Emir Sader*
Estados Unidos y el gobierno de Lula
¿Cómo serán las relaciones entre
los gobiernos de Bush y de Lula? La pregunta gana importancia por el peso
que sus países tienen en América y por sus diferencias en
relación con algunos de los principales temas de actualidad en el
continente, entre ellos el ALCA; y si esto no es suficiente, Brasil nunca
había sido gobernado por un presidente de izquierda, mientras que
Estados Unidos nunca tuvo un presidente tan derechista.
Las relaciones entre Brasil y Estados Unidos tuvieron
una relativa estabilidad a lo largo de las últimas décadas,
luego que Washington interviniera, abiertamente -como lo comprobó
el propio Senado estadunidense- en el derribo del gobierno de Joao Goulart.
A este episodio siguió el apoyo irrestricto a los primeros gobiernos
de la dictadura militar, hasta que, entrados los años 70, se vivió
un momento de tensión, por razones económicas, en torno a
la tentativa brasileña de sustituir importaciones bajo el gobierno
de Ernesto Geisel. A esto se sumaron las diferencias por el convenio nuclear
de Brasil con Alemania y cuestiones de "derechos humanos", ya du-rante
la presidencia de Jimmy Carter. El clima volvió a distenderse en
el llamado proceso de "transición democrática", hasta que
un nuevo foco de conflicto apareció al decretarse la moratoria durante
el gobierno de José Sarney.
El gobierno estadunidense volvió a apoyar irrestrictamente
a su par brasileño en tiempos de Fernando Henrique Cardoso, como
no lo había hecho desde los primeros gobiernos de la dictadura militar.
Desde la invitación de Bill Clinton para que Cardoso -incluso antes
de ser electo presidente- asistiese a su toma de posesión, pasando
por el envío de uno de sus asesores para apoyarlo en la campaña
de 1994, hasta llegar a una sociedad explícita por el apoyo a la
globalización dado por Cardoso, la licitación para el Sivam
(Sistema de Vigilancia del Amazonia), la participación de Cardoso
en las reuniones de la finada tercera vía, se estableció
una especie de luna de miel entre Washington y Brasilia. Los disensos posteriores
-especialmente por conflictos comerciales- no afectaron este clima, habiendo
sido trasladados más hacia el ámbito de la Organización
Mundial de Comercio, hasta que Cardoso "descubrió" que la globalización
neoliberal no era exactamente "un Renacimiento para la humanidad", o al
menos no para los brasileños.
Eran
tiempos de pregonar el "libre comercio" como ley universal, que parecía
-a Cardoso- el terreno propicio para una reinserción internacional
ventajosa de Brasil. Pero el paso de la economía estadunidense de
la expansión a la recesión, que coincidió con el fin
del segundo mandato de Clinton y la victoria republicana, con el diseño
de una política unilateral y su consolidación después
de los atentados del 11 de septiembre de 2001, alteró significativamente
el cuadro de relaciones entre los gobiernos estadunidense y brasileño.
Los cambios en la política económica estadunidense,
con una acentuación del proteccionismo como tentativa de reaccionar
a la recesión, la modalidad de la vía rápida aprobada
por el Congreso de Estados Unidos para el ALCA y la afirmación del
unilateralismo y la criminalización de los conflictos mundiales
como política exterior de la administración Bush, provocaron
mayores distancias en la relación con el gobierno brasileño.
Este reaccionó específicamente en los temas de proteccionismo
frente a las exportaciones brasileñas, lo que ponía en cuestión
más al ALCA que a la política exterior de Estados Unidos,
aunque una que otra vez hubo declaraciones de Cardoso fustigando el carácter
oscurantista del gobierno de Bush.
No pasará mucho tiempo antes de que sepamos cómo
se encaminarán las relaciones bilaterales. En primer lugar, por
el viaje de Lula a Argentina, la opción de primera salida al extranjero
del presidente electo, una elección de mucho significado, al punto
de no agradar en absoluto al gobierno de Bush. Su primera acepción
es la prioridad que la política exterior brasileña otorgará
a la reconstitución del eje Brasilia-Buenos Aires, para retomar
el Mercosur. Aún sin tener un interlocutor -Duhalde ya definió
el fin de su mandato y el panorama sucesorio es bastante confuso como para
tener una idea más o menos clara de lo que sucederá-, el
viaje de Lula es una señal pa-ra esa alianza con un país
en grave crisis y para el cual Estados Unidos no tiene nada. Como mucho,
hizo una que otra concesión comercial, cuando la victoria de Lula
co-menzó a ser una certeza.
Las elecciones argentinas deciden, de algún modo,
el marco en que se darán las relaciones Brasil-Estados Unidos. En
caso de que Carlos Menem vuelva a ser presidente de Argentina, él
ya se definió a favor de la dolarización de la economía.
En ese caso, estarían dadas las condiciones para concretar el ALCA
en las condiciones de-seadas por Estados Unidos, y Brasil quedaría
sumido en un gran aislamiento internacional. En caso de que venza otro
candidato, peronista o de la oposición, que opte por el fortalecimiento
del Mercosur, el eje Brasil-Argentina podría ser retomado, re-surgiendo
como una referencia alternativa al ALCA y al liderazgo unilateral de Estados
Unidos.
El viaje de Lula a Estados Unidos servirá para
fijar el tono de los discursos de cada lado. El gobierno de Bush ha mostrado
cierta timidez en expresar su divergencia y su incomodidad, aunque la victoria
en las elecciones legislativas debe haber aumentado aún más
el tono de intolerancia hacia las diferencias que el actual equipo de gobierno
de Estados Unidos ha demostrado. Brasil tendrá oportunidad de mostrar
el cambio no sólo de tono, sino sobre todo de contenido. Esta es
la expresión del cambio consagrado en las elecciones presidenciales,
cuando Brasil votó por un proyecto nacional, fundamento para retomar
la soberanía en la política exterior. Porque fue precisamente
la ausencia de un proyecto para el país lo que llevó a la
caída del perfil de presencia externa de Brasil durante los dos
mandatos del presidente saliente Cardoso.
Sin embargo, el primer gran tema sobre el cual será
inevitable una definición de las nuevas relaciones es el del ALCA,
ya que los dos países asumen conjuntamente la fase final del proceso,
que debería llegar a su formato definitivo. Estados Unidos, consciente
de que la vía rápida es inaceptable para Brasil, trata
de avanzar con acuerdos bilaterales de libre comercio -como los propuestos
a Chile, Uruguay y a países centroamericanos- para allanar el camino
hacia una futura concreción del ALCA. Es posible que frente a este
impasse haya un aplazamiento -se habla de 2010- para el eventual
comienzo del ALCA, periodo que sería utilizado por Estados Unidos
para continuar avanzando en ese camino, mientras que Brasil podría
caminar hacia la reconstrucción del Mercosur. Esta vía pasa
necesariamente por la adopción de una moneda común, que aleje
los riesgos de dolarización, y por una propuesta para el conjunto
de la región, centrada en un acuerdo entre Buenos Aires y Brasilia.
Esto, a su vez, permitirá diversificar las alianzas internacionales
del Mercosur, para que se amplíe en dirección del resto de
la subregión, pero también hacia Europa y Asia, especialmente
los dos mayores países de ésta, China e India.
La unificación europea, el Tratado de Libre Comercio
y la recién anunciada zona de libre comercio entre China y los países
del sudeste asiático demuestran cómo la reinserción
soberana en el plano internacional supone integraciones regionales, que
mejoren la correlación de fuerzas, es-pecialmente de los países
situados en la periferia capitalista. Un Mercosur fortalecido y ampliado
será no sólo una gran contribución a una solución
positiva de la crisis latinoamericana, sino también una contribución
para un mundo multipolar y, por tanto, menos violento, arbitrario e injusto.
* Sociólogo brasileño, catedrático
de la Universidad Federal de Río de Janeiro, asesor del Movimiento
sin Tierra de Brasil y organizador del Foro Social Mundial (Porto Alegre)
Traducción: Alejandra Dupuy