Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 3 de diciembre de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Cultura

Teresa del Conde

Tamayo ilustrador

Es moción positiva por parte del Museo Tamayo y de la fundación del mismo nombre, que preside Aimé Labarrere, propiciar exposiciones de cámara acerca de diversos aspectos de la producción del maestro y mejor aún dejar constancia de las mismas mediante una publicación.

Tamayo ilustrador, impreso por Editorial R.M., es uno de los libros de arte mejor editados que he visto durante los últimos tiempos. No es excesivo, no es pretencioso, guarda un diseño nítido y clásico; las reproducciones se ven favorecidas debido al tipo de papel elegido. El diseño, algo tan importante en este tipo de libros, guarda el mismo matiz ''clásico contemporáneo" que se corresponde con buena parte de la producción del pintor oaxaqueño. Se ve que hubo un cuidado ejemplar en la edición y el material ilustrativo, que aparte de su valor intrínseco cuenta una petite histoire sobre la perenne pareja que el pintor, ex cónyuge por cinco años de María Izquierdo, formó con Olga Flores, quien lo acompañó desde entonces hasta su muerte, acaecida el día de San Juan Bautista de 1991.

Además del ex libris de Tamayo -muy al estilo Talleres al aire libre de expresión artística- con el que se abre el elenco ilustrativo, el inicio se corresponde con la asimilación del método Best Maugard que fue aplicado en las Escuelas al Aire Libre y en las escuelas primarias de nuestro país, no sólo durante la era vasconceliana (1920-1924), sino también después.

Reproducidas con fidelidad, se aprecian las encantadoras felicitaciones que ''los Tamayo", Olga y Rufino, enviaban a sus amigos y parientes a partir de 1934, año en el que contrajeron nupcias después de su encuentro en la Escuela Nacional de Música en la calle de Moneda 16, donde Tamayo plasmó un tema que le era muy afín: El canto y la música. ''Tuvo la audacia de emplear en el muro más visible la misma paleta terrosa de sus cuadros de aquel tiempo... Sus azules, rojos y grises cenizos admitieron fuertes resonancias de la antigua escultura mesoamericana, llevando mucho más adelante lo que despuntara estilísticamente en El entierro del obrero (1924), de David Alfaro Siqueiros", dice Raquel Tibol. Ese mural de Siqueiros se encuentra en el llamado patio chico de lo que era la Escuela Nacional Preparatoria. Es uno de mis murales predilectos en el vasto mosaico integrado por el muralismo en su primera fase. Ojalá el restauro llevado a cabo haya llegado a feliz conclusión.

A las felicitaciones mencionadas siguen las invitaciones, que ahora son joyas de colección. En la primera de ellas, editada por la galería Julien Levy de Nueva York en 1937, encuentro convergencia o influencia de Carlos Orozco Romero, pintor cuya memoria recibió un homenaje hace pocos años en el Palacio de Bellas Artes, pero que necesita a leguas una nueva revisión, más enjundiosa que la que en ese momento pudo hacerse con todo y el empeño que en ella pusieron los curadores. Para la galería Julien Levy, que exhibía a surrealistas y surrealistoides, Tamayo eligió una iconografía afín, con toque ''chiriquiano"; en cambio para la Pierre Matisse se mostró un tanto fauve y para la Beaux Arts en París, en 1950 (allí se exhibieron por vez primera Las músicas dormidas y el prólogo para el catálogo lo escribió André Breton), propuso un diseño contundente, modernista y avant garde, que se aviene con el comunicado tipográfico.

También para la ilustración, que no es género menor, se necesita tener gusto y sabiduría respecto de lo que ha de utilizarse y Tamayo se dio el tiempo necesario para atender esos pequeños detalles que a simple vista pueden parecer nimios y que sin embargo adquieren enorme importancia cuando se les ve, no sólo en el contexto de lo que entonces ocurrió, sino, como ahora sucede, en el libro que comento.

Por eso el curador del Museo Tamayo, Juan Carlos Pereda, merece una calurosa felicitación. Ojalá sigan presentándose muestras de este género que ciertamente complementan la visión que tenemos del maestro.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año