otra cosa... El que no lo entendió, no lo quiso entender. Estamos planteando para los productores de granos y todo tipo de cultivos una disyuntiva: o te vuelves eficiente con los parámetros internacionales o te buscas otra cosa".
Más claro ni el agua. El ''gobierno del cambio'' retoma en toda su crudeza los planteamientos del salinismo en el sentido de que el campo mexicano requiere una purga poblacional operada a golpes de mercado. Y como a los neoliberales del PRI, a Usabiaga no le preocupa definir los tales ''parámetros internacionales'', que en realidad son precios artificialmente bajos deprimidos por los subsidios. Mucho menos le inquieta explicar cuál es la ''otra cosa'' a la que podrán dedicarse los campesinos presuntamente no competitivos, en un país cuya economía no crece y donde la industria despide empleados.
Y para el caso de productos decisivos en el sur y sureste, como el café, la receta del funcionario es la misma: ''En el caso del café vemos a productores que tienen un cuarto de hectárea del grano, otras tres hectáreas de maíz y de frijol, y de esto y lo otro. No viven del café. A estos productores tenemos que darles un esquema de salida. Y si quieres seguir produciendo (esa superficie de café) hazlo, pero el Estado no tiene porqué compartir contigo. Te vamos a dar uno o dos o tres años, para que veas que ese ingreso es marginal, pero ya no afectes los intereses del país''. Esto significa que hay que ''darle un esquema de salida'' a unos 200 mil caficultores minifundistas y de economía diversificada, un millón y medio de mexicanos campesinos que sin duda no viven sólo del café y que en los últimos años han mantenido sus huertas con pérdidas.
No le preocupa al funcionario que la caficultura campesina en pequeñas huertas de montaña sea ambientalmente virtuosa, pues capta lluvia, retiene el suelo, conserva la fertilidad, captura carbono y reproduce la biodoversidad. No le preocupa tampoco que de este cultivo haya dependido por varias décadas el ingreso monetario de una parte sustantiva de las comunidades campesinas e indígenas del país. No le preocupa, finalmente, que la geografía del café sea también la de los más agudos conflictos sociales y de la guerrilla. Y es que el señor Usabiaga sólo sabe producir y vender ajos y no le interesa más que el mercado. El problema es que se trata del funcionario responsable del destino del México rural.
Cuando los gobiernos de la Unión Europea ponen el acento en las múltiples funciones que la agricultura desempeña, además de producir alimentos, el gobierno de México -un país donde un cuarto de su población depende de la economía rural- quiere dejar atrás, cito de nuevo a Usabiaga, ''a una sociedad agraria demandante de recursos fiscales, inconsciente y poco receptiva de los mercados, atenta a buscar mejores ingresos vía presupuestos y no vía productividad...'' (Entrevista de Lourdes Edith Rudiño, en El Financiero, 21 de noviembre de 2002).