Hermann Bellinghausen
Amor de hermanas
Mónica no escribe poemas; casi no. No son su terreno. Prefiere la expansión de la novela, la multiplicación irresponsable de verbos y descripciones, la naturalidad frívola de los dialogos durante páginas y páginas. Practica la invención limitada del relato largo, aunque en parte envidia la libertad verbal que se conceden los poetas.
La poesía acarrea responsabilidades, porque más allá de la gramática y la ortografía es capaz de inventar sintaxis instantáneas y desecharlas enseguida. Los poetas, se previene Mónica, se dejan seducir por el sonido de las palabras, no importa qué suceda. Un narrador que haga eso puede perder la anécdota en el batiburillo del eco, y enamorarse de frases falsas sólo porque acarician el oído. El novelista debe impresionar, y usa trucos sin pudor, pero no abusa del sonido en sí. Se permite mejor la reiteración prosaica de las palabras más pobres.
Sin bañar ni peinar, entusiasmada a su manera, Mónica va y viene entre las pilas polvosas de libros que invaden el piso, las mesas y sillas del estudio, los anaqueles hasta el techo. Abre y cierra un volumen entre las manos. La computadora, encendida, espera en el escritorio. Estacionada en la puerta, su silla de ruedas.
Ronda en la obsesión de su misterio favorito: su hermana Lucía, surtidora de celos, autoafirmaciones, cariño salvaje, reprobaciones, reproches, sentimientos alternados de superioridad o inferioridad.
La relación entre hermanas, con frecuencia subestimada, es una de las pocas, quizá la única que mejora con el tiempo; tolera y se tolera, es en escencia fraternal. De niñas, Mónica y Lucía peleaban sin saber que era juego, y sufrían. De mayores han aprendido que sus pleitos son un juego, y sufren mucho menos.
Es a la Wyzlawa Szymborska que trae entre manos. Uno de sus Setenta Poemas, en particular: Elogio de mi hermana, que en polaco se llama Pochwala siostry. La autora, un poco pedante como son los artistas, no necesita las coartadas de Virginia Woolf o Simone de Beauvoir por ejemplo para escribir: "Mi hermana no escribe poemas, y es improbable que de pronto se ponga a hacerlo".
Mónica abre un cuaderno, sin sentarse, y transcribe al español un boceto del original, para entender. Traducir es uno de los ejercicios de soledad sin los cuales reventaría de silencio. Nada más ahora, lleva tres días sin pisar la calle, durmiendo en el sofá.
"Lo hereda de su madre, que nunca escribió poemas, y de su padre, que tampoco. Bajo el techo de mi hermana me siento segura; nada obligaría a su esposo a escribir poemas. Ninguno de mis parientes escribe poemas.
"En el escritorio de mi hermana no hay poemas viejos, ni anda cargando los nuevos en su bolsa de mano. Y cuando me invita a cenar, sé que no tiene la menor intención de leerme nada. Prepara unas sopas exquisitas, sin el menor esfuerzo, y su café no se derrama sobre manuscritos.
"En muchísimas familias nadie escribe poemas, y cuando ocurre, suele ser sólo una persona. En ocasiones la poesía fluye torrencial entre las generaciones, y sólo consigue agriar las relaciones familiares.
"Mi hermana cultiva al hablar una prosa más que decente; todo su potencial literario lo concentra en las tarjetas postales de sus vacaciones, donde promete lo mismo cada año: que cuando regrese nos va a contar todo, todo, todo".
La poeta polaca sale airosa de una materia que daría una mala novela, sin intensidad, piensa Mónica. Los novelistas están obligados a mentir durante doscientas páginas; son inteligentes, o cuando menos listos. El poeta, con una página tiene, sin trucos ni candor forzado: el perfecto idiota de la familia.
Mónica por fin se sienta frente al procesador y redacta para su gemela una tela de afectos, chismes y quejas, para hacerla sentir que allá, en Canadá y-la-vida-resuelta, está mucho mejor.
Mónica ha dejado de beber. Algo. Con el blues que carga, tiene mérito. Pero la pantalla mirando hacia su sistercita la inunda de cariño y se concede un buen chute de coñac. No le transcribe el poema de Szymborska porque capaz que se ofende Lucía.
Nada de saques de onda, sólo transmitirle que la extraña, que la envidia. Aunque no sea cierto. Y que la adora, lo cual sí es, carnal y seriamente, la mera neta del planeta Mónica.