ISRAEL, CONTRA LA PAZ
Tras
la emboscada sufrida el pasado viernes por las fuerzas de ocupación
israelíes en la zona palestina de Hebrón, el nuevo gobierno
de ultraderecha de Israel, encabezado por Ariel Sharon, ordenó una
nueva y cruenta ofensiva contra esa ciudad, reocupó la franja de
Gaza con centenares de vehículos blindados apoyados por ca- zabombarderos
y en el frente diplomático decretó la muerte del proceso
de paz iniciado en 1993 en Oslo por la dirigencia palestina y el entonces
primer ministro Yitzhak Rabin, asesinado posteriormente por un fanático
israelí de posiciones semejantes a las de Sharon y el actual canciller,
Benjamin Netanyahu.
Esta reacción, tan desmesurada como dañina,
a la larga, para el propio Estado judío, deja ver que incluso en
medio de la lógica de violencia genocida en la que se encuentra
inmerso el régimen de Tel Aviv, los laboristas en el gabinete eran
un elemento de mínima contención y sensatez, y que tras la
caída del gobierno de coalición el propósito del nuevo
gabinete israelí ya no es humillar y desarticular la Autoridad Nacional
Palestina y al conjunto de las organizaciones palestinas, sino liquidar,
lisa y llanamente, a la población árabe de Gaza, Cisjordania
y Jerusalén oriental.
No debe pasarse por alto, en otro sentido, que la acción
realizada el pasado viernes en los alrededores de Hebrón es la primera
en muchos meses que no se inscribe en el patrón de operativos
terroristas realizados por agrupaciones radicales -seculares y religiosas-
de la resistencia palestina; la emboscada en la que murieron nueve militares
ocupantes y tres integrantes de un grupo paramilitar de colonos judíos
no fue un ataque contra civiles inermes e inocentes, sino una acción
militar legítima de una nación ocupada contra una fuerza
invasora dedicada a asesinar a su población y a destruir lo que
queda de su infraestructura.
A la humillación así infligida al ejército
israelí por un enemigo en abrumadora desventaja se suma la frustración
de que ante la comunidad internacional Tel Aviv no puede denunciar esa
acción como un atentado terrorista más.
Los halcones israelíes han cosechado, en
suma, lo que sembraron: asesinaron a Rabin, ocuparon el poder, desencadenaron
una escalada de provocaciones, atizaron el odio entre su pueblo y los palestinos,
desmantelaron la Autoridad Nacional Palestina y regularmente asesinan a
habitantes de Gaza y Cisjordania; para finalizar, Sharon y Netanyahu decretan
la muerte del proceso de paz iniciado en Oslo hace casi una década,
anuncian la anexión de Hebrón y debaten la pertinencia de
enviar al presidente palestino a un nuevo destierro.
Han desencadenado, pues, ante la mirada indolente e irresponsable
de la ONU, de Europa occidental, Rusia y China, así como con la
complicidad activa de Estados Unidos, una nueva guerra.
INFORMADORES, NO INFORMANTES
Acorralada
por su propia ineficiencia para resolver las historias delictivas más
escandalosas de la presente coyuntura, la Procuraduría General de
la República (PGR) del "gobierno del cambio", dirigida por el general
Rafael Macedo de la Concha, ha optado por hostigar a los informadores que
dan cuenta a la sociedad de tales historias. Enfrentados a pesquisas como
las relacionadas con el llamado Pemexgate y los procesos judiciales contra
Raúl Salinas de Gortari,
los empleados públicos que, al menos en teoría,
tendrían que estar a cargo de la procuración de justicia
-agentes del Ministerio Público, fiscales especiales, comandantes,
agentes policiales-, pretenden abreviar su trabajo presionando a los periodistas
de esta casa editorial y de otras entidades informativas para que revelen
sus fuentes y traicionen el secreto profesional, que es una de las obligaciones
-y también uno de los derechos- esenciales en el desempeño
de su tarea.
De esa manera, funcionarios y empleados de la PGR no sólo
ponen de manifiesto su ineptitud, sino que atropellan derechos y garantías
consagrados en la Constitución y en diversos instrumentos internacionales
-Convención Americana de Derechos Humanos, Declaración Universal
de los Derechos Humanos, Pacto Internacional de los Derechos Civiles y
Políticos y Declaración Americana de los Derechos y Deberes
del Hombre-, así como las libertades de expresión y opinión,
además del derecho al trabajo.
Adicionalmente, los servidores públicos referidos
dejan en evidencia su deplorable ignorancia sobre las respectivas funciones
sociales de periodistas y policías. El trabajo de los primeros no
consiste en ayudar a los segundos, sino en ofrecer al país una relación
de su propio acontecer. Cabría esperar que un funcionario de primer
nivel, como Macedo de la Concha, tuviera clara la diferencia entre un informador
y un informante.
Ante la frecuencia, el tono y la impertinencia con que
han ocurrido los hostigamientos referidos, los reporteros de La Jornada
que han sido víctimas de tales abusos han presentado a la Comisión
Nacional de Derechos Humanos (CNDH), presidida por José Luis Soberanes,
quejas contra el procurador, contra varios de sus colaboradores cercanos
y contra otros funcionarios y empleados de la PGR.
En una respuesta inicial, el ombudsman señaló
que los abusos mencionados coartan el derecho profesional de los periodistas
y ponen al descubierto investigaciones deficientes y carentes de medios
para obtener las pruebas y evidencias requeridas. Asimismo, el titular
de la CNDH destacó que "si conductas como las referidas las comete
una autoridad, llevan una carga de intimidación y acoso" y se comprometió
a "hacer uso de todas las facultades que la ley le confiere para evitar
que se afecten de esa manera los derechos humanos" de los informadores.
Es deseable que la CNDH emita una recomendación
formal a la PGR para que sancione a sus empleados intimidadores y prepotentes,
y se abstenga, en lo sucesivo, de acosar a periodistas; no se trata sólo
de preservar la vigencia de los derechos humanos: también de restituir
el sentido común en el desempeño de una institución
que no fue concebida para molestar a los informadores, sino para contener,
detener e inculpar correctamente, y con apego a derecho, a los delincuentes.