LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Besos perdidos
UNA
HISTORIA DE amores desesperanzados. Sybill, una Lolita eslava, adolescente
de 14 años, de físico exuberante y desparpajo estudiado,
se enamora perdidamente de Alexandre, de 41 años, cual una heroína
de Chéjov (La gaviota), y sin consideración alguna
por la suerte sentimental de Mickey, hijo de su amado, quien también
le profesa una devoción intensa. Nana Djordjadze, la directora de
Robinsonada (cinta de 1986, ya exhibida en México), narra
en Besos perdidos (27 missing kisses), la pasión frustrada
de Mickey, a quien la bella Sybill habría prometido cien besos,
y concedido sólo 73, antes de que un suceso trágico interrumpiera
el comercio amoroso. Los besos pendientes del título original son
el símbolo de una inocencia perdida, de la violenta maduración
a que se ven obligados los jóvenes protagonistas en la gran aldea
georgiana de la posperestroika.
SIN EL VIGOR y el filo crítico de los grandes
autores georgianos, Tengiz Abuladze (Arrepentimiento, 1984) u Otar
Iosseliani (La caza de mariposas, 1992), la cinta de Djordjadze,
coproducción franco inglesa, con participación de Alemania
y Georgia, elabora un simpático retrato de Sybill, una pariente
lejana de Linda (Emily Lloyd), la adolescente inglesa de Ojalá
estuvieras aquí (Leland, 1987), con afanes similares de provocación
y con el mismo perfil de ninfa insatisfecha. En su recuento lúdico,
la directora insiste en los fastos del folclor y de la música (estupendo
trabajo de Goran Bregovic), y la frustración erótica aparece
como contrapunto del ánimo festivo que se apodera de los personajes
secundarios. Muy pronto el conflicto intimista se vuelve un mosaico de
personajes pintorescos y conductas estrafalarias. Besos perdidos
es una más de las cintas de esta muestra que ostenta la patente
Kusturica, como si la referencia balcánica (folclor, banda gitana,
desenfado vital) fuese algo ya ineludible en la selección propuesta.
A LA TRAMA muy sencilla de amores contrariados,
la completa y anima una serie de viñetas humorísticas. La
más divertida, la anécdota de un hombre de priapismo incontenible
que vive el drama de poseer un falo descomunal (27 centímetros)
y decide acortarlo de un modo original y casi funesto.
EN ESTAS HISTORIAS absurdas, donde el despecho
sentimental se alivia, por ejemplo, lanzando indiscriminadamente granadas
a la gente en los campos, sobresale también la figura del cómico
francés Pierre Richard, quien contempla impasible el caos a su alrededor.
Pareciéramos regresar una vez más al mundo de Tuvalu y
a las incontinencias de Noche de bodas.
NANA DJORDJADZE CONDUCE con gracia su relato desenfrenado,
no aporta muchas novedades a su exploración del triángulo
pasional, pero tampoco pierde el control de su intuición cómica,
lo más rescatable en esta cinta.
Salvajes
¿VERSION
ESPAÑOLA de El odio (Kassovitz, 95) o de Historia
americana X (Kaye, 98)? Salvajes, primer largometraje de Carlos
Molinero, se presenta como película choc, híbrido
de documental y ficción con un asunto de nota roja en su primera
secuencia: la golpiza propinada en el puerto de Valencia a un hombre senegalés.
En un primer momento, el hecho semeja una agresión racista, aunque
pronto queda claro que se trata de un ajuste de cuentas entre narcotraficantes.
EL RACISMO, DIRIGIDO en España preferentemente
contra la inmigración clandestina, y exacerbado por las legislaciones
de exclusión y los embates de la clase conservadora, confiere a
esta cinta actualidad innegable. Los jóvenes golpeadores apenas
se distinguen de sus acelerados colegas ''nacionalistas" de los países
vecinos, los skinheads del Frente Nacional británico o francés,
y los neonazis cercanos a un partido ultraderechista alemán con
representación parlamentaria. La cinta los muestra violentos e irresponsables,
y a uno de ellos, el más joven, con evidentes taras mentales. El
riesgo de la caricatura es inevitable, y el trazo rápido incluye
suásticas, símbolos nacionalistas, y tatuajes alusivos. Podría
incluso haber figurado en un volumen de Mi lucha, de Adolf Hitler,
de no ser tan evidente en estos jóvenes su aversión por la
letra impresa.
ESTOS MANIPULABLES aprendices del odio tienen una
tía protectora, la enfermera Berta (Marisa Paredes), que en buena
vena melodramática se enamora de Eduardo (Imanol Arias), el policía
que los persigue. ¿Sucumbir a la pasión y traicionar a los
desorientados críos, o resistir estoicamente a las tentaciones de
la carne y a la promesa del amor otoñal? He ahí el dilema
que plantea la obra teatral de José Luis Alonso de Santos, inspiración
de la cinta. Los cuatro guionistas de Salvajes deciden atinadamente
ir más allá de esta premisa y añadir una dimensión
ausente en la pieza original: la violencia contra inmigrantes africanos.
Un epílogo documental enfatiza dicho propósito. Lo que no
se consigue es evitar las rutinas del género elegido, un thriller
sentimental que inevitablemente reduce la fuerza y verosimilitud de las
interpretaciones. A los arrebatos crepusculares del policía y la
enfermera, ambos en continua ignición sexual, se añaden las
ambigüedades a que obliga el melodrama (¿Presentar skinheads,
románticamente redimibles, como estúpida carne de cañón
de intereses turbios, no equivale a trivializar el odio racista?).
QUEDA UN ATRACTIVO central: la interpretación
de Marisa Paredes y su desencantada confrontación con los fanáticos
imberbes (''Ustedes detestan a los negros, pero también a quienes
usan corbata"), y un interesante trabajo en video digital, que abusa, sin
embargo, del close up. El tema del racismo hispano y la enajenación
juvenil daba suficiente para un esfuerzo mayor y más cuidado, tal
vez aún pendiente en la carrera del joven realizador madrileño.