Lo acompañaron El señor González
y Laura Vázquez, entre otros
Con espectáculo multidiscipliario Ziggy
Fratta dio a conocer Motel
JUAN JOSE OLIVARES
Ante un grupo de invitados y amigos de similar ideología,
el músico Ziggy Fratta presentó ayer en el teatro-bar
El Hábito, con espectáculo intimista y sublime, su
reciente producción: Motel.
Lo hizo acompañado por "sus amigos": El señor
González en las percusiones; Laura Vázquez en coros y
piano, y las actuaciones y lectura de poesía de Carmen Huete y Laura
de Ita, así como por los músicos que lo ayudaron a grabar
el disco y los que invocó con una caja rítmica, como Héctor
Page (guitara), Eduardo Dyer (teclados), Julio Díaz (batería),
Miguel Góngora y Alejandro Otaloa (guitarra) y Jorge Luri (contrabajo).
Fratta,
músico de cuerpo breve pero de gigante sensibilidad, salió
pausado al proscenio, meditabundo, con su bajo pegado al pecho, ofreciéndose
a los que, impacientes, escucharían casi íntegro su nuevo
regalo: un viaje por las carreteras internas que pasan por lugares de amores
y desamores, por la soledad de esos lugares, por los caminos que nos acogen
en nuestras travesías.
El músico se respaldó con imágenes
de caminos, proyectadas en una pantalla gigante, al tiempo que las actrices
Carmen y Laura alucinaban durante un viaje y en un cuarto de motel desolado,
mientras que El señor González hacía eco con
sus percusiones.
En orden, La música del azar, Ruta animal, Frágil
y El circo abrieron el itinerante concierto. Tonos jazzeados se
mezclaron con la intensa voz de Fratta y sus historias.
Reina mía, Alto al fuego y Terremoto
fueron tres de sus sutiles interpretaciones, historias húmedas a
las que nos tiene acostumbrados el músico. Remató con Disparos,
Yo sólo siento y Vuelven esos días.
Al final, Fratta tocó en el piano y deleitó
con otras tres piezas. Una de Silvio Rodríguez ("ese DNA de Silvio
que todos llevamos dentro"), y pidió a la cantautora argentina Laura
Vázquez subir al escenario de El Hábito, el único
lugar en el que lo "dejan hacer sus pendejadas". Pero qué dulces
y finas pendejadas, diría una mujer embelesada por el canto del
ruiseñor.