Stella Calloni
La otra mirada
El reciente triunfo del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, con la llegada de un líder obrero por primera vez a la presidencia de ese país, hecho que algunos califican de simbólica segunda independencia, tiene muchos elementos de análisis que se han perdido en la maraña de informaciones. Algunas que no entienden las características de Brasil, cuya conformación geográfica llevó al sociólogo Celso Furtado a definir hace unos años al gigante sudamericano como una sucesión de estados dentro de un Estado. No faltaron tampoco las comparaciones con otros procesos, estériles por estar más interesadas en manipulaciones con un objetivo determinado. Futurologías e interpretaciones políticas cargadas de preconceptos y esquemas dificultan aún más la lectura de los hechos. Poco antes del primer turno electoral que dio el triunfo a Luiz Inacio Lula da Silva, nada menos que el magnate George Soros dijo irónicamente que en Brasil en realidad no votaban los brasileños, sino Estados Unidos.
Esa frase, que estaba dentro del contexto del terrorismo económico de baja intensidad que los organismos financieros aplicaron sobre ese país, definía no la realidad brasileña, sino la esperanza estadunidense de doblar la mano de los votantes. Por eso no fue casual la consigna de la victoria: la esperanza venció al miedo. Era una definición de que en el campo electoral se llevó a cabo otra lucha y que ganó Brasil.
No es poca cosa que en América Latina, un partido de izquierda -les guste o no a muchos de uno y otro lados- haya sido acompañado por grupos empresariales nacionales, por sectores antes remisos de clase media empobrecida, por militares que ven rodeadas sus fronteras de armas y conocen perfectamente cuáles son las argumentaciones con que Washington intenta extender la presencia de sus tropas en el sur, tanto en Argentina, Paraguay y Uruguay como en la Amazonia. Las comparaciones de Lula con otros mandatarios de la región (Chávez o Castro) o con otros procesos de alianzas fueron también de un simplismo alarmante, cuando no cargadas del maniqueísmo propio de la manipulación mediática.
Los analistas externos debieran recurrir con mayor humildad a los textos de sus pares brasileños, reconocidos por su capacidad intelectual, que dan una visión propia sobre su pasado, presente y posible futuro. La complejidad de Brasil requiere de menos preconceptos, más aún si se considera que el voto brasileño tuvo en cuenta como nunca en la historia el escenario internacional y los peligros que se cernían sobre el país, especialmente después que el espejo neoliberal se había astillado en pedazos en Argentina. Comparar las alianzas con otras en el continente no sólo es desconocer sino faltar el respeto a la tradición y la organización ya no sólo del PT, o de uno de los mayores movimientos sociales del mundo, como el Movimiento de los Sin Tierra, sino también a la fuerza de las redes sociales surgidas en Brasil en estos últimos años. Los hombres de la Central Unica de Trabajadores (CUT), ligada al PT, aseguran que esta alianza no será presa fácil del izquierdismo infantil ni de los excesivos pragmatismos.
Lula llega al gobierno con el empuje de grandes organizaciones populares en un país donde no se puede desconocer la existencia de un empresariado nacional dispuesto a impedir su propia desintegración. Los desafíos del futuro están en la mesa del PT, que no ha prometido jardines de rosas ni la revolución socialista, como tampoco soluciones y cambios en un día, pero que sabe que para Brasil el hecho de que las mayorías coman tres veces al día -en un país donde aún se lucha contra la esclavitud en áreas rurales- es una revolución. Que será muy difícil, lo sabe bien el mandatario saliente, el socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, considerado uno de los intelectuales más importantes de América Latina, que incluso desafió en varios momentos al poder externo y que sólo pudo avanzar medianamente en el esquema neoliberal que se extendía como el aceite en el mapa latinoamericano.
Los analistas deberían detenerse en los nuevos esfuerzos para la región, que en Brasil buscan impedir que el país sea literalmente tragado por las intenciones anexionistas del Area para el Libre Comercio de las Américas (ALCA), entre otros esfuerzos de independencia, que no son pocos, considerando la coyuntura internacional.
Lula es quien mejor comprende -porque fue su piel y su vida- la tragedia de millones de brasileños condenados al hambre, al analfabetismo, al abandono. Y lo entiende tan bien que no quiere caridad o asistencialismo, sino soluciones, haciendo entender a muchos empresarios brasileños que sólo pueden sostenerse si toman conciencia de que crecer en un país significa crecer con su gente. Alrededor de Lula, sus compañeros de ruta, como Frei Betto, son también sus mejores "ojos y oídos" dispuestos a seguir junto a él, pero no despojados de su capacidad de crítica, como corresponde a la calidad de las organizaciones de masas y los movimientos sociales que están en la base misma del PT.
Es la construcción hacia el futuro, que no está tan lejos como muchos creen. Conceder al menos una tregua de respeto al pueblo brasileño parece una actitud madura en estos tiempos de colonialismos tardíos. En todo caso Brasil requiere solidaridad para su pueblo, sus sin tierra, sus favelados, y la nación amenazada, ya que el poder mundial la considera como la vanguardia posible -por su importancia en América y el mundo- de la resistencia contra la anexión. Nada más y nada menos esto es lo que se juega hoy en Brasil.